treisprezece

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Luego de las cortas presentaciones entre Jane y los nuevos en el hogar, cada quien debía organizar todo, para seguir con sus vidas cotidianas, como si nada hubiese pasado antes, exceptuando el hecho, de que Henry había perdido su trabajo en Charlottetown, pero gracias a todas las movidas que dió Jane al enterarse, ya no lo iba a necesitar.

Ya era tarde, eran cerca de las ocho de la noche, por lo que la castaña, debía partir a su hogar. Afortunadamente para ella, James se ofreció a acompañarla, teniendo en cuenta lo oscuro que estaba todo, para que nada pudiese pasarle a la bonita chica, que había llamado su atención.

Mientras ellos salían, dentro de la casa cada quien hacía algo diferente, Bash y Henry se dedicaban a limpiar todo, mientras Audrey se distraía organizando las ropas de ella y Eleonor, sorprendiéndose por la cantidad de pantalones y camisas que la rubia guardaba.
Por otro lado, Gilbert y Eleonor estaban sin hacer nada, solo estaban sentados en las pequeñas escaleras de la entrada de la casa, ella sentada sobre sus piernas, mientras él la abrazaba con cariño y sus labios se tocaban constantemente. Solo estaba ahí, en su burbuja de amor, si importarle el resto del mundo, sin llegar a sentirse incómodos porque alguien los viera, porque para ellos, no había nada de malo en sus acciones, solo demostraban físicamente, lo que sus corazones sentían.

Pero, esa opinión no la tuvo aquella robusta mujer, que con descaro entró a la propiedad de ellos, mientras aceleraba su paso y la sonrisa que mantenía en su rostro se desvanecía.
Con rapidez, ante la voz indignada de la mujer, Eleonor se levantó de las piernas de su prometido, cayendo de bruces al suelo a un lado de él. No pudo evitar soltar una risa, mientras él la miraba preocupado.

—Estoy bien.— Murmuró acomodándose bien, para poder dirigir su voz a la mujer que ya estaba a menos de tres metros de ellos.— Buenas noches, Rachel. ¿Qué la trae por aquí, tan tarde?

Intentaba no reír, mientras un apenado Gilbert miraba a la señora que los había visto besarse fuera de su casa, no podía explicar la vergüenza injustificada que tenía, mientras su prometida intentaba manejarlo, tomándose el tema a la ligera, sin saber que ella era la que podría ser señalada por las malas lenguas que había en el pueblo.

—Señora Lynde, para usted, señora Blythe.— Corrigió.

—Señorita Holland, señora Lynde. Aún no nos hemos casado.— Sonrió a la mujer.

—¿Y por qué estaban dando aquellas demostraciones públicamente? Eso habla muy mal de usted, señorita Holland. Debería ir conmigo a una charla con el ministro.—

—¿Por qué debería? Solo me besaba con mi prometido, en nuestra casa.— Estaba incrédula con sus palabras. Ni su propio hermano se dedicaba a regañarla por simples besos, pero aquella mujer se dignaba a decirle que debía hablar con el ministro.

—Estaba sobre sus piernas, es indignante.—

—Me voy a dormir, hasta mañana, cariño. Gracias por venir a saludar, señora Lynde.— No iba a seguir escuchando a la chismosa del pueblo, no estaba para esas cosas. Besó los labios de Gilbert antes de levantarse y caminar a la puerta. 

—Sin vergüenza.— Exclamó la mujer.— ¿Se casará de blanco?

—Sí, porque el blanco se me ve fantástico y los labios rojos resaltarían como nunca.— Entró a la casa, dejando a la mujer con las palabras en la boca, mientras Gilbert no sabía ni que hacer por lo rápido que pasó todo.

—Disculpe a Eleonor, está algo cansada.— Intentó justificarla.

—Debiste quedarte con la niña de los Cuthbert.— Él la miró confundido, la mujer había llegado de la nada, criticado a su prometida, para luego insinuar que él debió tener algo con Anne Shirley-Cuthbert. Estaba sin palabras, solo la miraba incrédulo, ¿Cómo alguien puede hacer todo eso en menos de cinco minutos casi a las nueve de la noche?— ¿Una enferma, Gilbert? Pensé que habías tenido suficiente sufrimiento con lo que le pasó a tu padre, ¿Por qué volver a pasar por lo mismo?

Promesa [Gilbert Blythe]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora