douăzeci

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L'amour n'a pas de fin, il est aussi infini que l'est l'univers.

Con carteles en mano, pañuelos tapando sus bocas y almas gritando, subieron al escenario guiados por Anne, una cabellera rubia fue vista en cuestión de segundos, la lider bajó y saludó a la chica. Josie Pye había llegado.

—¡No pueden callarnos!— La voz de la pelirroja se alzó en la multitud, justo detrás de ellos, ella volvió a salir, sus demandas eran escuchadas con su voz potente, nadie podría callarla, nadie podría silenciar sus voces.

Todos aplaudían veían el espectáculo que se formaba, una hoja fue rota en el rostro de un hombre, mostrando una sonrisa victoriosa, Jane Andrews dejó caer los pedazos de hoja a los pies de él, murmurando un "Recoge tu porquería", un vocabulario no apto para una señorita.

—Enfermera Capaldi.— Llamó el doctor, la mujer, desde su puesto a un lado de Henry y James, se levantó confundida. El entusiasmo que había sentido momentos antes, se desvaneció al ver el rostro del hombre preocupado.— Briand, bajé usted también.

El cuerpo de Gilbert se tensó, mientras un nudo en su garganta se hacía, miró a Henry, pálido casi como un papel, vió como él se levantaba y se iba, él no pudo seguir viendo eso, no pudo más con el dolor de ver a su hermana así, de ver la sangre de ella, de que fuera un experimento médico. Él no pudo con eso, porque sentía que era su culpa, que él era la razón por la que su hermanita había aceptado, por no dejarlo solo en el mundo.

Mientras el rubio se iba, Gilbert volvió a mirar al centro de la sala, donde la operación estaba sucediendo. Pudo ver cómo Audrey se acercaba con la vestimenta parecida a la de los doctores que estaban haciendo todo, sintiendo como su corazón se detenía en el momento en que la pelirroja detenía sus movimientos mostrándose en un estado de shock, James, al escuchar el grito ahogado de ella, se acercó con rapidez, palideciendo al instante.

—Señorita Stacy, controle a sus niños.— La voz del ministro salió del silencio que había quedado ante los intentos del ministro por deter todo el acto.

—Ellos no son niños.— Sentenció en una voz calmada, tan contraria a la del hombre que parecía histérico.— Y no están fuera de control.

Henry lloraba en la puerta de la sala de cirugía, destrozado sin haber visto un final, solo se lamentaba en silencio. La operación se había retrasado dos semanas, estaban a pocos días de haber pasado un mes fuera de su hogar.
No sabía que hacer, las cartas habían sido enviadas, quienes esperaban a que ellos volvieran a Avonlea estaban ilusionados de que llegarían los tres, pero luego de ver el rostro del doctor, él sentía que solo iba a ir uno, no iba a aguantar una vida con ese dolor, con la culpa de que su hermana había muerto por su egoísmo, sentía que la sangre de ella estaba en sus manos, en las manos de alguien que se había dejado llevar por sus deseos de una verdadera felicidad al lado de alguien que estaba sufriendo por esa cuerda de la que colgaba su vida.

—Henry...— Escuchó la voz apagada de Audrey, con sus manos manchadas de sangre.

Todos hablaban con entusiasmo en la casa de la profesora, entre los labios de Anne pasó el ponche de sostenía en su vaso, mirando a la nada, mientras caminaba a la puerta. La tranquilidad reinaba su cuerpo, simplemente estaba atenta al cielo nocturno que iluminaba levemente la oscuridad.
Sintió pasos acercarse, al girar su rostro, miró como Jane se sentaba a su lado, también con sus ojos pegado al cielo, su corazón se encogía al hacer eso, solo miraba sin decir una palabra, de sus ojos caían lágrimas, Anne la abrazó en ese instante, ella estalló.

—No recibo cartas de ellos hace semanas, en la última decía que estaba emocionada por llegar a tiempo para esto.— Sollozaba con su respiración cortada por el llanto.

Promesa [Gilbert Blythe]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora