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(Numeración en rumano)

El día escolar acabó, obligando a la pareja a huir del salón evitando las preguntas sobre su relación, ambos estaban seguros de que eso se iba a volver un caos, sin saber que si todos se enteraban de que además vivían juntos antes del matrimonio, podrían pensar peores cosas.

El camino fue silencioso, a ninguno de los dos le molestaba aquel tranquilo silencio, era totalmente acogedor, gracias a las tímidas manos que se mantenían unidas a pesar de los obstáculos que podían haber en el bosque de regreso a casa.
Lo que vieron al llegar fue divertido, Henry intentaba alimentar a un caballo que parecía odiarlo, mientras Sebastian se cubría del frío con una manta dentro del cobertizo, viendo como el rubio intentaba hacer algo que parecía ser imposible para él.

Henry nunca fue un chico de campo, durante su vida como huérfano y tutor de su hermana, sus trabajos siempre se trataban de libros y enseñar, era un maestro, cosa que aprovechó al máximo para que su hermana menor no dejara de aprender, a pesar de no poder pisar una escuela.
El estar con caballos, en el campo, recogiendo y cuidando huertos, era completamente nuevo para él, además de que gracias al frío Bash solo de dedicaba a reír y mirar de lejos.

—Intentando meterle la manzana a la fuerza, solo provocará que te quedes sin mano.— Se burló Blythe llegando a su rescate.— Además, no le doy manzanas, esas son para el otro caballo.

La chica lo miró ofendida al ver que la señalaba a ella, no podía negar que le encantaban las manzanas del huerto de Blythe, pero compararla con un caballo, aunque divertido, un poco extraño.

Con una sonrisa se despidió de su hermano y Bash mientras entraba a la casa, aunque el último también entró, siendo seguido por Gilbert, dejando a Henry aún intentando alimentar al caballo.
Escuchó algo sobre darle un abrigo a Sebastian, al ver que entraban a la habitación donde ella junto a su hermano dormían, decidió ir a descansar a la de Gilbert, quitando sus zapatos mientras llegaba a la puerta, para luego abrirla y solo meterse entre las sábanas ocultándose del frío.

—Oh Dios mío, un animal entró a mi cama.— Escuchó la voz del pelinegro luego de unos minutos, solo soltó un quejido seguido de un "Sigue así, Gilbert", en signo de advertencia.— Venga, dame espacio, que la cama es pequeña.

Ella giró un poco quedando en uno de los extremos de la cama, esperando a que el chico se acomodara. Vió como él también se metía entre las sábanas y sonreía, golpeó con su palma el espacio que los dividía, dándole a entender que se acercara. Ella sin decir una palabra se acercó acurrucandose a su lado, dejando su cabeza apoyada en su pecho, mientras él la abrazaba. Ninguno decía nada, solo disfrutaban de la cercanía del otro, de los leves tactos sin llegar a lo erótico, demostrando todo el amor que podían sentir, solo con gestos pequeños y significativos, con miradas y sonrisas.

Esos eran ellos, quienes demostraban que una sonrisa valía más que un "te amo", que una caricia era aún más cercana que el tacto de sus cuerpos desnudos, que un silencio era más importante que mil palabras vacías, que no podrían expresar el amor que sentían.

—¿Crees que ahora me odien?— El silencio fue roto por la delgada voz de la chica, que no se separó ni por un milisegundo del pecho de su amado.

—Anne sonreía, es una buena señal.— Le relajaba sentir la vibración cuando hablaba, sus palpitaciones cuando el silencio reinaba, sus respiraciones profundas cuando se confundía. Ella amaba cada simple detalle de él.

—Anne es una buena chica, casi no le he hablado, pero parece siempre tener una sonrisa para quienes le importa.— Comentó cerrando sus ojos para dormir un rato.— El importas, amor.

Promesa [Gilbert Blythe]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora