optsprezece

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Contenido muy subido de tono, es la segunda sorpresa del maratón.

Luego de la corta e incómoda charla con Audrey, Eleonor subió a la habitación que ahora compartía con su esposo, estaba nerviosa, aún no se decidía si hacerlo o no, era algo tan delicado que solo tenía dos respuestas claras; sí o no, donde ambas te soltaban sus respectivos destinos, cosa que lo hacía más difícil de elegir.

—Gilbert.— Llamó al entrar a la habitación, lo encontró recostado en la cabecera de la cama, tapado hasta la cintura con la sábana de la cama, mientras un libro entre sus manos resaltaba abierto, la luz de la vela le ayudaba a leer, aunque más de una vez ella le había dicho que eso le podría hacer mal a su vista.

—¿Necesitas ayuda con el vestido?— Preguntó sin mirarla, ella soltó un suave “No”, él solo asintió.

Los nervios que ella sentía eran paralizantes, ya estaba segura de que camino iba a tomar, pero no conocía la respuesta de él. Era arriesgado, lo era para ambos, pero si tenían cuidado... No, no podía hacerlo, ella sentía que su corazón se iba a salir de su pecho, la adrenalina recorría todo su cuerpo y pasó.
El vestido que había sido aflojado en silencio, cayó al suelo de golpe, él chico ni se inmutó, por su mente solo pasaba que ella iba a recoger ropa para irse a cambiar al baño. Pero no sucedió, eso lo confundió, levantando la mirada del libro, pudo ver cómo su esposa estaba de pie frente a la puerta cerrada, mirándolo con sus mejillas coloradas, le gustó ver el color en ellas, luego de haberla visto tan pálida en las últimas semanas, aunque luego notó que estaba pasando.

—¿Eleonor?— Ella no dijo nada, solo comenzaba a soltar los nudos de las tiras de su corsé, dejándolo caer en el suelo junto al vestido.— Eleonor, el doctor dijo que-

—Audrey dice que tengamos cuidado, que no sabemos si puede ser nuestra única oportunidad.— Habló por primera vez, mientras su cuerpo era cubierto solo por el camisón que llevaba como ropa interior y las medias blancas que cargaba, se agachó un poco alargando su brazo hasta el lazo que sostenía las medias, soltando el pequeño nudo.

A todo eso, Gilbert estaba sin palabras, él no podía negar que realmente quería aquello, los deseos carnales eran tan comunes entre todos, conocía sobre las hormonas y el poder que estás tenían en su cuerpo, sus acciones y pensamientos. No despegaba los ojos de su hermosa Eleonor, pero no estaba nada seguro de las intenciones de ella, no quería hacerle daño solo por querer tocar su cuerpo. ¿Y si todo pasaba a más que la lujuria y provocaba lo que biologicamente hablando era producto de aquello?
No podía correr riesgos, no podría lastimar al amor de su vida, se negaba, ella podía verlo en su rostro preocupado. Eleonor también estaba asustada, pero en su mente solo estaba la frase dicha por la pelirroja "Yo sé la verdad", ¿La verdad era que ella podría morir? Esa podría ser la única oportunidad que ellos tendrían.

—Gil...— Se sentó en la cama, quedando frente a él. Él negaba, sabía cuales iban a ser sus palabras, sabía lo que pasaba por su mente, él la conocía tan perfectamente que sus lágrimas comenzaron a brotar sin siquiera decir nada.— Te amo, Gil. Esto es lo único que te pido, deseo sentirme completamente como tu esposa, deseo pensar por un momento que no estoy enferma y que esta es la noche de bodas soñada.

—Pero podría ser malo para ti, James dijo que es como correr por lo agitado-

—Audrey dice que puedes ir lento, "Calmado y disfrutable"— Él se sonrojó completamente al escuchar aquello salir con tanta facilidad de la boca de ella.— Por favor, Gil. Podría ser nuestra primera y última vez...

Y con esa frase él se quebró, tapando su rostro con sus manos comenzó a sollozar, todo era tan difícil para ambos, ella estaba enferma y él no podría negarlo jamás, no podría olvidarlo, era tan injusto todo en sus vidas, era tan triste como ella ya había aceptado la muerte mucho tiempo atrás, como pedía poder hacer algo tan simple que tantas parejas constantemente realizan sin tener que preguntar si estaba bien.
Ella lo abrazó con fuerza, dejando que escondiera su rostro en su cuello, podía sentir la humedad de sus lágrimas caer sobre su piel desnuda. Inevitablemente ella también comenzó a llorar, ella también se quebró de verlo así. Se sentía culpable, sentía que todo había sido un error, que ellos jamás debieron conocerse, así él no sufriría aquellas cosas, el dolor jamás hubiese llegado a su vida, podría sentirse aún más vivo. Ella se culpaba por sus lágrimas, y se culpaba por las futuras lágrimas que él llegase a soltar.

Promesa [Gilbert Blythe]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora