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Gilbert entró a la habitación con una fría expresión, estaba con un semblante bastante molesto, cosa que Eleonor notó al instante.
Él había ido a contarle a Sebastian sobre la nueva maestra y su azaña de terminar la escuela, él no entendió que no era bueno para ninguno aquello, solo para la rubia, quien salía de la escuela al tiempo de Prissy, siendo ambas de la misma edad.

Ella había declarado que al terminar la escuela, esperaría a el chico y a su mejor amiga, para todos ir a Queen's, pero ante aquella propuesta de Gilbert, tendría que irse sin Jane, dejandola sola por seguir a su, en aquel momento, esposo.

—¿Qué sucedió?— Preguntó mirándolo curiosa, aunque en el fondo sabía todo y sobre todo, estaba de acuerdo con Sebastian.

—No lo aceptó.— Ella asintió, sabía aquello.— No lo entiendo, él debería estar feliz por mí, por nosotros, porque lograré estudiar antes.

—Ven a dormir, mañana hablamos de eso.— Ella no tenía ganas de discutir, sabía perfectamente que Gilbert era una cabeza dura para aquellas cosas, prefería que lo hablaran en la mañana.

—Quiero leer un poco, ¿Puedo dejar la vela encendida mientras?— Ella no dijo ni una palabra, solo se acomodó bajo las sábanas.

Habían estado hablando sobre aquello toda la tarde, ella no estaba de acuerdo, pensaba no solo en Bash, también en su hermano y sobre todo en Jane. A Bash lo vería cada que volvieran a casa, a Henry todo el tiempo, ya que él trabajaba en Charlottetown, pero no sabía cómo los caminos de ella y su mejor amiga cambiarían alejandolas completamente, ¿Podrías hablar solo con cartas? No lo sabía, ella podría olvidarla con el tiempo, Eleonor podría morir y ella podría no enterarse.

—¿Crees que sobreviva para tener una familia?— Su voz salió en un susurro mientras se giraba abrazándose al cuerpo del chico, quien mantenía un libro en sus manos.

—Tengo fé en ello, Ely.— Dejó el libro en su mesa de noche.

No tuvo que hablar más, solo la abrazó acurrucandola contra él, no necesitaban palabras para demostrar lo que sentían, solo eran los silencios que resonaban en su interior como hermosas melodías de amor. Estaban más que enamorados, eran algo más que una simple pareja, que unos prometidos, eran algo más que muchos esposos. No necesitaban nada más que abrazarse para sentirse seguros, donde los celos no tendrían lugar, porque las miradas eran suficientes, eran más que palabras vacías que se dicen frente a cientos de personas en una iglesia.

Así pasaron la noche, entre silencios y abrazos, algunos susurros recordando al otro cuánto era su amor por él, cuanto podrían amarse, cuanto esperaban estar juntos hasta el final del universo.

Una tenue voz sonó cerca del oído de la rubia durante el comienzo de la mañana, no había salido el sol, Gilbert quería llegar temprano a aquella clase con la que ella no estaba nada de acuerdo, ella abrió los ojos despertando con pesadez, quería seguir en cama, pero su novio ya estaba completamente listo para ir a clases, no tuvo más remedio que arreglarse ella misma.

Entre sus cosas, encontró un corsé que una de sus amigas en New York le había regalado para cuando tuviese la edad para usarlo, aún no lo era, tampoco sabía si podría usarlo por sus problemas de salud, con una triste expresión solo lo dejó en el armario junto a un velo blanco que planeaba usar el día de su boda, era de su madre, su hermano lo guardó como recuerdo cuando dejaron su país para recorrer el mundo.

—¿Estás lista?— Gilbert tocó la puerta de la habitación.

Ella no estaba totalmente cambiada, el vestido no estaba bien abrochado, pero era uno para el que necesitaba ayuda, normalmente su hermano lo hacía, pero seguramente el chico ya había salido al trabajo.

Promesa [Gilbert Blythe]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora