Capítulo 2 -Rojo y Negro

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A pesar de que llevábamos en el pueblo ya una semana, no terminaba de acostumbrarme. Honestamente, yo pensaba que cambiar radicalmente de una gran ciudad a un pueblo más o menos mediano no me iba a resultar complejo, pero por más que lo intentaba, la vida en Coaldale era muy diferente a la vida en Nueva York. Aún no había salido de mi casa, pero razonándolo bien, estaba tomando una actitud bastante infantil, y eso fue lo que me motivó a dar un paso. No podía permitir que este pueblo me superase, por lo que directamente salté de la cama y me dirigía a la ducha, el agua caliente recorriendo mi cuerpo en parte me hacía sentir más relajado, con menos tensión y más capaz de todo. Salí de la ducha y me puse mi ropa, en este caso opté por una camisa negra de manga larga la cuál remangué y remetí levemente por el borde de unos pantalones cortos blancos, rematando el look con unas converse altas negras. Tras esto fui al baño para secarme el pelo y además peinarme un poco por lo que tomé el cepillo y con la ayuda de este y el secador fui acomodando mis cabellos castaños. A veces me resultaba algo complicado peinarme porque mi pelo era un poco ondulado y no siempre quería hacerme caso, y ese día, desde luego no iba a ser una excepción. Una mirada de desesperación se atisbaba en mis ojos color canela en el reflejo, así que opté por dejar mi pelo tal cual estaba y bajé a la planta de abajo.

Mis padres ya estaban desayunando, en el caso de mi padre, sus habituales huevos con bacon y una taza de café, en cuanto a mi madre, ella hoy estaba tomándose solo un par de tostadas con mermelada de melocotón y un zumo de naranja. Decidí coger un trozo de bacon para tener algo en el estómago, me despedí de mis padres y salí a la calle. Nuestro barrio era más o menos un barrio normal, ya que las casas de allí eran similares a las nuestras. Subiendo la cuesta se llegaba al barrio "rico" por así decirlo, las casas de allí eran las más grandes y lujosas del pueblo, pero claro está, eran mucho más caras y si la nuestra ya de por si estaba relativamente lejos de nuestro alcance, esas eran completamente impensables para nosotros. Yo soñaba algún día con tener la posibilidad de elegir la casa que quisiera sin necesidad de preocuparme del presupuesto. Estaba seguro de que mi futura esposa y yo acabaríamos en una casa alucinante, en una bonita ciudad, posiblemente en Los Ángeles. Dejé de pensar en ello y comencé a caminar hacia abajo, dirigiéndome al barrio comercial del pueblo, juraría que no estaba demasiado lejos, como a unos quince o veinte minutos, por lo que podría darme un paseo observando el pueblo hasta que llegase allí, y eso es lo que hice.

Iba viendo las casas, con fachadas de diferentes tonalidades, tamaños variables y jardines cuidados en diferente medida, ya que estaban aquellos jardines bastante descuidados donde se observaba una gran predominancia del césped de tonalidades amarillentas y que se notaba que apenas estaba cuidado, en contraposición de otros jardines que se mostraban de un radiante color verde, con el césped cortado de forma simétrica, posiblemente recién cortados puesto que la mayoría desprendían un profundo olor agradable. En algunas casas había flores de colores vivísimos, pero eran pocas las que las tenían, el otoño se acercaba peligrosamente y no deja a nadie indiferente, o eso es lo que yo iba a terminar aprendiendo este otoño.

Continué caminando y llegué a la zona comercial, había bastantes tiendas de ropa, alguna ferretería, cafeterías, restaurantes, un periódico, floristerías, peluquerías... incluso un cine y un supermercado, desde luego no me podía quejar, había prácticamente de todo, lo que faltaba era variedad, aquí no había cosas tan simples como un Starbucks o un McDonald's, pero no me podía importar, renunciaba a ese tipo de cosas a cambio de tranquilidad y una vida nueva. Paseando por la zona vi una librería, Fred's Bookstore y mi instinto me obligó a entrar en ella automáticamente. Al abrir la puerta, esta hizo sonar una dulce campanilla.

—¡Bienvenido! —dijo sonriendo un entrañable señor mayor de cabellos blanquecinos y grandes gafas redondeadas, entrecerraba los ojos mientras me miraba, por lo que supuse que le costaba ver a pesar de las gafas— Si necesitas algo dímelo, estaré por aquí, no suele venir mucha gente por la tienda.

Moral of the StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora