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La semana pasó volando para Anahí. El viernes por la tarde se despidió de sus compañeros, pero ellos insistieron en ir a tomar algo juntos y, cuando llegaron al bar, todos le gritaron sorpresa y la fiesta de despedida empezó. Estaba incluso su tío, sentado en una silla de ruedas con oxígeno suficiente para todo un fin de semana.

Se alegraba de que esa semana su amiga Inés pudiese cuidar de él, al principio se había negado a cobrarles, pero cuando Anahí insistió en hacer un contrato de enfermera las 24 horas y la obligó a firmarlo, Inés no había podido decir que no, sino se lo pediría a otra y sabía que su amiga no se quedaría tan tranquila. Anahí había dejado todo preparado para su pequeño viaje y para su año sabático. La maleta estaba preparada desde el jueves, había metido algunos modelos en base a las indicaciones de Alfonso, aunque este le dijo que no se preocupase mucho, si necesitaba algo, él se encargaría de ello. Todo lo que Inés debía saber sobre su tío lo sabía desde el principio, al ser enfermera se había apoyado mucho en ella con algunos temas, así que estaba completamente tranquila.

En el trabajo, Javier había aprendido muy rápido y los dos últimos días Anahí prácticamente se encargaba de supervisar si hacía algo mal, pero se aburrió soberanamente cuando no hubo nada que hacer. Cosa que hizo reír a Javier y a ella misma.

- -¿Lista pequeña? —le dijo su tío el domingo, Alfonso dijo que la pasaría a buscar a primera hora de la tarde.
— No estoy segura Ricky —suspiró ella— ¿estoy haciendo bien?
— Estás buscando tu felicidad —acarició su mejilla— ponte el anillo de la familia y cada vez que sientas un momento de debilidad míralo, te ayudará.
— Gracias —lo abrazó fuerte— te quiero mucho, lo sabes ¿verdad?
— Estoy seguro —rió él— de lo que no estoy seguro es de si sabes que yo te quiero a ti mucho más.
— ¡Oh Ricky! Claro que lo sé —sonrió ella— te prometo que te llamaré todos los días. Simplemente, no empeores esta semana, por favor —añadió triste.
— Pequeña, me dejas con una enfermera para las 24 horas del día. Es imposible que empeore —sonrió él, sabiendo que eso no tenía nada que ver— tranquila, estaré aquí cuando regreses, con los brazos bien abiertos para recibirte.
— Te voy a echar mucho de menos —volvió a abrazarlo.
— Yo también pequeña, yo también —suspiró él.

Media hora después, Alfonso tocó el timbre de su casa. Miró alrededor, no parecía muy grande, pero si parecía acogedora. Todo lo contrario a la suya desde que se había ido ella. Anahí abrió la puerta con la maleta ya en la mano. Él se la quitó para llevarla al coche.

— Ahora voy, tengo... tengo... tengo que hacer una cosa.

Cerró la puerta de nuevo, descolocando a Alfonso, y corrió a los brazos de su tío que hablaba tranquilamente con Inés, la cual había llegado unos minutos antes. Lo abrazó con fuerza mientras él reía encantado. Se separó y Ricardo dejó un beso en la frente de su sobrina, volvieron a susurrarse un te quiero y Anahí salió de casa por fin, limpiándose una lágrima. Era el único pariente con vida que le quedaba y, con su salud, no quería alejarse de él sin despedirse bien, por si acaso. Alfonso la miró con el ceño fruncido mientras se acercaba a él.

— ¿Estás llorando? —dijo cuando estuvo frente a él.
— No, simplemente... —suspiró— no es nada.

No pensaba darle ninguna información sobre su vida privada a Alfonso. Compartirían esta semana como si fuese una pequeña despedida antes de separar sus vidas por completo. Alfonso condujo cerca de dos horas hasta llegar al destino y, durante el viaje, Anahí no dijo ninguna palabra, solo algún monosílabo para contestar las preguntas de Alfonso.

— Mira Annie... —Anahi lo miró fijamente cuando pronunció el nombre con el que la llamaba antes, solo él la llamaba así, para los demás era Anahí, pequeña, Anita... pero solo él la llamaba Annie— a partir de ahora debemos comportarnos como cuando estábamos bien juntos ¿de acuerdo?
— Si —contestó ella y Alfonso suspiró.
— Te agradecería que pronunciases algo más allá de los monosílabos.
— Hecho —afirmó ella, haciéndole suspirar de nuevo— estoy tomándote el pelo. Tranquilo, tenemos un pacto. Una semana de actuación por unos papeles firmados ¿los has traído?
— Si... los firmaré en la habitación —contestó no muy convencido.
— Genial.

Comenzando de nuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora