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Alfonso espero horas sentado en el porche de Anahí, sin ninguna noticia. Ya pensaba irse a casa cuando un coche se detuvo junto al suyo, dejando ver una rubia melena, Anahí ¿dónde habría estado? Se levantó furioso cuando la vio acercarse, iba a empezar a gritarle hasta que la vio bien.

— Tú no eres Anahí —soltó seco.
— Pues no, no lo soy —la rubia continuó hacía la puerta.
— ¿Dónde está?
— Eres Alfonso ¿verdad?
— Si —la miró, cómo si tuviese que conocerla por saber ella quién era él.
— Me lo imaginé, soy Inés, una amiga. Te puedes ir a casa, Anahí no va a volver.
— ¿Cómo que no va a volver? Es mi mujer —reprochó.
— No queda mucho para eso ¿no es cierto?
— Eso no importa ahora, necesito verla.
— No va a ser posible.
— ¿Vives con ella?
— ¿Yo? No —rió un poco— aquí solo viven Anahí y Ricardo.

Sabía lo que hacía provocándolo, por eso simplemente dijo los nombres.

— ¿Ricardo? —bingo.
— Si —lo miró curiosa— Anahí lo quiere mucho ¿sabes? Dice que siempre van a estar juntos, él le dio ese bonito anillo que siempre lleva, él también la quiere mucho —Alfonso apretó los puños, pero no dijo nada, y la amiga de Anahí entró en la casa, cerrando la puerta.

Alfonso se quedó un par de minutos más en la puerta, estático, ya vivían juntos pero... ¿dónde estaban? Anahí le dijo que había una emergencia, cuando habló con ella dijo que iba a casa y ahora es su amiga la que viene. Decidió montar en el coche y seguirla, seguro que iría hacia ella sin darse cuenta. Movió el coche un poco para que la rubia pensase que se había ido, y espero a que se pusiese en marcha.

— Uf, gracias —suspiró cuando su amiga llegó con todo lo necesario— te debo otra más.
— Bobadas —sonrió— vi a Alfonso —añadió rápido.
— ¿Dónde? —la miró atenta.
— En el porche de tu casa, esperándote —dijo— creo que se puso celoso cuando dije que vivíais los dos allí.
— ¡Inés!
— Qué, no dije que era tu tío —sonrió un poco— Solo que os queríais mucho y que él te regaló ese anillo —Anahí lo acarició, como llevaba haciendo hace unas horas— está muy bueno —añadió— no sé porque te quieres divorciar... bueno, ni porque lleváis tantos años separados.
— Déjalo Inés, el pasado es pasado —suspiró Anahí cansada— ve a casa, debes descansar.

Alfonso al menos ya sabía en qué hospital estaba. Pero no podía irrumpir de habitación en habitación en su busca. Suspiró y golpeó el volante cabreado, tenía que haber alguna manera... no tenía el nombre de su amante, pero podría describirla a ella, o enseñar alguna foto, seguro que alguien la reconocería y le diría donde poder encontrarla. Apretó el volante, dando vueltas a su idea, mirando fijamente la puerta de entrada por la que había visto pasar a la rubia que conocía a su mujer, no le dio tiempo a seguirla, así que habría sido una bobada intentar llamar su atención, podría estropear cualquier oportunidad de llegar hasta Anahí.

— Joder... —susurró justo antes de ver salir a la rubia por la puerta.

Se recostó sobre su asiento, para que no le viese y cuando supo que ya se había ido, salió del coche y decidió probar con la primera táctica. Entró en el hospital y rezó por que en la recepción hubiese una chica. Y bingo, una bonita pelirroja miraba la pantalla del ordenador, ajena a Alfonso.

— Buenas noches —sonrió de lado, apoyándose en el mostrador.
— Señor, lo siento, pero es muy tarde para el horario de visitas y...
— Oh, si, si... lo entiendo, créame... pero... llevo varias horas de coche para llegar aquí lo antes posible. Hay alguien aquí que necesito ver, urgentemente.
— Si, pero...
— ¡Estaba muy preocupado! —dramatizó— mi mujer me estuvo llamando durante horas, pero yo estaba en una reunión y le fue imposible comunicarse conmigo directamente, mi secretaria es un poco incompetente, y solo me supo decir que mi mujer había venido al hospital porque a alguien al que quiere mucho le tuvieron que traer aquí... Ricardo es su nombre —se encogió un poco de hombros— no sé si me podría ayudar...
— Pero su mujer... ¿por qué no la llama? —pillado.
— Parece que se quedó sin batería y, créame, no se separará de esa persona hasta que no salga de aquí. Lo sé.
— No sé si... es que... —suspiró— ¿sabe el nombre completo del paciente?
— No... ese es el problema, solo se decirle que mi mujer se llama Anahí, Anahí Herrera.
— Mmmmm —lo miró después de unos segundos— no hay ningún paciente con ese nombre y apellido...
— Pruebe con Puente —insistió.
— Lo siento, tampoco.
— Cree que si le enseñó una foto... —sacó su teléfono y le mostró una foto.
— Oh, me suena, una chica muy parecida a la de la foto entró corriendo esta tarde.
— ¿Y dónde fue?
— Lo siento, sabía dónde iba porque no preguntó por nadie. Pero es verdad, sigue aquí, no la he vuelto a ver...
— Gracias —suspiró.
— Lo siento...

Comenzando de nuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora