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— No, me niego —gritó Anahí mientras revolvía todos los papeles sobre su escritorio—no puede venir aquí como si no hubiese pasado nada. No le dejes entrar... Susan, ¿dónde narices has metido el informe del señor Flores? Necesito revisarlo antes de reunirme con él.
—Pero Anahí... —Susan estaba nerviosa— Es tu marido.
— Ay por favor —la miró intentando mantener el poco control que le quedaba— llevo sin ver a ese señor tres años... no es mi marido, además, le mandé la semana pasada los papeles del divorcio. Pronto tendrá el título que se merece.
— Per...
— El informe Susan —ordenó Anahí bajo la atenta mirada de su secretaria— y dígale al señor Herrera que no voy a atenderle. Ni hoy, ni nunca.

Susan salió del despacho de Anahí, no muy segura de cómo se iba a tomar la noticia su marido. Alfonso Herrera era uno de esos hombres que no aceptan un no por respuesta, fuerte, seguro de sí mismo y con capacidad de persuadir al más astuto en tan solo cinco minutos. Cuando sus ojos se posaron en los suyos, Susan sintió un escalofrío por todo el cuerpo al ver como una pequeña y pícara sonrisa se formaba en su rostro.

— ¿Ya puedo pasar, Susan? —preguntó con voz suave y dulce.
— Lo... lo... lo... —empezó a tartamudear— lo siento señor Herrera, pero... ha dicho que no.
— Bien, que no nos mole... —empezó Alfonso, pero paró en seco— ¿cómo? ¿qué ha dicho que no? —Susan notó como la voz de Alfonso se endurecía y cobraba más fuerza con cada palabra— Soy su marido, tengo todo el derecho del mundo a entrar ahí. Y es lo que voy a hacer.
— Ella dice que no —Susan se encogió de hombros mientras buscaba el informe por su escritorio, evitando mirar a Alfonso— aquí está —susurró y volvió a mirar a Alfonso— mire... señor Herrera...
— Yo se lo entregaré —sonrió burlón, quitándole el informe de las manos.
— No, pero...
— Gracias Susan. Que no nos molesten.

Alfonso avanzó seguro por la sala, bajo la atenta mirada de la secretaria de su mujer, que se había quedado petrificada en el sitio en el momento en el que él le quitó el informe de las manos. Abrió la puerta sigilosamente, observando como Anahí miraba por la ventana, distraída con el teléfono en la oreja. Aprovechó que no le había escuchado para mirar su cuerpo. El vestido verde esmeralda que llevaba se le pegaba perfectamente al cuerpo, dejando sus curvas perfectamente definidas. Tenía su pelo cobrizo recogido en una larga trenza que había colocado sobre uno de sus hombros y jugaba con la punta mientras hablaba sonriente. En ese momento se giró, vio como la sonrisa se le borraba de los labios y sus ojos azules se clavaron sobre los suyos verdes.

— Luego te llamo —susurró ella— si —rió un poco, haciendo que algo en Alfonso se encendiese, hacía tanto que no la escuchaba reír así— adiós —dejó el teléfono sobre su escritorio y suspiró— ¿Qué haces aquí? Le di órdenes a Susan para que no te dejase entrar.
— Tu secretaria deja mucho que desear querida, deberías despedirla, te podría recomendar algunas de las mejores —sonrió acercándose al escritorio mientras ella ponía los ojos en blanco— creo que estabas buscando esto —dejó el informe sobre la mesa, sin apartar los ojos de Anahí.
— Mi secretaria no es asunto tuyo.
— Lo sé. Tú, en cambio, sí. Anahí, te necesito.
— Alfonso —soltó una carcajada— nunca has necesitado nada ni a nadie, mucho menos a mi ¿Recibiste los papeles?
— Si.
— Bien. Entonces, ¿por qué tus abogados no se han puesto en contacto con los míos?
— Porque no se lo he ordenado.
— Deberías, quiero el divorcio Alfonso, ya hemos esperado bastante.
— Y yo te necesito a ti, estamos en las mismas.
— No. La diferencia es que el divorcio lo queremos los dos, y lo otro solo lo quieres tú. Lo siento, pero no. Gracias por el informe —dijo, volviendo su vista al ordenador, hacía tanto que no lo veía en persona— ahora, Alfonso, tengo que trabajar.
— ¿Por qué?
— Bueno —se acomodó en la silla para acallar los nervios que estaba empezando a sentir con su presencia— la gente trabaja para poder ganar dinero, tener una vida...
— No me refiero a eso, Anahí —golpeó la mesa, haciendo que ella diese un pequeño salto en su sitio— por qué quieres ahora el divorcio y no hace tres años.
— Bueno —dijo colocando sus manos frente a su cara con delicadeza, sonriendo— creo que es obvio —tocó disimuladamente el anillo que llevaba en el dedo anular de la mano izquierda y dio las gracias mentalmente por habérselo puesto esa mañana.
— ¿Te vas a volver a casar? —la voz de Alfonso sonaba más profunda y grave que antes.
— Creo, Alfonso, que ese es otro tema que no te concierne —sonrió victoriosa por haber logrado su objetivo— el caso aquí, querido, es que quiero el divorcio, ya.
— Lo siento cariño, pero no va a ser posible —sonrió de lado— dile a tu mediocre amante que estás casada y lo vas a seguir estando hasta la muerte.
— No puedes hacer eso —se quejó ella— ¿no quieres volver a casarte?
— ¿Por qué iba a querer hacer algo que ya hice una vez? Además, seguimos casados.
— Llevamos tres años separados Alfonso, por el amor de Dios.
— ¿Y de quién es la culpa? —los ojos de Alfonso brillaban con furia cuando Anahí lo miró fijamente, seguía pensando que era culpable.
— Tengo la conciencia muy tranquila Alfonso —contestó finalmente.
— Yo también. Ahora ¿me vas a ayudar? —dijo después de un rato en silencio— Ni siquiera me has dado oportunidad de contarte lo que pasa.
— Habla.
— Necesito que vengas conmigo para cerrar un negocio muy importante.
— No sé qué tengo yo que ver en eso.
— Tienes todo que ver, porque, el negocio estará cerrado cuando el vendedor vea que tengo un matrimonio feliz y duradero —Anahí se quedó muy callada.
— No puede ser verdad.
— Completamente.
— Pídeselo a una de tus muchas amantes Alfonso, te conocen mejor que yo, algunas desde hace años —añadió algo más bajo, recordando el dolor que había sentido al descubrirlo.
— Cariño... nadie me conoce tan a fondo como tú —añadió con un pequeño gruñido— créeme. ¿Vas a ayudarme?
— No.
— Solo será una semana, tómate unas vacaciones - se acercó un poco más a ella —te pagaré todo lo que quieras.
— Alfonso, eso no funciona conmigo —suspiró cansada— no soy una de tus amantes.
— Entonces ¿qué quieres?
— Que me dejes en paz.
— Si me ayudas —terminó diciendo— te daré el divorcio. Volveré mañana para conocer tu respuesta, cariño.

Dejó un largo beso cerca de sus labios y salió del despacho con una sonrisa triunfante ¿el divorcio? y un cuerno. Anahí Herrera era su mujer, era suya y, por muy pecadora que fuese, lo iba a seguir siendo.

Comenzando de nuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora