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El lunes por la mañana fueron a recoger a Ricardo al hospital. Anahí había pasado todo el fin de semana preparando, junto a un enfermero, la habitación para su tío.

— Pequeña —sonrió— ¿cómo fue el fin de semana?
— Agotador —sonrió Anahí, abrazando a su tío— pero valió la pena. Todo está listo para tu llegada.
— Mejor que en un hotel cinco estrellas ¿no?
— Nada que ver —rió ella— vas a estar muchísimo mejor.

Alfonso ayudó a Ricardo, mientras Anahí firmaba unos papeles. Bajaron solos en el ascensor, cuando las puertas se cerraron, se giró hacia él.

— ¿De verdad quieres que tu matrimonio funcione? —Alfonso lo miró sin entender dónde quería llegar.
— Por supuesto.
— Entonces no hagas que desconfíe, está muy dolida Alfonso. Cuando la conocí y me lo contó todo... lloró por horas. Y sé que lo hizo por años.
— Llevamos solo tres separados.
— Entonces te haces a la idea ¿verdad?

Las puertas se abrieron de nuevo, Alfonso empujó la silla de ruedas fuera del edificio, hasta su coche, sin dejar de pensar en la última frase de Ricardo. ¿Seguía llorando por la separación?¿Había estado muy dolida? ¿Por qué? ¿Por qué descubrió sus infidelidades? Estaba ayudando a Ricardo a montar en el coche cuando Anahí apareció, limpiándose un ojo.

— ¿Listo para irte a casa? —sonrió a su tío.
— Siempre —le guiñó un ojo.

Ricardo acarició la mano de Anahí y se la besó. Cuando llegaron a casa, una de las enfermeras que estaba contratada, Alicia, le ayudó a entrar en la casa, donde estaban todos los empleados, junto con sus otros dos enfermeros, Inés y Fernando. Todos se presentaron y llevaron a Ricardo, que no dejaba de sonreír, hasta la habitación. Se acomodó en la cama que le habían preparado y Alicia se quedó con él, para empezar su turno.

— Mi madre ha llamado —anunció Alfonso, yendo hacia la puerta—vendrá a cenar mañana a casa, quiere conocer a tu tío —Anahí asintió, abrazándose a si misma— ¿no vas a decir nada? —preguntó después de unos eternos segundo en silencio.
— No sé que quieres que diga —se encogió de hombros— es tu madre y tu casa.
— Es tu suegra, y también es tu casa.
— Bueno.
— Anahí... —suspiró cansado— me tengo que ir a trabajar, llámame si necesitáis algo, volveré a la hora de cenar.
— Está bien —asintió Anahí.

Alfonso salió por la puerta y Anahí giró sobre sus talones para pasar el día con su tío. Iba a tener siempre a alguien a su lado, pero era su sobrina, y pasaría todo el tiempo posible a su lado, pasase lo que pasase.

— ¿Alfonso? —preguntó su tío al verla aparecer sola.
— Se ha ido a trabajar, vendrá esta noche.
— Está bien —la apretó la mano— ¿cómo estás tú pequeña?
— Ahora que estás aquí conmigo, mejor, me encantaría enseñarte la casa.
— Quizá en un tiempo, cuando me encuentre mejor —Anahí suspiró y asintió.
— Por supuesto, de momento... ¿que te parece jugar a las damas?

Alfonso pasó el día en la oficina, preguntándose que estaría haciendo Anahí. Pensó en llamarla muchas veces, pero se lo prohibió. Ella tenía que necesitarle a él, no él a ella. Y sin embargo, ahí estaba, deseando escuchar su voz, apretarla contra su cuerpo, hacerla el amor...

Por la tarde Anahí decidió que Ricardo necesitaba un poco de aire, Alicia se había marchado ya y hacia una hora que Fernando había llegado. Con su ayuda sentaron a su tío en la silla de ruedas, abrió la puerta del patio y, los tres, junto con Lola, que corría contenta de un lado a otro, salieron a pasear.

— Ese perro es puro nervio —rió su tío— yo antes también era así.
— Es perra, se llama Lola —Anahí miró a Fernando— ¿le tienes alergia? —preguntó al ver su cara.
— ¿Yo? No, no —suspiró— miedo, hace unos años un perro me mordió el culo —Anahí y Ricardo se echaron a reír, contagiando a Fernando— lo sé, ridículo. Era un perro enorme.
— Lola no hace nada —Anahí la llamó y la alzó en brazos cuando corrió hasta ella— tócala, es muy buena.

Comenzando de nuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora