Las aves extranjeras de un día de invierno estaban bogando por un mar incierto pintado de colores grises... el día estaba nublado como habitualmente solía ocurrir por esos lados de Inglaterra, el sol se deprimía de constante; parecía nunca tener ánimos para cautivar a todos con unos hermoso destellos que hicieran renacer las florestas de la entrada de ese pueblo que se encontraba podrido hasta las raíces. El día había empezado hace unas pocas horas, pero no había hermosura en lo más mínimo, ni siquiera lo hubo en el amanecer, tampoco en los gritos que soltaban los infantes al correr por sus tan amadas calles, jugando con sus amigos; sus travesuras no compensaban el ambiente hostil que se había generado desde la noche anterior.
Incluso en las partículas mágicas de Dios, que nacían en los purgatorios del cielo, se notaba la desesperación que, con pavor, intentaba escapar de esa situación penosa.
Más de la mitad de los habitantes del lugar se encontraban de pie en la iglesia, habían dado por finalizada la misa, incluso la escuela dominical de los niños, pero algunos se quedaron ahí mientras que otros se fueron retirando paulatinamente. El lugar también funcionaba como una Corte al no ser un pueblo enorme tampoco. Sólo a los más morbosos se les olvidó el respeto en casa; pues querían ver lo que ocurría en el juicio de la familia May, querían oír qué delito habían cometido y cuál sería la penitencia.
Aquella familia era reconocida por absolutamente todo el pueblo, incluso, por demás pueblos vecinos, a causa de tres simples razones:
1. Eran la fusión excepcional entre uno de los dos linajes más antiguos y prestigiosos del país.
2. Por la firmeza de sus creencias.
3. Y también porque se creía que eran la familia favorita de Dios.
Su fe era un tema de conversación que, a pesar del transcurrir de los años, prevalecía en la boca de la mitad de hombres que ejercían el sacerdocio a lo largo y ancho de todo el país. No había forma de que alguien se olvidara de quiénes eran ellos, se denomina inaudito siquiera pensar que una persona podía desconocer a alguien tan importante como Harold May, o a alguien tan elegante como su mujer, Ruth. El pueblo solía hablar sobre la vida que ellos llevaban, porque tenían mejores recursos que cualquier otro pueblerino de a pie, ¡Y ni hablar de la maravilla de hijos que tenían!
El mayor de todos se estaba preparando para ser uno de los mejores cazadores de toda Inglaterra, pues, desde pequeño, Christopher había mostrado una gran fascinación por las armas, trampas, entre otras cosas más que estuviera relacionado a la casería. Aunque, claro estaba que, de por sí, ya era el mejor de su pueblo. El hijo del medio, Brian, era un estudiante fascinante, era considerado el cerebrito andante de la familia; recordaba con lujo de detalle el día en el que, a sus cortos 12 años, recibió un trofeo a mejor investigación acerca del sistema solar, de paso creando sus propias hipótesis, pensando que algún día tendría manera de confirmarlas. Y finalmente, estaban los dos menores, los gemelos Jonas y Mercy, ambos llevaban el arte en las venas, tenían un don especial para el canto, aunque también para el dibujo, pero nada como la voz que éstos dos poseían. Por eso se creía que la familia era afortunada, eran los favoritos de Dios.
Habían mantenido una reputación limpia, al menos, hasta ese momento. Al parecer, el líder de la familia May había cometido unos actos ilegales, prácticamente corruptos, que podría terminar en el exilio permanente de todos ellos, sin importar si sus hijos estuvieran involucrados en el caso o no. Los sacerdotes podrían hacerlo de la misma forma que Dios hizo con Adán y Eva al comer del fruto prohibido.
La pareja de esposos estaba frente a los tres jueces que dictaminarían su sentencia, Ruth estaba nerviosa; pensando en las todas las consecuencias, Harold solamente miraba a todos con seriedad. Los menores estaban atrás de ellos, como parte de todo el público que trajo consigo ese escándalo, ¡Una de las familias más respetadas por medio país se metió en problemas con la ley! ¿Existe algo más escandaloso siquiera? Ellos permanecían sentados en las bancas con un sentimiento amargo corriendo por la boca de su estómago, por supuesto que estaban temerosos, así que se pusieron a rezar para que no los echen de ahí. Christopher tenía entre sus brazos a su pequeño hermano Sam de tres meses, que dormía plácidamente con la cabeza oculta en su pecho, tenía la clara carita de satisfacción, de seguro estaban soñando aquellas cosas que sueñan los bebés... Al costado del castaño, estaba el rizado, que estaba sentado en medio de los dos gemelos, él mantenía la cabeza agachada. No quería ver, pero le ganó la curiosidad cuando escuchó que empezarían con el juicio.
—Bueno, empezamos entonces con el juicio de la familia May... —aclaró su garganta para después tomar entre sus manos, un par de papeles importantes que tenía todo el caso documentado, por lo que miró al hombre que parecía no tener sentimientos en aquel momento —Señor Harold —se dirigió a él —, ¿Quiere confesar su delito? Podría reducirse su sentencia si es que decide proceder de esa manera. Usted sabe que negar algo tan grave como lo que ha hecho traerá más consecuencias, sobre todo porque acaba de defraudar a Dios.
Harold bufó en tono burla, recibiendo una mirada recriminatoria por parte de su mujer.
—¿Y usted quién se cree que es para decirme a mí si he pecado o no? Que tenga las vestiduras y el título de sacerdote no quiere decir que sea más obediente a la palabra de Dios que yo —preguntó y el juez levantó la mirada, asomando sus pupilas por encima de sus gafas, también mostrando una mirada fría —Falso creyente, ¡Usted no tiene derecho alguno de juzgar a la gente cuando ni siquiera es capaz de juzgarse a sí mismo primero!
Ruth le pegó un fuerte codazo a su marido para que cerrara la boca y dejara de ofender al juez, porque su atrevimiento solamente empeorarían la sentencia. Por lo que, ante eso, los tres sacerdotes empezaron a dialogar entre ellos en voz baja. Y lo temido por la señora May, ocurrió, ni siquiera tardó demasiado en llegar.
—Señor May... —suspiró con pesadez mientras se retiraba las gafas, la verdad era que nunca se imaginó que sería parte de esto, de un juicio como ese, más encima, de aquella familia —Usted no me deja otra opción adicional, su rebeldía sólo empeoró su propia sentencia y no hay forma de tolerar una falta de respeto de esa magnitud —tomó una fuerte bocanada de aire —... toda su familia será exiliada del pueblo en esta misma tarde.
La mujer volteó la cabeza, mirando al juez con una palabra de súplica atorada en la lengua, luego de eso miró a su pareja, que permanecía totalmente serio ante esas palabras. Ruth tenía ganas de gritarle delante de todos por aquella estupidez que acababa de cometer es sólo que no se atrevía.
—Está bien. —asintió sin ningún tipo de indicio de querer pedir disculpas —Acepto el castigo entonces.
Los menores miraron sorprendidos a su padre luego de esa respuesta, se veía que no pensaba cambiar de opinión, su rostro estaba duro como la piedra, no tenía expresiones en lo absoluto; sólo emanaba orgullo porque no pensaba dar el brazo a torcer, Ruth tampoco podía protestar en contra de esa sentencia o hacer algo respecto como intentar convencer a su marido de que se disculpe con el sacerdote, sabía que sería imposible conociendo el carácter que éste tenía. Y luego de que las palabras de Harold hicieran callar a toda la sala, empezaron a surgir susurros provenientes de los demás pueblerinos que no dudaron en nublar con locura las paredes de esa casa-templo. Brian se ruborizó de la vergüenza, que los echaran del pueblo sería uno de los peores acontecimientos por los que pasaría en su vida, si es que realmente ese no era el último por el que pasaría. De todas formas, sería demasiado bochornoso que las autoridades empezaran a tirar sus pertenencias a la calle como si no valieran nada.
[...]
Las horas no quedaron ajenas a todos ellos, incluso transcurrieron rápidamente, como si deseara con rigor que la familia entera se marchara del pueblo. El rizado se sintió distante al cruzar el portón del pueblo, se acomodó en el carruaje que los llevaría hasta su nuevo destino, quizá, su nuevo hogar, al menos agradecía el hecho de que tendrían una casa y no los dejaran a la intemperie. Miró por último vez hacia atrás, viendo a un par de guardias cerrando las puertas, pero atrás de ellos había pasado un hombre sumamente atractivo, que se detuvo a mitad de camino entre la abertura que quedó entre las maderas; dedicándole una sonrisa a Brian cuando su mirada ébano de pronto se encontró con la avellana del menor.
El inglés cerró los ojos fuertemente luego de que la palabra 'atractivo' pasara por su cabeza, estaba intentando disipar todo rastro y todo recuerdo; todo pensamiento impuro que llegara a tener en ese instante.
—Perdóname, Dios —pensó Brian mientras dejaba descansar su cabeza en la madera de la parte trasera del carruaje.
Nota de autora: Hasta que por fin se me dio por editar esta porquería, ahq.