Capítulo 04: El bosque de la infelicidad.

170 43 88
                                    

La escena comenzaba con la familia May, todos estaban tranquilamente cenando; un pan junto a un vaso de agua. No habían tenido la suficiente suerte encontrando algo más, así que eso era lo único que tenían por el momento. Pero, al menos, al momento de sentarse en la mesa, todos le agradecieron a Dios por ese pedazo de pan que se llevarían a la boca aquella noche.

—¿Brian, dónde está mi copa de plata? —preguntó la mujer irrumpiendo con el silencio, sin dejar de observar a su hijo con mucha seriedad. El menor levantó la cabeza cuando se dirigieron a su persona, e inmediatamente negó con la cabeza. Dándole a entender a su madre que no sabía en dónde se encontraba dicho objeto —No me mientas, te vi jugando con ella la otra vez.

—Mamá, hablo en serio, no te estoy mintiendo. No la he visto. —volvió a responder, mostrando su seriedad también, no soportaba que su madre siempre pensara que lo único que él sabía hacer era decir mentiras y más mentiras.

—Brian deja de-

—Mujer, si Brian dice que no sabe en dónde está la copa, es porque de verdad desconoce aquello —Harold interrumpió a su esposa con todas las intenciones de defender a su hijo, pues sabía cómo su mujer trataba al rizado algunas veces a pesar de quererlo mucho. Aparte de que él era el responsable de la desaparición de la copa de plata, no el rizado.

Ruth se quedó en silencio luego de las palabras que vinieron por parte del líder de la familiar, esas preguntas fueron todo lo que habían intercambiado durante lo que llevaban de cena. El silencio era terrorífico, tan sepulcral que parecía que todos de odiaban entre sí. Ni siquiera Cristopher había tenido el valor suficiente para decir algo al respecto, su cerebro estaba obstruido salvajemente. Y como si de un llamado a la realidad se tratase, fuera de la casa se pudo escuchar un ruido proveniente de las cabras.

—¿No metiste las cabras al corral, Brian? —preguntó su madre una vez más de forma casi inmediata, frunció su ceño con tanto enojo que hasta atemorizó al menor. Habían cosas que la mujer no soportaba, entre ellas estaba que su hijo la desobedeciera.

—No, lo siento —murmuró apenado al haberse olvidado de esa tarea tan sencilla. Y sabía lo que su madre estaba pensando en ese momento, sabía lo que transmitía su tono de voz, pero aquello no lo había hecho a propósito. Simplemente estuvo tan distraído que se le olvidó hacerlo.

Luego se levantó de su asiento con intensas ganas de decirle a su progenitora que estaba cansado de todas aquellas labores que eran exclusivamente para él. Agachó su cabeza aún apenada de todo, dirigiéndose a la entrada de su supuesto hogar. Y tomó una linterna de kerosene, la cual, encendió con una vela antes de ponerse su abrigo, y, acto seguido, salir de la casa. Cuando cerró la puerta a sus espaldas, sintió las gélidas ráfagas de viento golpear su rostro, su cuerpo se estremeció por ese contacto del exterior, su mirada trató de asimilar el paisaje.

Se sentía extraño.

Su familia había sido exiliada de un pueblo, pero su ser parecía haber sido exiliado del universo. Su caminata se sentía extraña por esos rubros escabrosos.

—Maldito frío —masculló mientras levantaba su linterna, achicando los ojos para ver en dónde se encontraban las cabras. Sentía los labios un poco congelados.

Y caminó al visualizar a su cabra blanca a la lejanía, pero terminó topándose con la cabra negra a mitad de camino. El animal lo miró de una manera perturbadora, su corazón estaba a un breve paso de estallar, pues Black Phillip había salido de la nada; de la noche, podría decirse.

"Crece una corona en su cabeza, es el rey de todo. Es el rey del cielo y de la tierra..."

Levantó la mirada, extrañado. Pensando que estaba loco, pues escuchaba cómo susurraban esa melodía en sus oídos, era una especie de zumbido fastidioso que aturdió todos sus sentidos. Los vellos de su nuca se erizaron, cantaban a sus espaldas. Sentía que había pasado por tantas cosas que aquello no sería nada nuevo, así que volteó, viendo a su hermana menor cantando con una sonrisa divertida, sumergida en su profunda inocencia mientras acariciaba el pelaje de aquella cabra negra que causaba escalofríos en su alma.

el brujo  ੭  maycuryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora