Otro día estaba por culminar, la noche había caído una vez más en ese tenebroso lugar. El sol había dejado su puesto momentáneamente para otorgárselo a la hermosa luna; su tan preciada amante. Que a pesar de no poder tocarla, siempre estaba dispuesto a dejar detalles para mostrar que el amor que se tenían, aún estaba intacto, como en el principio de los tiempos.
El ambiente era ideal en aquel momento para que cierto sueño no se viera interrumpido por pequeños y extraños sonidos provenientes del exterior, o bien, de su propia casa. Sólo podía hacerse eco con el cántico constante de los grillos, parecían ser el consuelo más apropiado para ese corazón desesperado.
El rizado estaba bien acomodado sobre su tan incómoda cama de alcoba, con una fina manta arropando su cuerpo tan débil. Sumergiéndose todavía, en un profundo sueño. Y sin saberlo, quizá, sería el más hermoso de todos en la historia no escrita, o poetizada, de los sueños.
Y así, poco a poco, se encontraba relajando toda su anatomía. Dejándose envolver por el calor que se producía en sí mismo, tratando de teletransportarse al otro mundo; al mundo astral. Aquel lugar era reconocido por ser, supuestamente, mágico. En donde todo era posible... desde la más oscura fantasía, hasta la más profunda pesadilla.
Sentía como su piel era acariciada por recuerdos, como flotaba entre diversos mares de nubes rosas que se volvían transparentes con el paso de los microsegundos, imitando así, el mismo tono de la neblina. Su mente escuchaba recuerdos, incluso, algunos que él ni siquiera había vivido, ¿Vida pasada? Tal vez. Él no lo sabía, pero tampoco deducía si estaba por conocerlo.
Hasta que su atención se fijó en una gran puerta de oro al final del recorrido, la cual, no dudó en abrir, con suavidad, porque no dejaba la duda de un lado. Y por ahí, en las diminutas aberturas, se asomaron muchos rayos que provenían del cálido sol de verano, el oro sólo resplandeció más, destacando ante los ojos miel de Brian por esas pequeñas escarchas tan dulces que adornaban el marco. Con un dedo lo acarició, cubriéndose de magia, podría decirse así. Gracias a eso llevaba la boca medio entreabierta pensando sobre qué cosa era lo que había detrás, si solamente la portada de ese libro tan encantador estaba espectacular. Abrió más la puerta, mirando curioso, asomando su cabeza por ahí, deparando en un paraíso.
Literalmente.
Se relamió los labios con asombro al ver todo eso, no quería perderse ningún detalle al respecto, pues su mirada recorría cada centímetro de aquel hermoso bosque, examinando hasta el mínimo detalle. Todo estaba tan lleno de vegetación, que parecía de ensueño incluso. Y cerca de donde estaba, habían pequeñas lagunas, en donde varios peces nadaban divertidos, los animalitos terrestres correteaban, las aves danzaban en compañía de los vientos tan pacíficos que rugían suavemente por ahí. Una sonrisa apareció en su rostro, siguiendo su camino, claro que, sin rumbo aparente. Pero tenía la clara intención de saber qué tan grande era ese lugar.
Ni siquiera tenía miedo de perderse por esos valles, no le importaba. Pero había un pequeño detalle, sentía que alguien lo seguía, por lo que no dejaba de mirar hacia sus espaldas. De todas formas, trataba de no tomarle mayor relevancia, parecía difícil de igual forma, porque sentía mucho pesar en su nuca.
Siguió caminando, hasta que, un gran árbol captó su torso atención, este se encontraba a la par de una laguna de hermosas aguas cristalinas. El árbol era tan grande que podía considerarse la madre de toda la naturaleza, al igual que esa laguna. Y entre las pequeñas aberturas que habían de un árbol a otro, se veía como los rayos del sol pasaban a través de ellos e iluminaban a una bonita figura masculina que tenía la espalda recargada en el tronco. Era como una estrella de cine en pleno espectáculo, todos los reflectores apuntaban a su encantador rostro. Por un momento, pensó que podría estar dormido, algo que al final terminó descartando, pues su mano se movía, acariciando el pelaje de un gato negro que ronroneaba relajado en su regazo.