2

47 10 7
                                    

Me sudaban las manos y no podía concentrarme en lo que las mamás estaban diciendo. Solo podía pensar en que él estaba a mi lado.

¡A mi lado!

Su rodilla chocaba contra la mía cada vez que el carro atravesaba por un bache.

—¿Mande? —dije para que Francis, que iba al volante, me repitiera la pregunta.

—¿Que si te gusta alguien? ¿Algún muchacho en la escuela o un vecinito?

¡Por Dios!

—¡No! —eso fue lo primero que se me vino a la mente.

Yael quiso reírse. Si lo hubiera hecho su aliento me habría rozado todavía más la mitad del rostro.

Raúl, mi hermano mayor, que estaba a derecha, se rebulló en su lugar y esto hizo que Yael y yo nos acercamos más.

—¿No? Eso está raro. ¿O me quieres decir? Solo estamos nosotros. No le diremos a nadie.

—¡Ay, ama! —intervino Belén, la hermana de Yael—. Déjala, por algo no te quiere decir. Yo te he dicho y ya lo sabe medio pueblo.

—Eso es para que Raulito se ponga listo y no se tarde contigo —dijo con un tono divertido, aunque no creo que lo dijera tan en broma.

Raúl se pegó más hacia mí y mi cabeza rozó la de Yael.

Mi temperatura corporal subía como loca. Para colmo, él no había abierto la boca desde que salimos del restaurante.

¡¿Por qué no decía nada?!

—No, no habrá boda entre nuestras familias. Al menos no entre Belen y yo —respondió mi hermano—. Victoria, ¿puedes hacerte más para allá?

¡¿Más?!

¿Donde iba a terminar si me recorría un poco más? Tantito más y me subía a las piernas de... Giré la cabeza para verlo por el rabillo del ojo y Yael me devolvió el gesto. Sentí un hueco en el estómago.

—No seas grosero, Raúl —lo regaño mi mamá desde el asiento del copiloto.

—Yo no me ofendí, eh —aclaró Belen—. No es mi tipo de todas formas. Ni si quiera me gusta su colonia.

—Uyyy... Menos mal. Me la pondré más seguido —murmuró mi hermano.

—¿Y Yael? —comenzó mi mamá—. ¿Hay alguien que le guste?

Se me encogió el corazón.

—¡Has de ver! La chamacas de la escuela no lo dejan en paz. El otro día una hasta le robó un beso.

—No imagino por qué —murmuró Raúl.

—Pues claro, como juega futbol y es el mejorcito del equipo y el mas carita, pues las chiquillas se vuelvan. Y luego que empezó con eso de la cantada. Uuuu...¡Ni para qué te cuento!

Alguien se rio en la parte de atrás, en la cajuela y el carro se sacudió un poco. Eran Enrique y Feirel. Había forma de respirar ahí atrás y a ellos les emocionaba ir allí. Esa era un de las pocas cosas en las que Enrique le seguía la corriente.

—Loquillos —dijo Belén y se rio.

—¿A dónde dijiste que fue mi papá, ama? —inquirió Raúl.

—Fueron a recoger una mercancía para el trabajo. Les llegó tarde y Fabián se ofreció a ayudarles.

—Oh.

Sí, oh. Y exactamente por eso estábamos metidos como sardinas en ese auto. Francis insistía en que todos cabíamos si nos acomodabamos bien. No puedo contradecirla, aunque tampoco puedo decir que fuera muy seguro. Tantito más, Yael y Belén, que iban en los extremos, se hubieran salido por las puertas.

—Lo hubieras sabido si en lugar de irte a hablar por teléfono al jardín te hubieras quedado con nosotros —le dijo mi mamá.

—No empieces, ma. Yael también se salió a quién sabe dónde y a él nunca le dicen nada.

—No iba a quedarme sentado mientras tú críticas todo lo que digo y hago —Yael finalmente dijo algo.

—Ya qué. No voy a decirte nada más entonces.

Yael se encogió de hombros y de la nada comenzó a tararear una canción.

¿Le gustaba que yo estuviera tan cerca de él o le daba igual?

¿No estaba nervioso u no le importaba para nada y yo era solo una "chiquilla" más?

No pude abrir la boca en lo que restó del camino y él... siguió tarareandome al oído, por lo menos eso es lo que lo obligaba a hacer la forma tan apretada en la que estábamos sentados.

Para cuando por fin llegamos a mi casa, ya tenía bien planeada mi salida. Iba a usar la misma puerta que Raúl. Eso se vería muy... era la mejor opción y punto.

Belén se bajó primero y Raúl se deslizó por el asiento hasta llegar a la puerta. Yo iba a seguirlo, pero Yael me dio un ligero codazo, apenas un toque con el que pretendía llamar mi atención. Voltee a verlo. Abrió la puerta, se bajó y la sostuvo para esperar a que yo me bajara. Él no tenía necesidad de bajarse de lugar, una puerta abierta era suficiente porque Raúl y yo éramos los únicos que necesitábamos salir. Todavía así, él lo hizo.

Quise hacerme la difícil como lo hacía siempre, pero entonces recordé lo que me sugirió Ayalis:

"Tienes que ser más flexible y amable con él".

Dejé de pensarlo tanto y me deslicé por el asiento hacia la izquierda, hacia él. Cuando mis pies tocaron la tierra, me di cuenta de que me estaban temblando las rodillas y la vibración se extendió por todo mi cuerpo.

—Gracias —dije pero no estuve segura de si él me escuchó.

—De nada —respondió, mirándome.

¡Sí escuchó!

Me puse más nerviosa. No sabía cómo poner los brazos mientras esperaba que mamá o Raúl abrieran la puerta de la entrada. Quería que el viera que estaba tranquila, normal, que no me afectaba para nada haberlo tenido tan cerca.

—¡Bájate, Kike! —le dijo Belén a mi hermano cuándo abrió el maletero.

—¿Ya llegamos?

—Pues sí... ¿Fei te vas a subir en frente?

—No, me gusta aquí.

Mi mamá se despidió de Francis y le dio las gracias por llevarnos.

—Nos vemos luego, Viry...

¿Viry?

Sabía que era su voz, pero algo dentro de mí no podía creerlo porque yo nunca lo había escuchado decirme así.

¿Por qué no se había subido todavía?

—Nos vemos —respondí.

Y entonces extendió la mano para despedirse. Correspondí el gesto. Nuestras manos se estrecharon por unos cinco o siete segundos. Me palpitaba el pecho con fuerza. Qué bueno que era de noche porque si no él se hubiera dado cuenta de que tenía la cara muy roja o de que me temblaban los labios.

Me miró una última vez antes de volver a subir al carro. Cerró la puerta y yo me sentí... No sabía qué o como debería sentirme. No sabía si ese acercamiento cambiaría algo entre nosotros o si todo volvería a la normalidad al día siguiente, como siempre.

—Correle que quiero ir al baño, ma —dijo Enrique, bailando para aguantarse.

—Ya voy, ya voy.

—Victoria... —Mi hermano Raúl se paró atrás de mí mientras mamá intentaba meter la lleve en la cerradura para abrir la puerta.

—¿Eh? —contesté sin quitar la mirada del carro que se alejaba entre las sombras de la noche.

—Te gusta Yael, ¿verdad?

La sangre se me fue hasta los pies y sentí un grumo en la garganta. No quería voltear a verlo, pero lo hice sin siquiera pensar. Tenía a mi hermano mayor frente a frente, mirándome directo a los ojos, haciéndome la pregunta que toda la vida estuve temiendo que me hiera.

Ustedes que atrapan cenzontles... ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora