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Hice todo lo posible para que no se me notara, pero era obvio que estaba tratando de ocultar algo.

—¿Eh? —pronuncié para tener tiempo de armar una buena respuesta. Aunque me gustaba más la idea de hacerme la tonta.

—Listo —anunció mamá.

—¡Por fin! —exclamó Enrique y entró a la carrera a la casa.

—Voy con sus abuelos a llevarles las hamburguesas. Vengan, pero solo nos quedaremos un ratito. Tu abuela debe acostarse temprano.

Los dos asentimos con la cabeza y comenzamos a caminar hacia la puerta, pero, cuando estaba a punto de entrar, Raúl carraspeó para indicarme que volviera a verlo.

—¿Te gusta Yael? —insistió al darse cuenta de que no iba a responderle a la primera.

—¡¿Qué te pasa?! ¡¿Estás loco, Raúl?! —mi reacción sonó mucho más exagerada de lo que me hubiese gustado.

—No se trata de estar loco... Es lo que he visto durante un tiempo.

¿Un tiempo?

—¿Y por qué lo sacas ahora tan de repente?

—Yo qué sé, sentí curiosidad y ya. Casi podía sentir cómo te palpitaban el corazón ahí dentro. No te late así cuando estás conmigo y con Belén... No creo que fuera por ella. Solo queda Yael.

¿Sintió mis latidos? ¿Tan fuertes eran? ¿Yael se dio cuenta también?

Volví a tener calor.

—Eso fue porque estábamos muy cerca, todos. No tiene nada que ver con él.

Raúl hizo chiquitos los ojos y puso una sonrisa burlona.

—Ay, ajá. Como no.

—Es enserio.

Él estaba a punto de decirme otra cosa pero su celular comenzó a sonar.

Salvada por la campana.

—¡Ey-tale! —respondió la llamada mientras entraba a la casa.

Dejé salir todo el aire que retuve.

Estaba temblado y tenía la piel chinita. Mis piernas parecían gelatina, pero puede llegar hasta la casa de mis abuelos sin mayores contratiempos.

—¿Y se sentó a tu lado? —me estaba preguntando el abuelo.

Hice una mueca de fastidio y me estiré sobre la mesa para robarle una papa frita. Ni siquiera había podido comer agusto en el restaurante porque Yael estaba ahí y me daba pena, se me revolvía el estómago y era casi imposible tragar bocado.

—Cuando su mamá dijo que nos iban a dar raite y vio que yo iba a entrar primero, él quitó todo del otro lado del asiento trasero y se metió bien rápido para quedar a mi lado.

—Ahora sí se puso listo —dijo el abuelo y mi abuela se rio.

—Se hace pero se nota que le gusta —repuso mi mamá—. No puede disimular aunque quiera fingir que le cae mal.

—Ella es más obvia —dijo Raúl desde el sofá de la sala.

Se me subió el color de la cara y mi abuelo se encargó de hacerselo saber a todos.

No dije nada porque me dí cuenta de que todos ahí daban por sentado que a mí me gustaba Yael, aunque yo nunca lo había admitido con mi propia boca. El tema de Yael se daba de una forma extrañamente natural. Casi siempre lo criticabamos, nos burlabamos de él o algo por el estilo. En otras ocasiones, especulamos sobre lo que sus acciones podrían significar, mi mamá y abuelos siempre llegaban a la conclusión de que él estaba enamorado de mí, pero quería aparentar que no, y por eso hacía tal o tal cosa.

Ustedes que atrapan cenzontles... ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora