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Pasé la mano por debajo de la almohada para sacar mi celular... Bueno, en realidad era lo que algunos llaman "cacahuate": un celular con botones y una pantalla muy chiquita. No había de otra, mi mamá me prometió que me dejaría tener un teléfono moderno hasta que entrara a la prepa, después de rendir mi primer examen para ser exacta, claro que primero tenía que aprobar.

Faltaba muy poco.

Lo que me parecía injusto era que Raúl hubiera podido comprar uno sin ninguna condición. Él hacia esto y aquello con solo avisar. Se entendería si dijeran que eso ocurría porque él es el hermano mayor, pero incluso Enrique tenía uno. Un asunto con bastante margen para discutir si me preguntan a mí.

Presioné uno de los botones para que se encendiera.

No tenía ni un solo mensaje, a pesar de que yo sí envié uno.

Suspiré y me quedé mirando el techo. En realidad solo podía imaginar que lo veía porque el foco estaba apagado. Luego de un momento, desvíe la mirada hacia la puerta porque escuché unos pasos.

La perilla de la puerta se giró y la luz del pasillo entró a la habitación en compañía de una silueta familiar y desconocida al mismo tiempo.

Me incorporé lo más rápido que pude y me eché el cabello hacia atrás.

—¿Beto? —mascullé para no despertar a toda mi familia con el sonido mi voz.

Él dio un respingo y se tambaleó.

—¿A qué hora entraste? —cuestionó, tallándose los ojos. Tenía la voz ronca.

—Tú entraste no yo —le aclaré con voz baja.

Beto parpadeó varias veces y, cuando se dio cuenta de su equivocación, trastabilló hacia atrás.

—Ups —quiso reírse—. Me confundí de puerta. Ya te quería sacar de tu cuarto.

Sonreí y me cubrí más con el edredón.

—Imagínate que hubieras estado dormida y yo te aplasto.

—Te pasas, que sadico —dije en broma.

Beto ya tenía unos tres días viviendo con nosotros, compartiendo habitación con Raúl. Creo que esa noche salió al baño y acabó entrando a mi habitación por un simple error de cálculo, eso es lo que me he forzado a creer en los últimos años y quiero seguir creyéndolo.

—Ya pasa de media noche... ¿Seguías despierta o te desperté cuando abrí la puerta?

—Ehhhh... Me desperté con el ruido. —Quise poner el celular debajo de la almohada otra vez, pero el dichoso mensaje llegó justo en ese momento.

Se me olvidó ponerlo en silencio.

—¿Sí, eh? ¿Yo te desperté? —Se acercó más a la cama—. ¿Con quién hablas a esta hora?

—No pongas esa cara... No estaba hablando con nadie. Solo que le envié un mensaje hace rato y de seguro contestó hasta ahorita. Y si no es ella son las famosos noticias. De ahí en fuera nadie me escribe a está hora.

Él se encogió de hombros.

—No te asustes. Solo estaba jugando —Me puso la mano sobre la cabeza. Era pesada—.  ¿"Ella" es tu amiga, de la que me constate la otra vez?

—Sí... Ayalis, Aya.

—¿Qué no la viste en la escuela toda la semana? ¿Por qué...? —Señaló hacia la almohada.

—Ah, es que ella llega hasta mañana... hoy. Sale de vacaciones cada invierno y esta vez su papá se confundió con la fechas de "regreso a clases" y compró los boletos de avión para esta semana, así que la veré hasta mañana, hoy, en la escuela.

Ustedes que atrapan cenzontles... ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora