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La primera y última vez que Yael y yo pudimos convivir sin tensión, durante los quince años que llevábamos de conocernos, fue cuando teníamos entre nueve y once años.

Mis padres organizaron una pequeña cena en nuestra casa. Invitaron a unos tíos, otras dos familias y, por su puesto, a los Grispo.

Yo estaba sentada en el sillón cuando él entró por la puerta, todos se desvalagaron por la casa como si nada pero él se quedó ahí parado, a un lado del umbral.

Él me miró.

Yo lo miré.

Y ninguno dijo nada.

Esa noche hubo pavo relleno y pastel de chocolate.

Las niñas nos fuimos al cuarto de televisión para comer el postre y jugar un rato. Éramos Belén, mi prima pequeña y dos niñas con las que he perdido contacto ahora.

Ver las mismas películas de siempre nos aburrió y Belén sugirió, exigió, que pusiéramos música.

Al cabo de unos minutos tocaron a la puerta. Quité el candado y me asomé para ver quién era... Y sí, su rostro apreció frente a mí.

Mis ojos se quedaron enganchados a los de Yael hasta que Raúl lo hizo a un lado.

—Queremos entrar.

—¿Por qué?

—Queremos entrar y ya.

—¡No! —replicó Belén—. ¡Solo las niñas!

—¿Por qué eres así, Belén? —dijo Fei desde más atrás.

Ella le mostró la lengua.

—No los dejes entrar, Victoria. Solo quieren molestarnos.

Me les quedé mirando. Me estaba haciendo la dura pero muy en el fondo quería que se quedarán... que él se quedara.

—¡Esta también es mi casa!  —exclamó Enrique, que apenas y podía hablar.

—Sí, esta también es su casa —repuso Yael.

Lo miré con el ceño fruncido.

—¡Voy a entrar si quiero! —dijo Enrique y empujó la puerta.

Los demás niños hicieron lo mismo y las niñas tratamos de evitarlo.

Se desató el caos.

Gritos de las niñas.

Gritos de los niños.

Llanto de mi prima, que era a todavía más pequeña que Enrique y estaba asustada por todo el alboroto.

Empujones.

Jalones.

Habíamos entrado en una clase de juego similar al de proteger un fuerte, quién lograra cerrar la puerta con más de los suyos adentro ganaba. Creo que era así... hasta el día de hoy no logró entender qué sentido tenía ese juego y por qué nos divertimos tanto.

Yael y yo acabamos en el pasillo. Él intentó encerrarme en el baño pero yo me resistí e intenté meterlo a él. Belén llegó y me ayudó a jugamos como si fuéramos los mejores amigos del mundo.

Las otras dos niñas se quedaron dentro del cuarto, "protegiéndolo". Ayalis no estaba invitada porque aún faltaban aún me faltaba poco más del año para conocerla.

La música siguió sonando y mi primita siguió llorando.

Mi mamá y mi tía vieron a ver qué ocurría poco después.

—¿Qué le hacen a la niña? —dijo mi mamá, entrando a la habitación.

—¡Ma! —la niña extendió los brazos y chilló con más ganas cuando vio a su mamá. Tenía la cara roja y arrugada de tanto llorar.

Ustedes que atrapan cenzontles... ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora