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—Victoria —me llamó Raúl, que estaba en la cocina.

—¿Mande? —respondí desde la sala. Mi papá me había pedido que bajara el volumen de la televisión.

—Saca el queso monterrey del refri.

—Ahí voy.

Dejé el control en la mesa del centro y fui hacia la cocina.

—¿Vas a querer jamón frito, papá? —inquirió mamá. A veces creía que no se sabían sus nombres: casi siempre se llamaban entre sí como "mamá", "papá" o...

—Sí, mija. Dos, por favor.

"Mija" o "mijo".

—¿Y tú Raúl?

—Igual. —Vertió la mezcla de huevo sobre el sartén. El aceite tronó cuando entró en contacto con la mezcla—. Victoria, el queso.

—No lo veo... Ah, espera... Creo que ya. —Hice a un lado el galón de leche para poder sacar el queso y de pronto se me antojó un licuado de plátano así que dejé el galón en el suelo.

—¿Hiciste tu tarea, Kike?

—Sí, pa —respondió Enrique, pero su voz sonó ausente.

—¿Seguro? Ey, te hablo... Dejá eso en tu mochila.

—Ahorita, no quiero bajar de nivel.

—Buenos días.

Saqué la cabeza del refrigerador y envié mi atención hacia Beto, que acaba de entrar al comedor.

Tardaba mucho en arreglarse.

—Buenos días, Beto —respondieron mis papás al mismo tiempo, él desde la maesa y ella desde la estufa.

Raúl y yo intercambiamos miradas unos segundos: nosotros no acostumbrabamos saludarnos así, por eso nos causaba gracia ver cómo se portaban tan educados con la visita. Parecía que querían dar la impresión de ser la "familia perfecta". Tampoco podíamos decir nada porque Raúl y yo éramos más "educados" que de costumbre. El unico que actuaba como siempre era Enrique, él ni siquiera levantó la mirada de su teléfono.

Era agradable tener visita, pero veía la hora de ser solo nosotros cinco de nuevo.

Dejé el queso cerca de la estufa y fui a buscar el vaso de la licuadora.

—Siéntate, ahorita va ha estar el desayuno. Olga y Raúl están preparando unos omelettes.

—Sí, gracias, Diego. ¿Raúl sabe cocinar? —cuestionó Alberto, sentandose en la mesa.

—Hasta la pregunta ofende —Raul se adelantó a contestar, poniendo el queso dentro del omelettes.

—¿Y tú, Beto? —preguntó papá.

—¡Hasta cree! Se me quema hasta el agua para el café.

Mi papá se rio.

—Él, sí. Sabe hacer más que yo, yo no paso de huevo con esto y huevo con aquello y mis frijolitos. Ah, pero yo le enseñé a hacer los omelettes.

—Su dichoso invento —empezó Raúl en son de burla y luego fue a dejar un plato a la mesa. Mi papá se lo pasó a Beto, que estaba más interesado en la historia del "invento" que en su desayuno.

—¿Cómo?

—Yo trabajé como lavaplatos cuando tenía unos 18 o 19 años. Ahí me llegó la inspiración y comencé a intentar a cocinar en casa. En uno de mis intentos se me ocurrió ponerle queso al huevo, como si fuera una quesadilla. A toda mi familia le gustó. Luego fui bien emocionado con el chef y ahí me dijo que eso ya existía.

Ustedes que atrapan cenzontles... ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora