Capítulo 12.

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Mientras Erick reía y sonreía durante la comida, hablaba con el jefe sobre lo bien que habían salido las cosas. Su recompensa sería, tomar su puesto cuando fuese momento, y eso lo ponía de un humor de maravilla, por lo que deseaba realmente festejar.

Pero el único con quien le interesaba hacerlo, simplemente miraba su plato sin ganas con la mejilla apoyada sobre su puño y movía sus guisantes y otras cosas de un lado a otro, sin siquiera desear probar un bocado.

No tenía hambre.

Tanta sangre, tanta piel deshecha y algunos cuantos trozos de carne fuera de su lugar se la habían quitado, simplemente dejándole asqueado.

Erick le miró una vez más, pasando de la decena de veces de haberlo hecho, y su sonrisa comenzó a desvanecerse lentamente al verlo de la misma forma que horas atrás y, sin poder reaccionar, con un tono de total fastidio le habló.

—¿Puedes quitar tu maldita cara de amargado?

Christopher, sin saber si le hablaba a él levantó la mirada y, al notar que era así, se acomodó en su lugar sin cambiar su expresión apagada y Erick se refregó el rostro con molestia, sin darse cuenta que de alguna manera su intento de actitud dominante ponía feliz al jefe, y todos le miraban medio sorprendidos.

—No puedo, ¿por qué no me obligas? —retó Christopher y el ojiverde frunció el ceño.

—Ja, te crees que me va a costar cariño —se burló—. Mejor ni me provoques.

—¿Por qué? —insistió el castaño curvando sus labios en una sonrisa sarcástica— Ahora supones que puedes hacer conmigo lo que quieras porque eres el asesino número uno del jefe y piensas que te voy a tener miedo —soltó una risa burlesca y Erick le miró con los ojos encendidos—. Bueno Erick, quédate con tu puesto, con tu jodido ego y con todo lo que quieras, pero no te quedes conmigo. Te aseguro que no te tengo miedo y si lo que tenemos te impide intentar ponerme un arma o algo, pues terminamos y haz conmigo lo que quieras, pero no creas que me vas a hacer tu sumiso.

Se levantó de su lugar y detrás suyo el ojiverde, a quien empujó para que no lo siguiera y aún así, lo tuvo pisando donde él dejaba huellas, hasta llegar a la habitación.

A ninguno le había importado cuan tontos se habían visto haciendo aquél pequeño show frente a la familia del jefe y los otros hombres que trabajaban para él.

—Christopher, ¿qué carajo es lo que acabas de decir?

El castaño se detuvo frente al armario y giró a mirarle lentamente, sin sentirse ni en lo mínimo intimidado por la forma en que el ojiverde le estaba hablando.

¿Quizá era, que su corazón aquél día se estaba congelando?

Sin darle muchas vueltas, entendió a lo que Erick se refería, y rápidamente repitió sin más:

—Terminamos.

—Puta madre, Christopher —se quejó sin creérselo—. ¿Todo esto? ¿Todo tu maldito teatro es porque no eres capaz de entender que estamos aquí, vivos aún, con la única intención de matar? ¡Maldita sea! —chilló frustrado— Que con dieciocho años cuentes como adulto no importa, deberías madurar.

—Madurar —bufó Christopher—. Déjame decirte que matar a alguien sin sentirme mal no es madurar.

—Debes agradecer que tú no eres uno de esos idiotas y no más, no sé qué carajos te pasa.

—¡Pasa que no quiero ser como tú! —alegó con indignación— A tí te gusta ser así, pero yo no puedo. No voy a hacerle a nadie lo mismo que le hiciste a mis padres...

Niño sicario || Chriserick.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora