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¿Me querrías más
Si matara a alguien por ti?
¿Me sostendrías la mano?
Son las mismas que usé
Cuando maté a alguien por ti.

–Alec Benjamin (If I Killed Someone For You).

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Aproximadamente ocho horas habían transcurrido desde su ingreso al hospital, se le había realizado una cateterización y unas cuantas intervenciones más para poder atender ese infarto que había tenido, que a pesar de que no era grave, si había sido riesgoso, no como la vez en que lo "fingió", nada parecido ni de cerca. El chico de cresta también había sido intervenido con éxito, prometiendo recuperarse en la brevedad de su lesión, al no ser una herida profunda ni fatal. Sin duda, tuvieron suerte.

Y ahí estaban, a la salida del hospital; Volkov y Gustabo, quienes no habían abandonado la sala desde que ingresaron, Horacio fue dado de alta primero, y tan solo salir fue corriendo a abrazar a Volkov y a su hermano.

—Te vas a lastimar —regañó el comisario.

—Perdone usted, pero me alegra verlos aquí. —dijo Horacio con esa simpatía y felicidad que lo caracterizaba, sorprendido incluso que ellos pasaran la noche incómodos y sin dormir bien con tal de esperar su recuperación. Así pues, ya esperaban al superintendente.

—No os quedéis ahí, moveos, larguémonos de aquí. —dijo Conway sin ninguna muestra de "agradecimiento", le palpitaba la cabeza y el olor a fármacos le mareaba, todo lo contrario a la noche de ayer, pero era lógico y comprensible.

Todos subieron al patrulla en camino a casa de Conway y Gustabo, pues bien debía tomar una ducha y cambiarse de ropa, ya que al haberse negado a tomarse el día, fue más que obvio que no estaba dispuesto a ceder. Volkov y Horacio se despidieron de ambos y Conway entró a su hogar sin decir una palabra a nadie. Gustabó lo observó con algo de molestia y tristeza conjunta.

— Ya conoces cómo es él... —dijo Volkov desde su coche antes de partir de allí al lado de Horacio. —Nos vemos mañana ¿vale? —Gustabo hizo una mueca apenas convencida pero agradeció el esfuerzo de ser tranquilizado, y una vez que sus amigos partieron, decidió ingresar para encontrarse con su pareja.

Al entrar logró escuchar el sonido del agua golpear contra las baldosas del baño, indicándole que Conway tomaba un baño, pero estaba casi seguro de que este no quería cruzar palabra alguna, ni siquiera con él. El rubio se sentó en el sofá, cabizbajo, cansado y con una maraña de emociones en la cabeza, centró su atención en el pasamontañas blanco en su manos, dejando que su mente sacara sus propias conclusiones de lo ocurrido hace unas horas.

¿Y si esa bala en el hombro de Horacio hubiera sido atinada centímetros más abajo en su pecho? ¿O que tal en la cabeza del superintendente?

Esto se acaba ahora. Pensó mientras se levantaba y caminaba sigilosamente por la habitación, al seguir escuchando los ríos de agua correr, tomó la oportunidad de buscar algo de ropa para quitarse el conjunto de subinspector. Abrió su closet y descartó la ropa que pertenecía a Conway para buscar sus camisetas y pantalones; el compartir armario y dejar que sus platos, ropas y accesorios se mezclaran era algo normal de vivir juntos y tener una relación romántica. Se apresuró a vestirse y se colocó su chaqueta roja, se colocó sus tapas casuales pero enseguida se percató de que el agua de la ducha había cesado, lo que significaba que el abuelo había terminado.

Gustabo se levantó de prisa encaminado hasta la entrada de la habitación para irse antes de que el super lo viera.

—¿Vas a salir? —lo retuvo la gruesa pero relajada voz de Conway. El rubio apretó los ojos con cierta impaciencia y decepción de sí mismo. Y no era para menos, realmente el ojiazul no deseaba entablar conversación con su pareja, porque era muy probable que este se desquitara con él. Armándose de valor se dio media vuelta y lo encaró, quedándose mudo por un segundo al verlo allí de pie con una toalla envuelta en su cintura, y el torso enmarcado al aire, clavando sus ojos en él.

—Yo... sí, lo que pasa es que me apetecía algo de cenar y... —moviendo las manos acorde a lo que decía desvió sus ojos de él para que no notara la mentira creada. —Quería conseguirte algo también.

—No tengo hambre.

—Ya, pues igual que lo sepas. —odiaba lo borde que podía ser el viejo en ocasiones, pero aprendió que antes de seguir con absurdas discusiones que no llevarían a nada más que a porrazos o insultos, lo dejaba pasar. Sin más, rodó los ojos y volvió a darse la vuelta dispuesto a marcharse. Pero más tardó en darle la espalda que no sintió el momento en que Conway le rodeó con los brazos desde atrás.

No hubo palabras, ningún comentario, ningún movimiento. Solo estaban ellos dos, por un instante todo el entorno desapareció, solo eran ellos contra el mundo. Y pobre de aquel o aquella que se atreviera a joderles la existencia. Aquel abrazo contenía la mayor de las promesas hechas en silencio, y consigo un temor nunca expresado pero si consiente, un abrazo con sabor a "no quiero perderte, y por un momento sentí que lo hacía". Talvez, la comunicación verbal no era lo único que los podía mantener unidos o cuerdos, porque ni siquiera lo notó; sus labios ya estaban sobre los de Conway desde hace un buen rato y su ropa también había desaparecido de encima de su cuerpo, un dolor en su pelvis y después... terminó arropando al hombre que lo hizo suyo ya muchas veces y hace al menos una hora, permitiéndole descansar de toda esa montaña rusa de emociones.

Gustabo le echó un último vistazo, acariciando una pequeña cicatriz en el rostro de Conway, producto de algunas batallas en el pasado, pues no era la única marca de guerra en su piel, algunas otras heridas estaban por dentro. Por primera vez en mucho tiempo sintió unas ganas inconmensurables de llorar, pero retuvo el nudo en su garganta tan fuerte como pudo. Que le den por culo a los sentimientos que lo retenían de pronto. Se atrevió a pensar. 

Entonces sin más, se encaminó fuera de la habitación vestido y listo de nuevo, cerrando con cuidado de no hacer ruido, caminó hasta la cocina y apoyó las manos en el pequeño comedor de caoba, respirando profundamente, intentando controlar los nervios que se acrecentaban en sus venas. Dirigió su mirada hasta las repisas con libros que había en la sala y decidió tomar boli y un papel, dejar una nota para cuando su pareja despertara, no tardo mucho en plasmar las letras de referencia, y cuando al final se atrevió a soltar el instrumento de tinta, su mano temblaba, esto le causo molestia, por lo que cerró el puño para intentar hacerse daño con las uñas y que de alguna manera su extremidad dejara de molestar; un suspiro, y la decisión estaba tomada, dobló la hoja de papel y la dejó justo en donde la escribió, así, Conway la notaría... quizá mañana.

Tomó su arma y revisó que tuviera suficientes balas, se la escondió en la parte trasera del pantalón, pero fue todo, no había chaleco ni mascara, solo era él, y nada más él. Encendió el móvil y buscó entre sus contactos uno en específico, y al encontrarlo, sus ojos leyeron el nombre mentalmente: Emilio.

𝚆𝚎 𝙰𝚐𝚊𝚒𝚗𝚜𝚝 𝚃𝚑𝚎 𝚆𝚘𝚛𝚕𝚍 || 𝐈𝐧𝐭𝐞𝐧𝐚𝐛𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora