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Pero sé que algún día lograré salir de aquí, incluso si me lleva toda la noche o un centenar de años.
Necesito un lugar en el que ocultarme, pero no puedo encontrar uno que esté cerca.
Quiero sentirme vivo, fuera no puedo combatir mi miedo.
¿No es agradable, estar en total soledad?
Corazón de cristal, mi mente de piedra.
Me haces pedazos, piel al hueso.
Hola, bienvenido a casa.

Lovely (Billie Eilish ft. Khalid)

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La suavidad del oro en aquella pieza reconfortaba las yemas de sus dedos, mientras su dueño lo examinaba con detenimiento, releyendo una y otra vez la inscripción en esta:

"Semper fi, hasta que el sol se extinga" -G.

Conway sonrió muy suavemente, apenas y se notaba.

—Hasta que el sol deje de brillar, capullo. —susurró. Y ahí estaba, sentado en su cama de hospital, pero vestido y listo para cumplir el alta, hoy se largaba de allí, pero alguien más no; Horacio.

—Jack, es hora de irnos. —le dijo Michelle al otro lado de la puerta, justo cuando llamaba a esta. Conway le indicó que pasara, y ella se acercó con cautela hasta su lugar. —¿Estas listo?

Conway asintió sin dejar de observar el reloj en su mano, así que sin más, lo guardó en el interior de su bolsillo en su sudadera negra, dispuesto a seguir a Michelle lejos de ese cuarto.

Todos estaban listos, Freddy y Volkov los esperaban en la sala de espera, ambos lo saludaron en cuanto se reencontraron, sin embargo; antes de pedir informes o noticias de lo acontecido en esos últimos días, Conway aclaró que él no se iría sin antes haber visto a Horacio, cosa que no se le pudo ser negada. El rumbo cambió y mas pronto de lo que esperaba, la puerta de la habitación del hombre de la cresta se materializó frente a sus ojos, y no hizo falta golpearla para avisar que entraba, pues sabía que del otro lado nadie contestaría. Conway entró despacio y sus ojos se abrieron grandes al divisar al chico que consideraba un hijo estar en sus cinco sentidos viendo hacia la ventana, relajado, en silencio, semi acostado en aquella cama con la intravenosa en un brazo nutriéndole la sangre.

El ruido de la intromisión hizo a Horacio voltear y cruzar miradas con el superintendente, o en su propia consideración; su padre. Sus ojos se cristalizaron al instante que vio a esas cuatro personas de pie en la entrada esperando por saber su estado, y peor aún cuando el nudo en su garganta le lastimó al ver al Volkov... ¿triste? ¿preocupado?. Tantas emociones, tan pocos escondites, y solamente atinó a sonreír con tenuidad.

—¿Cómo estas Horacio? —preguntó Conway acercándose hasta su cama.

—Buah ya sabe, estoy. —respondió divertido, como si su encantó regresara a su sistema y su carisma se renovara en su piel con fanatismo. —Me siento mejor, mucho mejor. —el énfasis en que la lastima no jugara las cartas de su pronta recuperación para así volver al trabajo cuanto antes.

—Nos alegra escuchar eso. —Volkov también decidió acercarse, sin apartar la mirada ahora aliviada que conectaba con la del  de cresta, algo que lo llenaba de plenitud en momentos como ese.

Sí, su felicidad volvía con calma y Horacio sentía que lo peor ya había pasado, excepto, cuando recordó un detalle nada insignificante; una variable importante y dolorosa en la ecuación: su hermano Gustabo. Aquel que le puso en esa cama de hospital en primer lugar, la bala que destrozó su corazón metafóricamente hablando, pero bien sabía que aquel no era Gustabo, si no Pogo, ese mal que solo lastimaba al rubio y a los seres a su alrededor, pero Horacio entendía que ningún mal era imposible de erradicar, solo tenían que usar las tácticas adecuadas o hallar la razón que eliminara a Pogo de raíz, y la muerte no era una opción. No, se negaba a aceptar eso.

𝚆𝚎 𝙰𝚐𝚊𝚒𝚗𝚜𝚝 𝚃𝚑𝚎 𝚆𝚘𝚛𝚕𝚍 || 𝐈𝐧𝐭𝐞𝐧𝐚𝐛𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora