El test de Rorschach

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-Vamos, Ann. Mira y dime lo que ves.

La joven resopló mientras contemplaba el techo blanco de la habitación. Estaba en una sala de estudios o algo similar. Una de las paredes estaba cubierta por completo de estanterías llenas de libros, en otra no había nada solo la puerta de madera, en la tercera montones de títulos y orlas de la universidad y en la última un enorme ventanal que mostraba las vistas desde aquel quinto piso.

Ella estaba recostada en una tumbona de interior color marrón. Al lado izquierdo estaba sentado el psicólogo con un cartel en sus manos mostrándoselo a la chica que seguía sin querer mirar.

-Ann, mira- dijo con un tono de voz cansado.

La joven al fin se giró y miró la mancha de tinta sobre el papel. ¿Y qué quería que dijese? Era una simple mancha, nada más. No había figura alguna. Quizás el loco era él y no ella. Volvió a resoplar y puso sus ojos en blanco.

-No veo nada.

-Seguro que sí. Venga, tú me dices lo que ves y yo te diré lo que veo ¿vale? Solo concéntrate.

Sí, aquello era fácil. Aquel hombre no paraba de atosigarla con cosas semejantes. Y no era que no les gustase, le encantaba estar en su compañía pero cuando sacaba los términos psicológicos la volvía más loca de lo que podía estar.

-Yo veo...-empezó diciendo mientras entrecerraba los ojos- A dos viejos peleándose. Son medio hombres medio animales y tienen las bocas abiertas, como si lanzasen un rugido para averiguar quién es el más fuerte. Mira, mira, están así.

Se sentó en la tumbona, se volvió de espaldas a él para girar su cabeza y abrir su boca, lanzando un pequeño gruñido digno de un lobo. Después se rio y volvió a tumbarse. Ahora era el turno de él y esperaba impaciente conocer su respuesta. Él rio ante su demostración y apuntó un par de cosas en su libreta, Ann no pudo llegar a ver el qué.

-Yo veo... No, no puedo decírtelo- dijo sonriendo y moviendo su cabeza de un lado hacia otro.

-Eres un mentiroso. Nunca te fíes de un psicólogo dijeron, te traicionará y te dirá que estás loca dijeron.

-¿Quién te lo dijo?- el hombre ladeó su cabeza y la miró esperando una respuesta. El bolígrafo estaba en su mano dispuesto a escribir sobre su libreta lo que ella dijese.

-Es... es solo una broma.- el hombre alzó una ceja levemente divertido y ella rio- Entiendo, estabas bromeando también. Muy gracioso, Alex.

-Para ti, señor Brandon.

-Venga ya. Llevamos no-sé-cuántas sesiones, estoy en mi derecho de llamarte como me plazca. Sabes todos, o casi todos, mis secretos.  Alguna ventaja debo sacar yo ¿no?

-¿Qué no sé de ti, Ann?- el hombre se puso serio, como si el ocultarle algo fuese un auténtico delito-Debes contarme lo que sea, todo a ser posible.

-Hay algo que no sabes y que no te lo voy a contar. No por ahora.

Montañas RusasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora