CAPÍTULO 19: EL LAGO

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EMMA

Observé el cielo, de un azul profundo y totalmente despejado, típico de una mañana de verano. Estaba tumbada sobre la hierba de mi jardín, bajo la fresca sombra de un gran arce. La luz del sol se colaba entre sus hojas y me acariciaba la piel, reconfortándome y calentándola a su paso.

A mi memoria vino el recuerdo del día que Jack lo plantó. Jared tendría diez años y yo doce. Mamá hacía poco que había muerto. Papá dejó a un Jared ilusionado cavar el hoyo, después enterramos dos cartas que le habíamos escrito cada uno a mamá y finalmente lo plantamos entre los tres. Al acabar nos regaló dulces por ayudarle y nos contó lo mucho que teníamos que cuidar y querer a la naturaleza, pues estaba conectada con todo, y algún día aquél árbol crecería tan alto que llegaría al cielo, entregando a mamá las cartas que le habíamos escrito.
Había sido un buen padre.

Miré la hora. Aún quedaban cinco minutos: Estaba esperando a Sam para el entrenamiento de todos los martes.

Suspiré. Tenía el ánimo por los suelos desde el incidente de Jack en el bosque.
Ya había pasado una semana desde que le habían operado de urgencias y hacía tan sólo dos días que había salido de la unidad de cuidados intensivos. Mi padre logró sobrevivir pero a pesar de ello, le mantenían en un coma inducido. Tomar esa decisión ha sido lo más duro que he hecho en mi vida pero era la única opción que existía para su completa recuperación. Las heridas en su yugular habían sido muy graves y profundas, así que tenían que sanar bien o no podrían despertarle nunca.

Cerré los ojos agobiada, intentando no imaginar cómo había podido ocurrir el ataque. La impotencia me carcomía por dentro: los vampiros rebeldes que lo habían hecho seguían vivos mientras mi padre luchaba por su vida en el hospital y Bonnie, su compañera, estaba muerta. Encima mi hermano se había encerrado en su mundo y seguía sin hablarme. "Todo maravilloso". Resoplé tapándome el rostro con ambas manos.

De repente algo pesado cayó en mi estómago devolviéndome a la realidad. Me incorporé de golpe: era una mochila negra.

- ¡Pero ¿Qué...?! - me senté mirando con malas pulgas al que me lo había tirado: Sam.

Él se limitó a dedicarme una sonrisa traviesa y perfecta. Nada más verlo mi corazón comenzo a latir con fuerza sin remedio.

- Hoy no hay entrenamiento - anunció. Le miré atónita.

- ¡¿Por qué no?! - En el fondo no me alegraba en absoluto aquella noticia porque sólo significaba: Día libre para ahogar mis penas. "Yuhu. Nótese la ironía."

- Porque nos vamos de viaje - dijo sin dejar de sonreír. Enarqué una ceja sin entender qué estaba pasando. - Cámbiate. Nos vamos en cinco minutos - ordenó sin más con voz ronca.

- Pero...

- Te espero en el coche - soltó sin dejarme formular la frase mientras caminaba de nuevo por donde había entrado al jardín, desapareciendo y dejándome con la intriga.

SAM

Estabamos solos, no había ni un alma en la carretera. El bosque se expandía a ambos lados y a lo lejos podía vislumbrarse la inmensa cordillera de montañas que rodeaba la región: la vista era inmejorable. O eso podían pensar algunos, en cambio, yo no podía quitar mis ojos de ella.

Tenía la ventanilla bajada del todo y estaba apoyada en la puerta con los ojos cerrados, disfrutando del aire fresco que acariciaba su rostro a la vez que despeinaba su dorado cabello. Sacó la mano por la ventanilla y con un movimiento fluido siguió con ella el viento. Mientras lo hacía la luz del sol iluminaba su rostro y su sonrisa.
Dios, estaba realmente preciosa.

MUÉRDEME.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora