CAPÍTULO 35: LOS KLAUS

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SAM

Sabía de sobra que Emma no estaba bien, podía notarlo en sus ojos cada vez que me miraba, y era totalmente comprensible. Me hervía la sangre cada vez que pensaba en mi maldito hermano y en su maravillosa entrada triunfal en el cementerio.

Aparté rápidamente ese odioso pensamiento de mi cabeza y me centré en Emma. La envolvía un halo nostálgico, sentada en la cama aún con el vestido negro que había llevado al funeral y su cabello dorado ligeramente ondulado cayendo sobre sus hombros. Sin embargo su luz no se apagaba. A través de mis ojos Emma iluminaba la habitación con su simple presencia y bastaba solamente con eso para enamorarme perdidamente.

Al instante percibí como sus ojos me envadían, pero sus mejillas se iban sonrojando a medida que me acercaba mientras su corazón latía cada vez más rápido, provocándome como nadie lo hacía.

Me detuve delante de ella, observando detenidamente la habitación a mi al rededor. Estaba adornada muy elegante, como el resto de habitaciones de la mansión, pero algún que otro detalle en tono violeta y los hermosos girasoles en un jarrón encima del tocador delataban que toda la decoración había sido obra de Ellen.

Resultaba que antes de adornarla me había acorralado en la mansión y me había bombardeado a preguntas personales sobre Emma, así que era a la única a la que le había contado que los girasoles eran sus flores favoritas y que su color favorito era el violeta porque le recordaba a su madre.

Sonreí ligeramente admirando la belleza de aquellos enormes girasoles. Sin duda no me arrepentía de habérselo contado: había cuidado cada detalle con esmero y cariño. Ellen era así, siempre preocupándose hasta en lo más mínimo por los demás.

- Debo de admitir que Ellen me ha sorprendido, tu habitación ha quedado realmente acogedora, ¿Te gusta? - me agaché con las manos metidas en los bolsillos de mi pantalón, quedando mi rostro justo enfrente del suyo. Nuevamente noté la tristeza escondida en su mirada nada más encontrarme con ella. Emma asintió desganada ante mi pregunta.

- Pero no es mi habitación, no es mi casa y no es mi familia... todo esto es muy raro y muy difícil de aceptar - susurró abatida, dejándose caer en la cama y clavando sus ojos en el techo.

Me senté a su lado e igualmente me dejé caer, comprendiendo perfectamente como se sentía, porque hubo una vez que también me había sentido idéntico a ella entre las paredes de aquella mansión.

- Te entiendo más de lo que crees, pero dales una oportunidad - la pedí con todo el cariño que pude, pero no me contestó, se mantuvo pensativa e increíblemente preciosa - puede que ahora sean personas completamente extrañas pero algún día te prometo que les podrás llamar familia. A mí cada uno de ellos me salvaron a su manera, y se convirtieron en la única familia que tengo en esta vida - Emma volteó el rostro clavándome sus expresivos ojos verdes - han sufrido igual que tú y que yo. Cada uno tienen una historia que contar.

- ¿Jay siempre ha sido así de idiota? - espetó enarcando una ceja y me eché a reír.

- Debo de admitir que sí, pero en realidad es una barrera que muestra por miedo a que le hagan daño - suspiré mirando al techo, recordando aquél frío día de enero en el que habíamos encontrado a Jay y a Eiden - Él y su hermano se quedaron huérfanos desde muy pequeños a causa del ataque de unos vampiros. Crecieron entre orfanatos y casas de acogida pero nunca encajaban en ningún sitio. Sufrieron mucho hasta que Erik les encontró siendo unos delincuentes callejeros sin futuro alguno - Emma abrió los ojos como platos, sabía que nunca se hubiera imaginado el pasado de los gemelos de esa forma.

- ¿Y los demás? - preguntó llena de curiosidad - ¿Cómo llegaron aquí?.

- Mmm... - resoplé pensativo - Evan llegó al clan poco después de mí y podría decirse que se convirtió rápidamente en mi mejor amigo. Era el hijo primogénito y el heredero de un rico empresario pero su futuro se torció cuando un amigo íntimo le convirtió en una fiesta. Desde esa noche Evan renunció a todo por proteger a su familia, simplemente desapareció, y aunque le buscaron sin cesar durante años, él nunca regresó con la intención de mantenerles a salvo del monstruo en el que se había convertido. A pesar de eso, siempre les protegió en la sombra. Pasaron los años y les vió tristemente envejecer, hasta que murieron, y se sintió aún más solo en el mundo.

MUÉRDEME.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora