Tutores (PARTE II)

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Kurt Cobain no deseaba estar aquí en lo absoluto. Se sentía como un sapo de otro pozo en este Internado lleno de niños ricos y mimados, más aún cuando hace unos días su padre no tenía dinero ni para pagar la electricidad pero sí para pagar uno de las escuelas más caras de Estados Unidos. Pero estaba seguro de que lo había mandado hasta la otra punta del país solamente para deshacerse de una vez por todas de él.

Su padre nunca lo había querido como cualquier otro padre quiere a su hijo, pero la peor parte de todas es que ni siquiera fingía un mínimo interés por él delante de los demás. Constantemente recibía humillaciones de su parte, insultos o cualquier otro método para reducir a su hijo hasta que sea una bola de lágrimas, temblores y deseos de jamás haber nacido.

Y todo esto era antes de haber admitido su homosexualidad. Luego de aquella confesión, su padre ni siquiera era capaz de dirigirle la palabra siquiera para propiciarle un insulto.

Kurt sabía que este Internado era el mejor castigo que a su progenitor se le había ocurrido. El hombre estaba al tanto de su talento como músico y haría cualquier cosa por exprimir a su hijo al máximo, sacar provecho de él hasta que su voz se vuelva ronca y sus dedos sangren de tanto rasgar las cuerdas de su guitarra. Ya había pasado antes. El joven de largo cabello rubio solía tocar la guitarra en las calles de Aberdeen a cambio de dinero, a veces cantaba también. Un día su padre se lo encontró y vio de lo que su hijo estaba hecho, pero lo que más lo impresionó no fue su talento, sino el estuche de su guitarra que tenía al menos unos doscientos dólares en su interior. Sin dudarlo lo tomó, sabiendo que el rubio no haría nada para impedirlo, porque en el fondo aún sentía un poco de afecto por aquél hombre al que llamaba <<papá>> y no quería que las cosas acaben mal entre ambos.

¿Y su madre dónde estaba a todo esto? En Las Vegas con su adinerado novio.

Nadie quería hacerse cargo de Kurt y él nunca supo verdaderamente el porqué. Iba de acá para allá con sus abuelos, con su tía o incluso con algún amigo cuando su padre no quería verlo ni pintado en figurita. Otras veces dormía en la sala de espera de algún hospital, pero cuando lo echaban se iba debajo de un puente a unas calles de su hogar.

Y todo ese sufrimiento lo tenía atragantado en su interior. Él tenía la creencia de que el dolor mejoraba su música, pero había noches en las que no podía dormir a causa del llanto o los horribles pensamientos que cruzaban su mente. Sólo tenía un diario en el que escribía cada cosa que se le ocurría: canciones, recuerdos, confesiones. Escribir no era terapia, pero sí era gratis. Y escribir lo ayudaba más de lo que cualquier otra persona podría hacerlo. Aquél diario era lo primero que había desempacado de su maleta al entrar a su cuarto asignado. Lo había escondido bajo la almohada de su cama, confiando en que ningún curioso se atrevería a espiar lo que habría allí debajo.

Pero aún no sabía quién iba a ser su compañero de cuarto, porque ningún otro alumno más que él había entrado a la habitación siquiera por accidente al equivocarse de puerta.

Y en aquél preciso momento un joven morocho y con su cabeza repleta de rulos apareció. Miró extrañado a Kurt cuando éste volteó a verlo, como si de un extraterrestre se tratara.

-Tú eres rubio, pero no eres mi amigo.-dijo desentendido, señalando a Kurt con su dedo índice.

-¿A qué te refieres?-preguntó un tanto incómodo por la presencia de aquél extraño en el cuarto.

-Me refiero a que tú no deberías estar aquí.-replicó el desconocido, cruzando ambos brazos.-Y por cierto, soy Slash. Bueno, Saul, pero todos me dicen Slash.

-Soy Kurt. ¿Y a qué te refieres con que no debo estar aquí? A mi me asignaron esta habitación y...

Antes de que pudiera terminar de explicar, un alto y sonriente rubio apareció en la habitación con su maleta en un brazo y su bajo en el otro. Este sí era el amigo de Slash.

Internado Woodstock «Classic Rock»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora