El receso de verano había finalizado y con ello se había llevado el color y el aire cálido de la bella ciudad de California. Las hojas de los árboles se secaban poco a poco y al caerse resquebrajaban bajo los pies al caminar, dando paso a la llegada del otoño. Una leve y fría llovizna caía empapando las cabelleras de los jóvenes que caminaban con sus mochilas en el hombro y las valijas en sus manos para volver nuevamente al internado Woodstock, dónde pasarían nueve meses estudiando, comiendo y durmiendo en aquél lugar junto a sus compañeros hasta el receso de invierno.
Largas filas de autos esperaban para poder estacionar y dejar a sus hijos en manos de prestigiosos profesores que estaban preparados para el nuevo inicio de clases, y con ello el inicio de nuevos dolores de cabeza al volver a encontrarse con los alumnos que le hacían la vida imposible todos los años con sus pesadas bromas.
Uno de aquellos rebeldes jóvenes, pero un prodigio académico, era el reservado Jim Morrison, quién bajó del auto del almirante del ejército al que estaba obligado a llamar padre sin siquiera mirar atrás y despedirse de él. Traía su mochila colgada de una cinta en el hombro y su valija en la mano derecha, mientras que en la izquierda llevaba un pequeño cuaderno forrado en cuero de color marrón en el que escribía pequeños pasajes de poesía que se le ocurrían en cualquier momento del día.
James, o Jim, cómo siempre pedía que lo llamarán, no era un joven atraído por el desorden y el revuelo, a menos que la situación lo ameritara. Muchas veces acababa discutiendo con profesores en medio de las clases porque estos no eran justos con las notas o los castigos proporcionados a otros alumnos, pero lo que más le molestaba, era la diferencia que los mayores podían hacer con los jóvenes por su clase social y la clase de familia de la que provenían. Jim tenía suerte, su padre era un hombre condecorado del Ejército de los Estados Unidos y el dinero sobraba, tenía una buena educación y buenos modales inculcados desde pequeño, pero muchos chicos venían aquí gracias a las becas que obtenían y provenían de lugares tan precarios que nadie se atrevería a visitar solo, los profesores se aprovechaban de eso y a Jim Morrison no le agradaba. Le resultaba desagradable el abuso de poder que estos cometían, y en mucho de esos casos, con los alumnos más pequeños que empezaban su primer año en el internado con la ingenuidad de un niño que apenas da sus primeros pasos. Él ya había aprendido la lección. Ya conocía cada rincón del internado y los secretos que todos ocultaban. Ya había soportado los castigos de los profesores y la vara en sus posaderas más de lo que alguien podría aguantarlo.
Jim Morrison ya había visto el infierno con sus propios ojos. Él se graduaría este año junto a su banda, The Doors, si todo marchaba bien en el show de fin de año, claro está. Pero se ponía a pensar, ¿quién iba a defender a los pequeños cuándo ya no este? Él no era el defensor de pobres ni tampoco un niñero, pero estaba al tanto de lo que podían hacerle a un niño aquí cuando este no cumplía con las expectativas de los profesores o no seguía las reglas al pie de la letra. Si Jim era capaz de evitarlo, lo haría, pero él era el único capaz de enfrentarse a la autoridad con tal de defender a uno más pequeño. Y estaba al tanto de que en esta desgraciada vuelta a clases vendrían nuevos jóvenes a estudiar, por lo que nuevamente se pondría manos a la obra para defender con garras y dientes todo lo que él crea justo.
Ahora mismo llegaba un autobús al internado que cruzó la gran reja de enfrente para estacionar frente al antiguo edificio. El vehículo venía lleno de jóvenes con cara de pocos amigos, preparados para iniciar el año escolar. Muchos de ellos eran caras ya conocidas para Jim, mientras que otras eran totalmente nuevas y podía notar el nerviosismo en aquellos jóvenes por su insegura manera de caminar. Quién más llamó la atención de Jim fue un joven de cabello rubio hasta su cuello, este traía una guitarra colgada en su hombro izquierdo y una mochila en el otro, se veía un tanto molesto al bajar por los escalones del autobús, como si estuviera obligado a hacerlo y estar aquí fuera casi como un castigo, pero eso no era extraño. Muchos jóvenes eran enviados aquí por sus padres, porque ellos veían algo de talento en sus hijos y debían explotarlos a toda costa. A varios padres les gustaba presumir que sus hijos venían a uno de los internados más caros de Estados Unidos, como si fuera alguna clase de logro que sus hijos obtuvieran una buena educación sólo porque sus progenitores tenían una billetera repleta de dinero. Algunos de esos jóvenes no disfrutaba en lo absoluto venir aquí.
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Internado Woodstock «Classic Rock»
Fiksi PenggemarEl internado Woodstock alberga alrededor de doscientos alumnos con grandes aspiraciones a ser estrellas de la música, y en el show que se organiza a fin de año es el momento para demostrar su talento. Pero si quieren llegar a lo más alto primero deb...