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Muchos pensarían que Joaquín entendió después de esa noche que Emilio no era bueno para él; para desgracia no fue así, eso no sólo ocurrió esa noche si no otras cuantas más y cada una era igual o peor que la primera, pero algo que siempre tenían en común era en un castaño llorando en su cuarto, lamentándose por haber aceptado de nuevo.

Se sentía tan estúpido, por caer en sus coqueteos, o en tener una mínima esperanza de que está vez fuera diferente; cada una de esas noches tocaba más a fondo, aunque la definitiva fue la vez que lo vio con alguien más, platicando muy animadamente e incluso tomándole la mano; ahí su corazón se terminó de romper, pero también se dio cuenta que él jamás obtendría eso de Emilio, a igual que no merecía ser un juguete de nadie.

Todo inicio merece una despedida, o al menos eso piensa Joaquín, y hoy sería la de ellos, tal vez no era la mejor idea, pero fue lo único que pensó, así podría cerrar esa etapa y continuar con su vida.

Luego de que sus padres se fueran, camino a la casa de a lado, como ya era costumbre la puerta estaba abierta, así que entró, caminando de inmediato a la habitación de Emilio, donde ya lo esperaban, su primera idea había sido que lo hicieran en su cuarto, pero la descartó.

Al entrar vio al rizado acostado en la cama con sólo los boxers, se acercó quitando su suéter dejándose sólo en short, para así poder subirse al regazo, empezando a dejar pequeños besos en el cuello de Emilio, mientras movía sus caderas empezando a sentir como crecía la erección debajo de él.

— Sabes a lo que vienes —gruñó el rizado con voz ronca, Joaquín no contestó sólo bajo los besos por el abdomen, mordiendo en varias ocasiones, dejando pequeñas marcas.

El castaño tomó los bordes de la ropa interior de Emilio para bajarla lentamente, dejándolo desnudo, sonrió inocente antes de levantarse, para poder quitar sus prendas, quedando igual que el rizado, se volvió a subir a horcajadas, solo que esta vez le daba la espalda a Emilio, dejándole una vista solo de su espalda y trasero.

Tomó el condón, colocándolo en el miembro del rizado, para después empezar a guiarlo a su entrada, que había dilatado él antes de venir ya que sabía que el mayor no lo haría y prefería evitarse el dolor e incomodidad que le provocó la primera vez.

Una vez totalmente adentro, Joaquín movió sus caderas en círculos, intentando acostumbrarse un poco más, además de hacer sufrir un poco a Emilio, que no tardo en reprochar.

— Carajo, solo montame —pidió desesperado.

El castaño sonrió satisfecho antes de subir y bajar lentamente, empezando con el ritmo, el rizado lo tomó de las caderas para poder aumentar la velocidad de las estocadas.

— Mhg así bebé —gimió sintiendo la estrechez sobre su miembro.

El ritmo aumentó aún más, el castaño solo se concentraba en durar lo suficiente, como para que Emilio se viniera antes que él; soltó un gran gemido al sentir como su punto era tocado.

Sus cuerpos se llenaron de una ligera capa de sudor, por el esfuerzo, bastaron unas cuantas estocadas para que el rizado se viniera dentro del preservativo, mientras pronunciaba el nombre del castaño.

Joaquín sonrió, dio un par de movimientos antes de llegar al orgasmo, se recuperó unos momentos antes de bajarse empezando a vestirse, sin decir ninguna palabra salió de la habitación, regresando a su casa. Se sentía cansado, pero no físicamente sino emocionalmente, pareció que Emilio ni siquiera noto el hecho de que no lo besó, o que evitó cualquier contacto con los ojos, o incluso en hecho que ni siquiera intentó acurrucarse con él, como lo hacía antes; tal como lo pensó él era insignificante para aquel rizado.

[...]

Los días pasaron y con ello iba avanzando la superación de Emilio, el primer paso, fue regresar a su antiguo cuarto, al igual que dejar de salir al balcón e incluso bloquerle los mensajes; tal vez era algo inmaduro pero no quería saber nada de él. Justo ahora estaba acostado, concentrado en el techo de su habitación; al menos lo estaba hasta que escucho como tocaban la puerta, volteo viendo a su madre.

— ¿Qué pasó ma'? —preguntó el castaño.

— Vinieron a buscarte —dijo.

— ¿Quien? —intrigó.

— Yo —hablo Emilio, entrando a la habitación, la madre del castaño de inmediato se fue, al notar el ambiente tenso.

— ¿Qué haces aquí? No quiero hablar contigo, así que vete —pidió un poco exaltado Joaquín, el rizado negó.

— ¿Por qué me evitas desde hace días? —preguntó sentándose en la cama, e intento  tocar al castaño, pero este se movió, evitando el contacto.

— Se acabó ¿si? No seguiré teniendo sexo contigo, tampoco quiero verte ni saber de ti, así que vete.

— Solo quiero saber ¿qué carajos pasó? No tengo ni idea en qué momento tomaste esa decisión, explicame —exigió en un tono algo molesto.

— Cada una de las noches aportaron, me tratabas como algo desechable, solo tomabas lo que querías y ya; tu sabias que me gustabas y te aprovechaste de eso. —contestó, mirando mal a Emilio.

— ¿Qué pensabas? Tú sabías que sólo era sexo, si tenías sentimientos hacia a mí no era mi problema —reprochó.

— ¿Entonces a qué viniste? —gritó furioso— ¿A intentar a recuperar a tu juguete? Pues no, ya solté suficientes lágrimas por ti.

— Ni siquiera yo sé —admitió antes de  irse.

Joaquín soltó un gran suspiró, antes de acurrucarse en su cama.

[...]

Los días pasaron, todo iba más que normal, el castaño se concentró en cualquier cosa que no tuviera que ver con Emilio, mientras que este hizo lo contrario se concentró en cualquier cosa que tuviera que ver con el castaño.

Los papeles se habían invertido ahora el rizado buscaba cualquier oportunidad para ver a Joaquín, desde su casa, como justo ahora que desde el balcón ve como juega con su perrito.

[...]

Tocó la puerta con mucho nerviosismo, espero unos segundos a que fuera abierta.

— ¿Qué quieres? —inquirió Joaquín.

— Te traje este pay —extendió el postre— Solo quería pedirte perdón, por todo el daño que te hice —murmuró el rizado.

—¿Sabes? creo que es un buen momento para preguntar ¿por qué me espías? No eres muy discreto que digamos —comentó divertido, al ver que Emilio seguía manteniéndose tenso y serio, continuó— Al menos tengo derecho a saber la razón ¿no?

— Creo que me gustas —admitió en un susurró, Joaquín contuvo su sonrisa de satisfacción.

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