Capitulo 9 "Las Legadas"

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Estabamos en la sala común esperando al Profesor Snape que llegara,ya que el nos iba a conducir al vestibulo,para recibir a las otras escuelas.
-Draco y Lilyan ustedes van a estar al frente representando a Slitheryn,como son llamados los principes de Slitheryn- nos dijo el Profesor Snape entrando a la sala comun
-Esta bien- respondimos Draco y yo al mismo tiempo
Salimos al frente con el Profesor Snape y nos formamos a esperarar.

Los jefes de las casas colocaban a sus alumnos en filas.

—. ¿Cómo pensáis que llegarán? ¿En el tren?-dijo Cig
—No creo —contestó Pansy.
—¿Entonces cómo? ¿En escoba? —dijo Draco, levantan­do la vista al cielo estrellado.
—No creo tampoco... no desde tan lejos...-dijo Sam
Y entonces, desde la última fila, en la que estaban todos los profesores, Dumbledore gritó:
—¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representan­tes de Beauxbatons!
—¿Por dónde? —preguntaron muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.
—¡Por allí! —gritó uno de sexto, señalando hacia el bosque.
Una cosa larga, mucho más larga que una escoba (y, de hecho, que cien escobas), se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande.
—¡Es un dragón! —gritó uno de los de primero, perdien­do los estribos por completo.
—No seas idiota... ¡es una casa volante! —le dijo Dennis Creevey.
La suposición de Dennis estaba más cerca de la reali­dad. Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozán­dolas, y la luz que provenía del castillo la iluminó, vieron que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande, que volaba hacia ellos tirado por una docena de caballos alados de color tostado pero con la crin y la cola blancas, cada uno del tamaño de un elefante.
Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y ate­rrizó a tremenda velocidad. Entonces golpearon el suelo los cascos de los caballos, que eran más grandes que platos, me­tiendo tal ruido que Neville dio un salto y pisó a un alumno de Slytherin de quinto curso. Y yo le heche una mirada a los dos para que se calmaran,lo cual hicieron. Un segundo más tarde el ca­rruaje se posó en tierra, rebotando sobre las enormes rue­das, mientras los caballos sacudían su enorme cabeza y movían unos grandes ojos rojos.

Un muchacho vestido con túnica de color azul pálido saltó del carruaje al suelo, hizo una inclinación, buscó con las manos durante un momento algo en el suelo del carruaje y desplegó una escalerilla dorada. Respetuosamente, retro­cedió un paso. Entonces vi un zapato negro brillan­te, con tacón alto, que salía del interior del carruaje. Era un zapato del mismo tamaño que un trineo infantil. Al zapato le siguió, casi inmediatamente, la mujer más grande que  había visto nunca. Las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicadas. Algunos ahogaron un grito. Le parecía que eran exactamente igual de altos, pero aun así (y tal vez porque estaba habituado a Hagrid) aquella mu­jer —que ahora observaba desde el pie de la escalerilla a la multitud, que a su vez la miraba atónita a ella— pare­cía aún más grande. Al dar unos pasos entró de lleno en la zona iluminada por la luz del vestíbulo, y ésta reveló un hermoso rostro de piel morena, unos ojos cristalinos gran­des y negros, y una nariz afilada. Llevaba el pelo recogido por detrás, en la base del cuello, en un moño reluciente. Sus ropas eran de satén negro, y una multitud de cuentas de ópalo brillaban alrededor de la garganta y en sus grue­sos dedos.
Dumbledore comenzó a aplaudir. Los estudiantes, imi­tando a su director, aplaudieron también, muchos de ellos de puntillas para ver mejor a la mujer.
Sonriendo graciosamente, ella avanzó hacia Dumbledo­re y extendió una mano reluciente. Aunque Dumbledore era alto, apenas tuvo que inclinarse para besársela.
—Mi querida Madame Maxime —dijo—, bienvenida a Hogwarts.
—«Dumbledog» —repuso Madame Maxime, con una voz profunda—, «espego» que esté bien.
—En excelente forma, gracias —respondió Dumble­dore.
—Mis alumnos —dijo Madame Maxime, señalando tras ella con gesto lánguido.
Me di cuenta de  que no se había fijado en otra cosa que en Madame Maxime, notó que unos doce alumnos, chicos y chi­cas, todos los cuales parecían hallarse cerca de los veinte años, habían salido del carruaje y se encontraban detrás de ella. Estaban tiritando, lo que no era nada extraño dado que las túnicas que llevaban parecían de seda fina, y ninguno de ellos tenía capa. Algunos se habían puesto bufandas o chales por la cabeza. Por lo que alcanzaba a distinguir (ya que los tapaba la enorme sombra proyectada por Madame Maxime), todos miraban el castillo de Hogwarts con aprensión.
—¿Ha llegado ya «Kagkagov»? —preguntó Madame Maxime.
—Se presentará de un momento a otro —aseguró Dum­bledore—. ¿Prefieren esperar aquí para saludarlo o pasar a calentarse un poco?
—Lo segundo, me «paguece» —respondió Madame Ma­xime—. «Pego» los caballos...
—Nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas se encargará de ellos encantado —declaró Dumbledore—, en cuanto vuelva de solucionar una pequeña dificultad que le ha surgido con alguna de sus otras... obligaciones.
—Con los escregutos —le susurró Charly a Theo a los cuales les sonrei.
—Mis «cogceles guequieguen»... eh... una mano «pode­gosa» —dijo Madame Maxime, como si dudara que un sim­ple profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas fuera capaz de hacer el trabajo—. Son muy «fuegtes»...
—Le aseguro que Hagrid podrá hacerlo —dijo Dumble­dore, sonriendo.
—Muy bien —asintió Madame Maxime, haciendo una leve inclinación—. Y, «pog favog», dígale a ese «pgofesog Haggid» que estos caballos solamente beben whisky de malta «pugo».
—Descuide —dijo Dumbledore, inclinándose a su vez.
—Allons-y! —les dijo imperiosamente Madame Ma­xime a sus estudiantes, y los alumnos de Hogwarts se apartaron para dejarlos pasar y subir la escalinata de pie­dra.
—¿Qué tamaño calculáis que tendrán los caballos de Durmstrang? —dijo Seamus Finnigan, inclinándose para dirigirse a Harry y Ronald entre Lavender y Parvati.
—Si son más grandes que éstos, ni siquiera Hagrid podrá manejarlos —contestó Harry—. Y eso si no lo han atacado los escregutos. Me pregunto qué le habrá ocu­rrido.
-Se pueden comportar todos-dije molesta y ganandome una mirada de orgullo de  el Profesor Snape
-Que amargada- dijo Harry
—A lo mejor han escapado —dijo Ronald, esperanzado.
—¡Ah, no digas eso! —repuso Greanger, con un escalo­frío—. Me imagino a todos esos sueltos por ahí...
Para entonces ya tiritaban de frío esperando la llega­da de la representación de Durmstrang. La mayoría mira­ba al cielo esperando ver algo. Durante unos minutos, el silencio sólo fue roto por los bufidos y el piafar de los enor­mes caballos de Madame Maxime. Pero entonces...
—¿No oyes algo? —preguntó Draco repentinamente.
Escuche un ruido misterioso, fuerte y extraño llegaba a ellos desde las tinieblas. Era un rumor amortigua­do y un sonido de succión, como si una inmensa aspiradora pasara por el lecho de un río...
—¡El lago! —gritó Lee Jordan, señalando hacia él—. ¡Mirad el lago!
Desde su posición en lo alto de la ladera, desde la que se divisaban los terrenos del colegio, tenían una buena pers­pectiva de la lisa superficie negra del agua. Y en aquellos momentos esta superficie no era lisa en absoluto. Algo se agitaba bajo el centro del lago. Aparecieron grandes burbu­jas, y luego se formaron unas olas que iban a morir a las em­barradas orillas. Por último surgió en medio del lago un remolino, como si al fondo le hubieran quitado un tapón gi­gante...
Del centro del remolino comenzó a salir muy despacio lo que parecía un asta negra, y luego vi las jar­cias...
—¡Es un mástil! —exclamó Blaise
Lenta, majestuosamente, el barco fue surgiendo del agua, brillando a la luz de la luna. Producía una extraña impresión de cadáver, como si fuera un barco hundido y resucitado, y las pálidas luces que relucían en las portillas da­ban la impresión de ojos fantasmales. Finalmente, con un sonoro chapoteo, el barco emergió en su totalidad, balan­ceándose en las aguas turbulentas, y comenzó a surcar el lago hacia tierra. Un momento después oyeron la caída de un ancla arrojada al bajío y el sordo ruido de una tabla ten­dida hasta la orilla.
A la luz de las portillas del barco, vieron las siluetas de la gente que desembarcaba. Todos ellos, tenían la constitución de Crabbe y Goyle... pero lue­go, cuando se aproximaron más, subiendo por la explanada hacia la luz que provenía del vestíbulo, vio que su corpulen­cia se debía en realidad a que todos llevaban puestas unas capas de algún tipo de piel muy tupida. El que iba delante llevaba una piel de distinto tipo: lisa y plateada como su ca­bello.
—¡Dumbledore! —gritó efusivamente mientras subía la ladera—. ¿Cómo estás, mi viejo compañero, cómo estás?
—¡Estupendamente, gracias, profesor Karkarov! —res­pondió Dumbledore.
Karkarov tenía una voz pastosa y afectada. Cuando lle­gó a una zona bien iluminada, vieron que era alto y delgado como Dumbledore, pero llevaba corto el blanco cabello, y la perilla (que terminaba en un pequeño rizo) no ocultaba del todo el mentón poco pronunciado. Al llegar ante Dumbledo­re, le estrechó la mano.
—El viejo Hogwarts —dijo, levantando la vista hacia el castillo y sonriendo. Tenía los dientes bastante amarillos, yo observe que la sonrisa no incluía los ojos, que mante­nían su expresión de astucia y frialdad—. Es estupendo es­tar aquí, es estupendo... Viktor, ve para allá, al calor... ¿No te importa, Dumbledore? Es que Viktor tiene un leve res­friado...
Karkarov indicó por señas a uno de sus estudiantes que se adelantara. Cuando el muchacho pasó, Harry vio su nariz, prominente y curva, y las espesas cejas negras. Para reconocer aquel perfil no necesitaba el golpe que Ronald le dio en el brazo a mi hermano , ni tampoco que le murmurara al oído:
—¡Harry...! ¡Es Krum!
-Comportense- dije con pena

Siempre A Tu Lado { Draco Malfoy }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora