Capítulo 1 | Parte II

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La última clase del día terminó diez minutos antes de lo esperado, el profesor de historia tenía un compromiso importante. Todos sabían que su compromiso importante era con Joe el dueño del bar Broken Moon al sur de la ciudad. Su esposa lo había botado hacía poco más de dos meses, desde entonces pasaba cada viernes entre humo de cigarro y luces coloridas llorando sobre la barra. Cada quien tiene su forma de enfrentar los problemas, quizá el alcohol no fuera la mejor opción pero se le respetaba.

Morgan guardó el cuaderno que tenía sobre el pupitre, y se levantó con el lapicero en el bolsillo trasero del pantalón negro desgastado. Cuando pasó la puerta, sacó el lapicero y lo enroscó en su cabello. El color morado oscuro caía desde la mitad hasta las puntas, el resto era negro. Su color natural, o eso le gustaba creer. Sus manos buscaron el reproductor, el cable morado de sus audífonos apareció hecho un nudo difícil de disolver.

Su paso era lento mientras intentaba desenredar los audífonos. Cuando finalmente pudo deshacerse de los nudos, una voz desconocida llamó su nombre mientras se alejaba por la acera de la entrada.  

–¿Me dirás quién eres? –gritó la chica con la que aguardaba en el pasillo de la dirección.

Morgan dejó de caminar, el sonido de pies corriendo a su espalda la sobresaltó. El cabello oscuro de Diana bailó en el aire como las alas de una mariposa. La chica se inclinó colocando las manos en las rodillas, le faltaba el aire por el camino recorrido. Morgan la miró en silencio, su bolso caía hacia el lado izquierdo de su cuerpo sobre el muslo izquierdo.

–Hola –espetó Diana al ver que la miraba.

–Hola –contestó.

Diana revolvió su mochila y sacó el sobre que ella había tirado al basurero. Morgan suspiró.

–No puedo creer que lo tengas. ¿Sueles hurgar en la basura de los demás?

El rostro de Diana perfiló una sonrisa abierta que mostraba el blanco de sus dientes.

–Así que en realidad tienes un carácter –comentó no como pregunta sino como afirmación–. Ya me parecía raro que una chica como tú no tuviera uno.

–¿A qué te refieres?

Con un movimiento rápido, Diana alzó la tapa del bolso de Morgan e insertó el sobre amarillo. Morgan no lo impidió, ya se desharía de él cuando llegara a su casa.  

–Solo las chicas con carácter se tiñen el cabello de ese color, y como, supongo –su acento rítmico y cadencioso marcó esa última palabra que hizo a Morgan sonreír–, el negro es tu color natural.

Morgan desvió la mirada hacia la otra acera, un grupo de atletas conversaba mientras ellas caminaban juntas ignorando sus bromas. El pequeño tumulto de  jugadores del equipo de fútbol pasó a su lado,  uno de ellos se separó del grupo y trotó en su dirección.

–¡Anna! –saludó animado. Diana elevó las cejas interesada en el chico, se inclinó hacia adelante para mirarlo.

–Jake, te he dicho que no me llames así –murmuró Morgan sin prestarle demasiada atención.

–Siempre tan cálida –sostuvo Jake sarcástico. 

–Hola, soy Diana –se presentó sin el acento que Morgan había empezado a querer escuchar.

–Hola –dijo Jake, su sonrisa se amplió y sus ojos casi idénticos a los de Morgan brillaron en simpatía.

–Amiga de Morgan –agregó Diana agitando el cabello, fue la explicación más sencilla que pudo dar aunque todo era más complicado que eso. Apenas se conocían, no bastaba una escueta conversación para llamarse amigas.

Un auto en el que ya no cabía una persona más pitó y Jake levantó la mano para despedirse de sus compañeros de equipo. Cuando se perdieron en la calle, Jake miró a Morgan inquisitivo rebuscando una aclaración. Morgan le dio un empujoncito y él fingió perder el equilibrio. Ambos rieron.

–¿Es tu novio? –preguntó Diana haciendo que Morgan parara en seco. Sus mejillas adoptaron un color carmín y ella bajó la cabeza avergonzada. Jake siguió caminando.

–No –dijo al ver que Morgan no contestaba.

–Así que, ¿por qué Anna? –preguntó Diana cambiando de tema. Morgan empezaba a marearse con todos esos abruptos cambios de tema.

–Morgana –espetó Jake con una tos que buscaba solapar el nombre. No lo consiguió.  

–¡Ohhhh! ¡Morgana como la hechicera del Rey Arturo! –chilló Diana, un par de chicas que caminaban del otro lado de la calle voltearon la cabeza para mirar.

Morgan quiso esconderse en alguna parte pero no había dónde, los árboles habían perdido todas las hojas esperando el invierno y no había más que troncos con ramas secas. Hacía semanas los árboles estaban pintados de colores, diversas tonalidades de naranja y café. Ahora con el final del otoño, las hojas rodaban empujadas por el viento. El césped estaba perdiendo el poco color que le quedaba, todo era austero y seco.

–¿Puedo llamarte Anna también?

–Puedes llamarme como prefieras.

–¿Puedo decirle –empezó Jake pero Morgan le dedicó un gesto despiadado–… no mejor no.

–Será Morgana, entonces.

–Y bien –dijo Jake–, ¿cómo se conocieron?

–En detención –soltó Diana con tranquilidad.

–No es cierto –contradijo Jake casi burlón.

–¿No estabas ahí por eso? –inquirió Diana mirando a Morgan.

–Nop.

–Oh –espetó con lástima y Jake rió por la reacción.

–¿Qué? –bufó Morgan.  

–Nada, definitivamente tienen que ser amigas.

–Claro, yo también me di cuenta de eso cuando la vi sentada en las sillas del Purgatorio.

La risa de Jake resonó grave con la definición que Diana le dio a los asientos de espera.

–Me temo que nuestro viaje toma rumbos diferentes a partir de esta esquina. Te veré mañana –Comenzó a alejarse de ellos.

–¿Mañana?

–Sí –canturreó Diana con el acento vibrando fuerte en su boca–, tengo una copia de tu horario. Se lo pedí a cambio por entregarte esa cosa –señaló el bolso donde había metido el sobre–. Creo que es el destino, tenemos el mismo horario.

Sin permitir que Morgan hablara, Diana dio un guiño a Jake y comenzó a cruzar la calle.

–Diana –llamó Morgan–, solo para que conste, también soy rubia.

Morgana - El Ángel Caído (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora