Capítulo 2 | Parte II

41 4 2
                                    

Capítulo 2


Parte II


Un dependiente de la librería siguió al agente de seguridad, el hombre abrió las puertas y le indicó al primer grupo de fanáticos que podían formarse adentro desde la línea dibujada frente al escritorio. La fila se corrió en cuanto las diez primeras personas se perdieron en el interior del establecimiento.

Morgana descubrió en sus uñas un mundo maravilloso e inexplorado. Estiró y encogió los dedos varias veces, su piel blanca que rayaba en una palidez fantasmagórica le recordó la tersa seda de un traje de novia. Tenía cicatrices en el dedo medio e índice de la mano derecha producto de un aparatoso accidente en bicicleta cuando tenía diez años. Se había deslizado por la colina Steinh y sin percatarse de que la cadena de su pequeño transporte se había salido de su sitio, se había lanzado a toda velocidad por la pendiente. ¿El resultado? Raspones en ambas rodillas, un cabestrillo para el brazo izquierdo, dos puntos de sutura en el codo derecho y las profundas heridas, que no ameritaban hilo y aguja, de los dedos.

Las cicatrices blancas brillaban tenuemente en su piel, apenas resultaban visibles y solo se notaban al prestar mucha atención. Sin embargo, aquel no era el único detalle distintivo que algún día podría usarse para reconocer su cadáver. Tenía una mancha de nacimiento que descendía desde la mitad del antebrazo hasta el anular izquierdo, donde se enroscaba como un anillo. La marca poseía un tono muy similar al de su piel, pero en noches de luna llena Morgana aseguraba que su color no era otro que amatista.

Podría tomársele por un tatuaje cuya forma exponía las argollas de una cadena con espinas, cargada de puntas afiladas en toda su extensión. Discurría por el lateral del antebrazo y en el punto en que rodeaba la muñeca, a la altura del estiloides, la mancha se deslizaba por el dorso de la mano hasta abrazar el único dedo que tenía conexión directa con el corazón. Su padre siempre dijo que aquella seña era un signo que la vinculaba con alguien más desde su concepción. Una idealización romántica para describir una simple acumulación de melanina en la piel.

A Morgana, por supuesto, aquello le parecía ridículo. Un invento que la exagerada imaginación de Koir había creado en su labor como padre para molestarla. Como la infinidad de veces que la había molestado con Jake diciendo que era una pareja en potencia.

Morgana suspiró cansinamente al fijar la mirada en un punto distante, el aburrimiento le corroía el cuerpo. Prefería permanecer durante horas viendo a Jake jugar cualquier cosa que estar allí haciendo el tonto con Diana.

En algún momento, la negada rubia había entablado conversación con los chicos que llegaron después de ellas. Volvían a comentar los libros de la bien llamada Madame Simons. Morgana no tenía idea por lo que se mantuvo al margen todo el tiempo.

Tenía mil cosas en la cabeza como para que Diana le robara el tiempo, si bien no tendría que verle la cara al arrogante hijo de Jules, aún tenía que encontrarse con Jake, y, finalmente, resolver un par de dudas que llevaban rondando su pensamiento desde hacía varios días. Para empezar, no terminaba de entender por qué el director Neville le había entregado el sobre del concurso que todavía se amontonaba en el bolso de Jake. Tampoco había tocado el libro sobre la mística Morgana de la época artúrica, pensar en que aquella hechicera podría haber inspirado a su madre para llamarla de ese modo le revolvía el estómago. No quería leer nada que estuviera relacionado con historia o con personajes antiguos que alguna vez pudieron existir... se había negado a ello desde el día en que los hermosos ojos de su madre se habían cerrado para siempre.

En menos de lo que se hubiera imaginado, Morgana se hallaba junto a las puertas de la librería, el guarda que había salido primero le entregó una cinta de tela del color de la portada del libro. Un verde que le recordó a las copas de los árboles en pleno ocaso o al verde profundo del mar. Morgana resolvió que le gusta el tono. Tal vez, más tarde, buscaría alguna blusa de aquel mismo color. Amarró la cinta en su muñeca marcada que, por la fase lunar, ya comenzaba a cambiar de aspecto. Incluso el lila de la mancha lucía bien junto a su nuevo accesorio.

A diferencia de su acompañante, Diana le tendió el brazo izquierdo al agente para que le sujetara la cinta en la muñeca, y él no tuvo más remedio que complacerla. Cuando terminó, Diana esbozó una sonrisa satisfecha captando la atención del hombre. Era joven, podría rondar los veinticinco años. A diferencia del otro agente, este era rubio y tenía unos ojos castaños que absorbían y proyectaban la luz a su alrededor. Había algo en él que evocaba la sublime belleza de los seres inmortales, aquella Morgana conocía a cabalidad por las incontables historias de héroes y leyendas que alguna vez llegó a escuchar de boca de su madre. Si se trataba de hadas, elfos o ángeles, Morgana no sabría decirlo.

El hombre retrajo la mano y a Morgana le pareció ver el destello negro de un tatuaje que se ocultaba bajo el tejido de su chaqueta negra. Como si hubiera percibido la mirada, el agente examinó a Morgana con detenimiento, sus pestañas rubias se batieron con una lentitud que ella no había vislumbrado antes. Una expresión fría y calculadora, típica de un agente de seguridad, se posaba sobre su rostro elegante. Morgana apartó la cara para desentenderse de él, su presencia había comenzado a estrangularla. El agente gruñó por lo bajo y se apostó en la entrada con las manos unidas a la altura de la cadera. Listo para entrar en acción en caso de ser necesario.

-Es atractivo, ¿no? -La voz de Diana reverberó a su alrededor, Morgana sintió el impulso de golpearla. ¿Qué pasaría si las escuchaba? Le dirigió una rápida mirada y suspiró de alivio al ver que seguía inmóvil junto a la puerta. Su rostro impasible.

Morgana se miró las manos, la inscripción de la cinta era una frase del libro que estaba promocionando la escritora.

La utopía es aquello en lo que no crees. El verbo existe.

¿Qué clase de tontería era esa? Las utopías existen porque alguien, con el suficiente tiempo y nada mejor qué hacer, había pensado en ellas y les había dado un soplo de vida al mantenerlas presentes en su mente. No podías no creer ella si, en un principio, había sido producto de tu imaginación. Era absurdo, irónico e irracional. Aunque en lo utópico nada es ciertamente racional o coherente con la verdad.

Un comentario aquí, otro allá. Tal vez esa noche haría enfadar a algunos fanáticos.


--ooo--

¡Hola a todos! Vamos destejiendo poco a poco el ovillo de lana, ¿por qué Morgana se prenda de estos famosos agentes de seguridad? ¿Por qué Diana los ignora y les exige? ¿Qué esconden el director y el libro? Pronto lo descubriremos, lo prometo buajaja :P

Como siempre, gracias por leerme. No dejen de votar, leer, comentar y compartir la historia. Es muy importante para mí y me hace muy feliz saber que les gusta lo que hago.

Estoy en Facebook así que pueden stalkearme cuando les apetezca.

Hasta la próxima :)

Morgana - El Ángel Caído (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora