Ninkens de mi corazón

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Si había algo más desesperante que Hatake Kakashi, eso era definitivamente los ocho ninkens sacados del Averno.

La cara de la inocente asistente del Hokage estaba llena de baba, sus pantalones ninja estaban deshilachados, rasgados, hechos trizas. Sus dedos estaban mordidos, y por si fuera poco, la habitación estaba llena de marcas de territorio.

Y todo porque, aparte de ser la niñera del Rokudaime, ¡También le había tocado ser la niñera de sus perros malolientes!

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Hace un par de días.

Hinata había comprado un lindo ramo de flores blancas para el cuarto de su Hokage. No sabía por qué, pero no lo habían dado de alta después del accidente de ayer, así que como mínimo, por ser la responsable, tenía que ir a visitarlo. Por la oficina no había problema. Todo estaba tranquilo, y si surgía algo, Kotetsu se había quedado para encargarse.

Entró a la habitación y se halló a Kakashi leyendo su famoso librito naranja. En cuanto la vio, hizo desaparecer el libro tras una cortinilla de vapor y se empezó a quejar de dolor en los dedos. El sarcasmo era tan notable que incluso Hinata podía darse cuenta. Intentaba hacerla sentir mal.

¡Y por Kami-sama que lo lograba! Aún a sabiendas de que se estaba haciendo el enfermo, Hinata corrió hacia él, preocupada, volviendo a pedir disculpas. Y es que cortar accidentalmente la mano de una persona mientras se hace una curación, no era cosa de todos los días.

—Solo estaba bromeando ―Reía Kakashi después, para casi infarto al miocardio de Hinata.

La peliazul acomodó las flores en el jarrón que había en la mesita de al lado, y gracias a sus clases de Ikebana, el arreglo quedó hermoso.

—Gracias por tu visita y las flores, Hinata-chan. Seguramente estaré mejor muy pronto. Ahora, hay algo que me preocupa.

—Kotetsu-san se hace cargo de la oficina ―Le recordó.

—No es eso. Son mis perros. ¿Quién les dará de comer? ¿Quién los va a cuidar? Hoy les toca baño.

—¿No se supone que ellos tienen su hogar en algún hábitat natural?

—No. Están en mi casa. ¿Podrías ir a cuidarlos, Hinata-chan? ―Y el Sexto mandó la bomba ―. Son tan lindos, no van a darte ningún problema ―Apostó, sonriendo con diversión, y Hinata interpretó aquello como "jaja, van a darte muchos problemas esos diablos".

Pero le había cortado la mano así que...

Suspiró resignada.

—Claro. Yo me encargo, Hokage-sama.

-o-

Eran las diez de la mañana. Hinata se pasó del hospital hacia la mansión del Hokage. Llegó a paso lento, como no queriendo llegar a su destino. En la entrada había un par de guardias que la reconocieron de inmediato.

—Adelante, Hinata-san ―La saludaron, abriéndole la puerta.

Por dentro, la mansión era hermosa. Con paredes blancas, muebles algo ostentosos y unas finas escaleras que iban al segundo piso.

—Pakkun ―llamó tímidamente e hizo sonar la bolsa de galletas en forma de huesito que les había comprado de camino, como postre ―, Buru ―dijo asustada de que el coloso café se le fuera encima ―, Guruko ―El pequeño perro era amable con ella. De los demás, se acordaba de vista pero no sabía sus nombres.

Subió las escaleras con nerviosismo. Rebuscó en los cuartos, abriendo las puertas con cuidado. Solo le faltaba la última, donde se escuchaba un sonido de algo rasgándose.

La asistente de Rokudaime HokageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora