Hokage enfermo

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Observó el techo con detenimiento, como si fuera entretenido tener la vista fija en un objeto inanimado. Lo hacía para no ver a su derecha. Ni siquiera ella misma se explicaba cómo es que llegó a esa situación, a ese momento, y sobre todo a esa posición. Si su padre o su hermana supieran quién la abrazaba en esos momentos, seguramente se asustarían y adiós Clan Hyuuga, porque era obvio que la echarían fuera.

¡Eso que estaba haciendo era impuro! ¡Ni siquiera estaba casada y había un hombre al lado de ella!

Las cosas se resumían así. Noche. Kakashi. Hinata. Juntos. Cama. Ahora.

¡¿En qué momento la adorable asistente terminó en la cama del Rokudaime Hokage?!

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.ɸ.

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Hace un día.

Ese viernes no había muchas actividades qué cumplir por lo que Kakashi les dio el día libre a Kotetsu y Kato, con excepción de Hinata que la dejó ordenando alfabéticamente unos archivos en su oficina. La joven de largo cabello azul se dedicaba a ordenar las carpetas pacientemente sobre el escritorio, sentada en la silla del Hokage. Por su parte, Kakashi estaba vestido un poco más informal, con un par de pantalones ninja, una camisa negra de manga larga y un chaleco café que detrás tenía unos kanjis que lo presentaban como el Hokage. Hinata le había confeccionado ese chaleco en vista de que el hombre casi nunca quería usar el uniforme oficial de Hokage. Estaba sentado en el alfeizar de la ventana, contemplando pacíficamente la aldea de la Hoja. Era un lindo atardecer, las nubes grises rodeaban la aldea y un aguacero fuertísimo azotaba esa región. A Kakashi le agradaba ese tipo de clima porque así había menos trabajo. De repente volteaba hacia Hinata, mirándola trabajar, y elevaba las comisuras de sus labios cubiertas por la siempre presente máscara negra. Le gustaba verla ocupada, se veía linda en la silla del Hokage, toda concentrada. A veces pensaba que ella sería una buena Hokage.

―¿Hinata, quieres un café? ―Le ofreció.

Hinata lo miró con los ojos levemente entrecerrados, como queriendo darse cuenta de alguna broma que tramaba su jefecito adorable.

―¿Le pondrá sal en vez de azúcar... como la vez pasada?

―Oye, ya te dije que fue un error ―Puso los ojos en blanco, cruzándose de brazos―. No fue mi intención. Alguien puso sal en la azucarera.

Hinata no le creía ni media palabra.

―No, gracias Hokage, terminaré esto para irme a casa.

―Como quieras ―Se encogió de hombros, levantándose de su asiento improvisado para salir de la oficina―. Yo te sugeriría que te apures, hay toque de queda por la tromba que azotará la aldea.

―Entonces no debería salir ―Se preocupó al verlo.

―Tonterías, estaré bien ―Rió ligeramente.

―Hokage-sama, por favor tenga cuidado y regrese pronto, antes de la tempestad, es peligroso que...

Ni siquiera terminó de decir su sermón cuando Kakashi salió del recinto, cerrando la puerta detrás de sí. Hinata se quedó ofuscada por un momento, con la boca entre abierta.

―Me dejó hablando sola ―Se lamentó, sorprendida.

Ignorando aquello, se apresuró a terminar su trabajo como lo había prometido. Levantó todas las carpetas y las fue acomodando en los archiveros. Cuando finalizó su faena se detuvo para mirar por los cristales de la ventana la fuerte lluvia que azotaba la aldea. Aun no era tan peligrosa, lo peor llegaría a las seis de la tarde, lo que le indicaba que tenía menos de veinte minutos para llegar sana y salva a su casa. Rápidamente le escribió una nota al Hokage, dándole indicaciones como por ejemplo no volver a salir, cerrar todas las ventanas, estar atento al radio, mantenerse en cama, cuidar a los perros, que no olvidara la medicina para la infección de Guruko.

La asistente de Rokudaime HokageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora