Adiós, Hokage

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Hinata parpadeó un par de veces, confundida, mientras mantenía alzaba la mano frente a su rostro, mirando y mirando el anillo dorado que tenía en su dedo anular. ¿Realmente había pasado? ¿Realmente tenía un anillo de compromiso obsequiado por el mismísimo Rokudaime Hokage? ¿Ella, Hinata Hyūga, se convertiría en la esposa de Kakashi Hatake?

―¡Rosas blancas, Ino! ¡No me importa lo que cuesten y no, no quiero camelias para adornar, solo rosas! ¡No me importa si están de moda las camelias, quiero lo mejor para mi hija! ¡Oigame bien, Yamanaka, quiero rosas blancas no beiges! ¡Necesito que entienda la diferencia entre blanco y beige!... ¡No estoy seguro de que sepa la diferencia! ―Hiashi hablaba frenético, caminando por un lado de Hinata mientras mantenía una discusión telefónica con la señorita Yamanaka; encargada de la florería.

―¡Yo no quiero que mi neesan se case! ―Refunfuñaba Hanabi caminando detrás de su padre, intentando convencerlo de que había mejores prospectos, fallando estrepitosamente.

Hinata seguía mirando su anillo de compromiso mientras pasaban de ella. De repente abrió la boca, como espantada, dándose cuenta de los hechos. ¡Realmente iba ser la esposa del Rokudaime Hokage! ¡¿EN QUÉ DIANTRES SE HABÍA METIDO?!

―Oh, por Dios... ¡Auxilio! ―gritó aterrada, comenzando a temblar como una gelatina.

¡¿Cómo fue que llegó a estar comprometida con ese Hokage loco?!

-o-

Hace unos días.

Los años habían pasado en Konoha como el viento que levanta la arena vieja y la reemplaza por una nueva. Gran parte de sus amigos se habían casado y eran padres responsables. Únicamente ella y TenTen no tenían compromiso alguno con algún chico. Hinata a veces se sentía un poco estresada ante el hecho de no tener novio y tener que invitar al Hokage para que la acompañase a las bodas de sus amigos. Aquello se había vuelto casi una rutina. La gente sabía perfectamente que ellos aparecerían en la mesa de solteros donde comúnmente eran molestados por los demás arguyendo que ese par no debería estar en esa mesa, provocando los sonrojos y casi desmayos de Hinata.

Aquella mañana se levantó muy temprano y se miró al espejo con cierta duda, tomando su largo cabello entre sus dedos. Decidió que era hora de un cambio y empezó a recortarlo con cuidado hasta dejárselo unos pocos centímetros antes de los hombros. Le gustó el corte, le pareció fresco y práctico. Con una sonrisa enmarcada y el atuendo conformado por una blusa blanca, un short negro y unas elegantes botas ninja se dirigió hacia el edificio Hokage.

―¡Hinata! ―gritó Kakashi al verla entrar en la oficina con su nuevo corte de cabello ―. ¿Qué pasó con tu cabello?

―Uhm, supuse que sería bueno un cambio así que lo corté. ―musitó tranquilamente mientras empezaba a ordenar los pergaminos revueltos que estaban en el escritorio del Hokage. Aquella rutina era de todos los días ante lo desordenado que era Kakashi. Ella se había acostumbrado a todo eso y le hacía feliz su trabajo. A veces se ponía interesante con las bromas de Kakashi y la logística de las misiones ninja.

―No puede ser ―Negó decepcionado ―. ¿Qué será mañana? ¿Un tatuaje? ¿Rapada? ―La regañó. Hinata solo le dio una sonrisa cálida en señal de que no exagerara las cosas.

Aquél día no era como los otros. Después de tantos años sirviendo como asistente del Rokudaime Hokage, finalmente los días se habían agotado y esa mañana precisamente sería la última. Todo lo que empieza tiene que terminar y ese era el caso del mandato del Rokudaime Hokage. Los días de gobierno de Kakashi Hatake estaban contados y era raro pero él no estaba disfrutándolo. Él se había levantado de la cama con una exultante pesadez y mal humor. No quiso desayunar ni saludar a sus perros. Parecía que estaba en sus días, como una auténtica mujer. Caminó por las calles de Konoha con su uniforme estándar de jōnin que tenía agregado un chaleco especial que lo identificaba como Hokage. Ésta adhesión se la había mandado hacer Hinata con el sastre en vista de que Kakashi siempre se negó a usar el uniforme normal de Hokage. Los aldeanos lo saludaban amablemente y él podía jurar que sus caras alegres se debían al próximo gobierno de Naruto Uzumaki como Nanadaime Hokage. Encontraba aquello estresante, y le estresaba que le estresara. Es decir, él siempre vivió zafándose de sus responsabilidades como Hokage, intentando que lo despidieran por todos los medios posibles, y ahora que por fin le iban a quitar de ese engorroso puesto... estaba triste. Sí. Se sentía del asco que las personas estuvieran emocionadas por el hecho de que él se iba y en su lugar quedaba el reconocido héroe de Konoha.

La asistente de Rokudaime HokageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora