01 | Los Paladines Rojos

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01 | los Paladines Rojos


LAS MANOS DE SIVELLA SE ENTRELAZARON EN SU REGAZO, sus ojos observaron las afueras por la ventana del carruaje y sintió como la nariz le picaba por el humo de la aldea incendiada que atravesaban. Los paladines rojos lo habían hecho, habían quemado todo un pueblo hasta las cenizas, habían asesinado a familias enteras y las capas rojas ondeando en el fuego no podían darle a la princesa una sensación más que de terror.

Estaba atemorizada de ellos. Pero no debería demostrarlo, nunca, porque hacerlo significaría vergüenza para la corona. Nadie estaba por encima de su padre, solo Dios.

—Esto es horrible...— murmuró su dama, Sae, una de las tantas que tenía. Más que damas parecían ser espías que le contaban sus movimientos al rey, pero Sae era de una pocas en las que podía confiar. Aún.

—Es una guerra, todas las son — respondió. —Solo que esta es particularmente injusta y despiadada — añadió antes de mirar a su dama, el cabello rojizo de esta se veía más llamativo a luz del sol —No quiero que te hagas muy cercana a ninguno de los Paladines, son asesinos que sirven a una causa, no son amigos — dijo. Sae frunció levemente el ceño.

—¿Usted no cree en esa causa, mi señora?— preguntó.

—¿Una causa que asesina a miles de familia bajo el nombre de Dios? Dios no es muerte, no se supone que tenga que serlo. No confío en ellos — aseguró —No te pido que depongas tus creencias, solo que seas leal a mi en este viaje, Sae— pidió. Su dama asintió rápidamente, dejando en claro que podía confiar en ella.

—Claro que si, mi señora, no se preocupe

Sivella dio por finalizada la conversación y volvió su mirada a la ventana. La caravana de soldados que le acompañaban se movían por delante, detrás y costado del carruaje protegiéndola de cualquier peligro. El blasón de los Pendragones se ondeaba en el viento y la princesa se sentía encerrada. Llevaban una semana de viaje y aunque, faltaban unas horas para llegar a la principal Abadía de los Paladines, parecían que eran interminablemente largas como si los minutos corrieran más lento de lo habitual y el atardecer estuviese tan lejano como el día siguiente. —Dormiré un poco...— aviso a su dama, y recostó su cabeza en la almohada pequeña que está le tendió dejándose llevar por la inconsciencia, aunque sabía que no sería lindo.

La oscuridad le rodeaba, pero solo por unos segundos, las imágenes con las que soñaba siempre comenzaban a atacar con pesar. Fuego, el más ardiente que había podido presenciar en su vida, consumiendo todo. No sentía que ardía pero sí que estaba cansada, que sus piernas le pesaban, la sangre le recorría desde la cabeza hasta el borde del mentón y sus ojos buscaban algo, hasta que lo encontraron. La figura con capa en medio del bosque en llamas, su espada aniquilaba a todo el que quedaba vivo, y aunque quería huir, correr, o pelear, no podía hacer nada más que quedarse viendo como la masacre se producía y como esa figura iba por ella. De pronto, el escenario cambiaba, había barro, las manos se le hundían en él, el cabello se le pegaba a la cara, y cuando elevaba la vista solo veía un claro lleno de niebla y muertos. Se sentía asfixiada. Sentía frío, los dedos entumecidos y la ropa húmeda contra la piel.

La oscuridad la enredaba de nuevo por unos segundos hasta aparecer en una cueva, una antorcha iluminaba levemente su camino pero no veía más allá de eso. Estaba en peligro, lo sentía pero no podía verlo. La voz de una mujer resono en sus oidos, esa misma voz que oía desde pequeña. Su cuerpo se giró ante la sensación en su espalda...

CONSEQUENCES | CURSEDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora