Capítulo 18

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Blake tira el tablero de ajedrez contra el suelo, en un berrinche solitario que lo deja con la respiración agitada. Realmente desea la felicidad de su padre, un niño tan pequeño que piense en algo como eso, es simplemente magnifico, pero tampoco quería perderlo. Le da miedo que su padre ya no le preste la atención de siempre, que cambien algunas costumbres que suelen tener.

—¿Estás enfadado? —cuestiona Fiorenzo, una vez que se adentra al salón de juego del penthouse Sky, el azabache observa el desastre en la alfombro negra central, con las piezas del tablero esparcidas por todas partes.

—Me gustaría estar solo, muchas gracias.

—Uhm... pero no lo estarás —el contrario habla, nuevamente. Blake y él se observan en silencio—. Aún cuando se hable de que nuestros padres nos enviaron desde niños a lugares para desarrollar mejor nuestras capacidades, sé que somos niños. Tú y yo, al igual que otros, somos adoptados y comprendo el miedo de ello.

—No es lo mismo. Tienes a tus padres juntos desde que recuerdas.

—Así es, y puedo asegurar que es lo mejor del mundo —se pone de cuclillas, para así poder iniciar a tomar las piezas—. Recuerdo la vida antes de papá y papa. 

—Oh, realmente me interesa mínimo. No te ofendas, la psicología de todas las formas no funciona en mí.

—El tío Scott no se rendirá.

—Siendo sincero, Scott no me importa.

*

F U T U R O

Es tarde. Demasiado tarde y el agua se escurre sobre el cabello y se desliza sobre la tercia piel pálida del joven que lleva cuatro horas soportando el frío penetrante, el agua helada y su tiempo. Sentando, tratando de mantener una posición que le permita entrar en calor, tembloroso, con la mirada fija es sus zapatos de vestir ahora empapados. Espera que Avery no se enfade por arruinar las caras telas, de todos modos, si lo hacía, terminaría disculpándose su amigo primero que él.

Se mantiene inmerso en el aguas que se cuela entre sus zapatos, como un riachuelo sin fin que recorre la acera y se pierde en las alcantarillas. Tiene tanta hambre, que su estómago ruge fuertemente, pidiendo algo de piedad y comida misma. 

Pero no...

Aún no es hora...

La mirada oscura se fija sobre el tembloroso hombre que no se mueve, mientras se refugia en la elegante y casi deshabitada cafetería frente a la escena poco agradable. Levanta su café caliente, para llevar un poco hasta su boca, sus labios tocan lo tibio de la taza, sus piernas se mantienen cruzadas e incluso con la calefacción y la música clásica que lo hace sentir casi feliz, no se siente cálido viendo las circunstancias en las que se encuentra el contrario. Pero es su amigo, no lo dejaría solo, puede que sufra lo que quiera, pero sabe cuándo detenerlo y aún podía soportarlo.

Una hora más tarde, cuando Fiorenzo saca su móvil del bolsillo y desbloquea la pantalla, es la una de la mañana y se pronostica un torrente frío. Su mirada viaja hasta la persona que se adentra al loca, buscándole con la mirada, le brinda esa sonrisa larga, como si fuese un gato de cuentos extraños, malicioso. Lleva puesto una gabardina negra, tan alto y tan seguro. Pero Enzo no se mueve, aún cuando su miembro parece palpitar bajo sus pantalones.

Cuando coloca el móvil sobre su oreja y se percata de su acompañante caminando como si el lugar le perteneciera, la voz del otro lado contesta.

"¿Hola?"

—Tío...

"Enzo" responde adormilado, o más bien ebrio su tío amado. El mayor de los Fiore pasa la yema de su dedo alrededor del fijo de la taza "¿Dónde estás? ¿Por qué me llamas tarde?"

El arte de tu recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora