II| Treinta y uno de octubre

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MARATÓN 4/7 

PREPAREN SUS PAÑUELOS DE AQUÍ EN ADELANTE.

DAMEN

Tres meses después

Abrí mis ojos cansado de escuchar el estúpido ruido de los trabajadores, tenía unas ojeras que no se borraban con nada, ayer trabajé hasta muy tarde y hoy me disponía a dormir toda la tarde, pero con el ruido de la casa siendo ampliada, no podía.

Me coloque mis tenis super cómodos, cambie mi camiseta por una mejor y que no apretara mi abultado vientre y tome las llaves de mi auto.

—Mary, regreso más tarde, no llames a Hans, yo lo hago— Mary asintió y con una sonrisa se despidió de mí.

El gusto que me daba era que la noche anterior, gracias a mi apoyo y al de Thomas, habíamos desmantelado una red de trata de menores. Aunque el jefe no se lo entregamos a la policía, sino que, al suegro de mi hermano, sí a Aleksander, tenía meses buscando a ese hijo de perra porque le echó a perder dos negocios, yo accedí sin dificultad, pero Thomas no quería entregárselo, decía que Aleksander podía correr peligro si la policía se enteraba que a él fue entregado el jefe de aquel cartel.

Ah, por cierto, para no desconcertar a muchos, Thomás y Aleksander llevan varios años... creo que dos aproximadamente, de ser novios.

Poco a poco está superando a Doug, aunque dice que nunca lo olvidara y le creo al mafioso tonto, pero también me alegra que conozca a personas y abriera una vez más las puertas de su corazón.

Con muchos pensamientos en la cabeza, llegue al internado, aparque el auto, ¿Dónde estaba el Damen de hace unos años? Manejando mis preciadas motos a una velocidad inigualable, a mis casi veinticinco años, sabía que había vivido todo a su tiempo, ya había tenido mis momentos de locuras, ya había viajado, conocido varias culturas, realizado varios sueños y me sentía bien.

Sali del estacionamiento y con sombrilla en mano me dirigí a una de las puertas, la lluvia no estaba tan fuerte, pero no podía darme el lujo de resfriarme.

Antes de llegar a la oficina de Hans, pasé por una máquina expendedora y decidí comprar algunos dulces.

—¿Qué te trae por aquí después de mucho señorito? — una carcajada se instaló en mí, reconocía esa voz.

—Profesor Heimlich, puede llamarme señor Hawkins o Black, como prefiera— me gire dándole la cara y una sonrisa de autosuficiencia.

Sabía más que suficiente que él estaba al tanto de que Hans ahora estaba casado, hacía varios meses que no lo había visto, pero era porque cuando venía a reparar o mejorar el sistema o a ver a Hans o a las reuniones de Owen, no me lo topaba o eran diferentes horarios para si quiera tener un encuentro.

Su mirada se dirigió a mi abultado vientre y enarco una ceja.

—Solo era para no perder la costumbre... pero veo que ya te queda el nombre de señor, ahora que eres más redondito— me guiño un ojo y salió corriendo por los pasillos.

Era un infeliz, pero no podía bajar mi autoestima, sabía que no me veía tan... redondito... me veía bien, cool, sexy, un sexy Damen embarazado.

Con más mantras en mi cabeza llegue a la oficina de Hans, me detuve unos minutos mientras Abbie acariciaba a mi panza de embarazo y esperaba a que Hans terminara de hablar con dos chicos que le hicieron una broma a un profesor.

Cuando salieron los chicos entre a la oficina y sonreí al verlo con el ceño fruncido.

—Toc, toc ¿El señor Black puede recibir a este ser humano? — mi voz hizo que su sonrisa se ensanchara y se levantara para encontrarme.

Hacker I & II +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora