1 | El rojo no te queda.

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Unos cuantos días habían pasado desde aquella desastrosa mañana. Gracias al cielo, nada grave ocurrió después de eso. Al menos no algo tan preocupante.

El chico castaño de nombre Eren (el cual, había investigado) del equipo de béisbol, le daba miradas en clase, de vez en cuando. Armin sabía que no todo podía ser color de rosa -aunque sería genial que lo fuera-, por lo que sus nervios subían cada vez que el chico lo miraba tan amenazadoramente, mientras él lo evitaba de forma constante.

Quería tener una tranquila vida escolar y creía que eso se derrumbaría en cualquier momento.

Esa mañana, en casa no había sido de las mejores. Desde el día en que dijo todas esas cosas sobre Eren, él había evitado tomar leche. Quién sabe, se sentía seguro sin la leche en su estómago y no quería un dolor como el de aquella vez. Aunque, hoy, él decidió tomar un vaso de ella. Claro, tuvo que ir a comprar un cartón nuevo.

Sin embargo, los días en su hogar no eran muy agradables.

Tenía que hacer todo en silencio. Una vez que salías de esa casa era libertad, pero al comprar aquello, tuvo que regresar y asegurarse de poner el lácteo en la nevera. No quería desperdiciar su mesada otra vez, cosa que no logró, pues su padrastro le pidió de forma "amable" que le prestara dinero, al verlo regresar a casa con el cartón.

Suspiró. Esa semana se quedaría sin almuerzo. Tampoco era algo que le interesara.

El receso llegó, y Armin fue uno de los primeros en salir. Sentía como se ahogaba dentro del aula, bajo la mirada del castaño.

Salió, evadiendo a los estudiantes que poco a poco inundaban los pasillos. Miraba sus pies, apretando los tirantes de su mochila con ambas manos, evitando mirar a los demás por mucho tiempo.

El patio ya estaba algo lleno. Aún así recorrió el pasillo exterior del edificio, yendo en camino al lugar donde normalmente pasaba el tiempo: bajo un solitario árbol donde crecían bonitas flores en vez de frutos. Aquel árbol se encontraba escondido en lo más profundo de la escuela, cerca de la puerta trasera del plantel, justo atrás de una habitación usada de almacén para utensilios de limpieza.

Era triste que por su posición, la flora creciente no fuera apreciada como se merecía. Por lo que ahora, aunque fuera sólo él, trataría de apreciarlo por los últimos años en aquel campus. Sentía reconfortante y la soledad se iba al sólo verlo. Era raro que pensara todo aquello de un simple árbol con sosas flores, ¿o no?

El edificio de la clase de la que acababa de salir era el que se encontraba más cerca a la puerta trasera, por lo que no haría un recorrido tan tardado.

Al estar por llegar a detrás del edificio, notó algunas voces y queriendo restarle importancia, siguió su recorrido. Era normal que por esos rumbos de la gran escuela, los estudiantes se reunieran a fumar, al no tener tanta supervisión.

Quiso pasar sin llamar mucho la atención, mirando de reojo al grupo riendo y murmurando cosas aleatorias, cuando dio un tropezón, pudiendo retomar el equilibrio.

—¡Oh! —Uno de los chicos con un cigarro en mano se fijó en el rubio, haciéndolo parar sus movimientos. Armin lo miró pero su vista se desvió a la estudiante de cabellos cortos que estaba de cuclillas mirando en su dirección—. ¿Te encuentras bi-...? ¡Hey!

El grupo se rió del muchacho que se quedó con las palabras en la boca, cuando Arlert dio media vuelta lo más rápido que pudo y con su cara roja, regresó al edificio de dónde recién había salido.

Llegó al baño de varones, encerrándose en uno de los cubículos y sentándose en la tapa del váter.

Oh, Dios, su cara se sentía caliente y un miedo empezaba a crecer en su pecho. Conocía a la tipa que estaba fumando en plena escuela. ¡Diablos, que la conocía!

Quiero ser bonito || EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora