12 | Dulce niño, te has perdido.

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—No puedo hacerlo —susurró Armin, sentado en su pupitre, con su vista fija en la mesa vacía. Sus manos sosteniéndose sobre su regazo, moviéndolas con insistencia.

El grupo ya estaba dejando el aula, al terminar el día. No compartía esa última clase con nadie conocido, por lo que poco a poco se estaba quedando solo en el salón.

No le importaba. Se supone que no le importaba, ¿por qué era difícil subir la mirada?

Sentía que si se levantaba, caminaba al área de orientación y entraba en la oficina de los psicólogos, todo mundo lo miraría, lo juzgarían, se burlarían, jalarían su cabello, tirarían sus pertenencias, le escupirían.

No. Movió su cabeza de lado a lado, tratando de volver a enterrar esos recuerdos. No podía dejar que eso sucediera de nuevo, no podría pasar por un infierno igual al de antes. Sólo... no.

Se puso de pie con lentitud, saliendo de entre las filas de pupitres, rumbo a la puerta.

—¿Y ya escogiste club? —habló una chica, parada justo al lado de la pizarra, observando algo en la pared de junto.

Armin se detuvo, mirando desde atrás, por entre las estudiantes, el aviso que estaba impreso en una hoja, donde mencionaba la nueva norma sobre las actividades extracurriculares.

La otra joven soltó un suspiro frustrado, tirando su cabeza hacia atrás—: No tengo idea, la escuela tiene prioridad por el deporte y soy pésima en todo.

El rubio no podía estar más de acuerdo con ella.

—¡Armin! —canturreó una tenue voz en un intento de murmullo.

El mencionado giró su cabeza a la puerta que estaba a menos de dos metros, encontrando a la porrista afable sonriéndole, mientras abanicaba su mano hacia ella, llamándole. Se asomaba por un lado de la entrada, tratando de no estorbar a los chicos que aún salían del aula dándole miradas esperanzadas.

Eren la acompañaba, también asomando su cabeza desde detrás de la rubia. Él no miraba al ojiazul parado en el salón, sus pupilas se clavaban en la cabeza de matas doradas bajo él, perteneciente a su amiga, con su cara llena de seriedad. Una dura seriedad que hizo recordarle a Arlert, aquellos días donde huía del jugador.

Los cuchicheos de sus compañeros llegaron a los oídos del bajito, haciéndolo bajar su cabeza, emprendiendo paso con sus manos en puños.

Sabía que de nuevo hablaban de él y de la repentina aparición de Reiss, al estar llamándolo. Era eso, o criticaban una vez más al mejor bateador del equipo por estar con la joven. No importaba, cualquier hombre que se acercaba a la animadora recibía cuchilladas disfrazadas de leves vistazos.

Al salir, notó como la mayoría de los chicos estaban ahí.

Sasha comía frituras junto a Ackerman, que las aceptaba con sus mejillas rosadas, escuchando a Jean hablar con Marco. Mientras, Ymir se burlaba de Connie de quién sabe qué cosa. Reiner buscaba algo en su mochila y el más alto de todos revisaba su celular.

Eran un grupo enorme que no pasaba desapercibido. En verdad, destacaban, tanto que los estudiantes daban vistazos nada disimulados o incluso algunos rodaban sus ojos en desagrado.

Arlert se quedó en blanco, sintiendo la sangre drenarse de su cuerpo. Los nervios estaban por consumirle la cabeza.

—¿Vamos? —habló Historia, haciéndolo reaccionar, al estar a unos pasos frente a él.

—No. Dijo que tenía algo que hacer con nosotros antes —refunfuñó el castaño a su lado, frunciendo su ceño—. ¿Cierto, Armin? —Lo miró.

Quiero ser bonito || EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora