11 | Lo prometo.

700 76 43
                                    

Armin se encontraba frente al muro escolar, luego de que Marco le comentara un poco al respecto sobre el consultorio psicológico, hace unas horas atrás.

Miraba los papeles enganchados en la pizarra de corcho. Hojas de anuncios, horarios de talleres, peticiones para que se unieran a clubes. Sus ojos viajaban de un lado a otro, con su gorro aún puesto, cuando se percató de un pliegue del periódico escolar: "Jaeger se lesiona a menos de un mes del esperado torneo de béisbol".

Sus manos sujetaron los tirantes de su mochila, en lo que sus labios se apretaban. Sintió toda la responsabilidad recaer sobre sus hombros una vez más.

Retomó su búsqueda, tratando de ver más allá de la pantalla de humo que siempre lo hacía sentir mal consigo mismo. Pronto dio con algo que le interesaba: el horario de los psicólogos.

Bien, lo intentaría. Trataría de enfocarse en sí.

Caminó por los corredores escasos de alumnos, a paso rápido, dirigiéndose a dichas oficinas. Si dudaba un segundo, estaba seguro de que no lo haría. Se desplazó por los pasillos hasta llegar al lugar, pues se encontraba justo en ese mismo edificio.

Se detuvo frente a una puerta en específica con el cartel "orientación escolar" escrito y colocado en la parte de arriba.

"Psic. Hange Zoe", marcaba la entrada más cercana. La ventana de junto, se mantenía ocultando el interior de la habitación con algunas persianas colocadas de manera horizontal.

Armin se detuvo, leyendo el nombre. Releyendo el nombre. Volviendo a leer. Volviendo a repetir las sílabas, hasta que sólo lo admiraba, sin prestar mucha atención a las letras.

Sus dedos se movían con insistencia en la tela de su mochila, mordía su labio inferior, quitando ligeros pellejos de su piel, con sus cejas fruncidas, en semblante inquieto. Nada de esto era notado por él, a su alrededor nada se oía ya, nada llamaba su atención más allá del nombre en la puerta.

Inhaló, dándose cuenta de ese temblor en su cuerpo, haciéndolo soltar de entre sus dientes su belfo.

Levantó su mano, dispuesto a tocar la madera. Vamos. No hay por qué tener miedo. Ayudaría. Hablar con alguien ayudaría, ¿cierto?

Su extremidad tembló al son de sus iris. ¿De qué serviría de todas formas? Se vería más patético quejándose del hecho de que quería ser normal como los demás chicos. Exhaló.

Era un tonto chiste. Armin Arlert era un irremediable chiste, ¿no es así? Se odiaba.

El sonido de una puerta retumbó en sus oídos, ocasionándole un diminuto salto, bajando su mano con rapidez para helarse con su cabeza fija en sus zapatos.

La misma puerta se cerró y un diminuto suspiro atravesó sus tímpanos.

—¿Armin?

El mencionado miró a su lado, justo a la puerta contigua. La porrista que conoció esa mañana se mantenía de pie, habiendo salido de la siguiente habitación.

—Hola —susurró con nerviosismo—. Bueno, adiós —murmuró, dándose media vuelta para regresar por donde vino. Estaba apenado y en su rostro era visible.

—Armin —llamó Historia desde unos metros tras él, observándolo alejarse.

Arlert la ignoró, siguiendo sus pasos, hasta que un grupo de estudiantes dio vuelta desde la intersección a dónde se dirigía, haciéndolo frenar, cortándole la respiración de inmediato. Ella estaba entre esos chicos. La tipa que aquella vez fumaba en la parte trasera del edificio se mantenía riendo, bromeando y empujándose con los demás.

Quiero ser bonito || EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora