Quiero ser bonito || Eremin

9 | Saladas lágrimas, dulces abrazos.

Los chicos llegaron junto al ojiazul, quien cada vez retrocedía más, con suma lentitud.

Eren notó como el bajito ponía sus manos frente a su pecho y su cabeza se mantenía inclinada, sus labios marcaban una línea y sus pupilas se movían de un lado a otro, con sus pies arrastrándose hacia atrás.

Plasmó sus ojos en la entrada. La puerta abierta en totalidad, cerca de la pared, resultado de haberla azotado. Un hombre dentro del hogar, con la madre de Armin haciéndole frente.

—¡¿Tengo que repetirlo?! —exclamó, apuntando la puerta tras el señor—. ¡Lárgate!

—Ésta también es mi casa.

La rubia soltó una risa—: ¡No me digas! —La ironía resonó en su voz—. ¿Cuánto pagaste por ella?

El ceño fruncido del más alto se asomó.

—Eres mi esposa.

—Era —corrigió—. Espero vengas a dejarme los papeles firmados. —Se cruzó de brazos, haciendo un ademán con su barbilla hacia el sobre amarillento que el hombre llevaba en una de sus manos.

Aquel le dio una mirada de odio. Sacó los papeles con cuidado, posando el sobre vacío bajo uno de sus brazos. Le dio un vistazo a las hojas, pasándolas con simpleza, sin leerlas del todo.

Sus pupilas volvieron a subir, clavándose en la mujer con la que contrajo matrimonio hace unos años atrás. Con todo ese amor que le tenía, elevó los papeles, rompiéndolos en dos. Luego en otros dos. Una vez más. Y una última, terminando por soltar los trozos en el suelo.

—Eso es lo que pienso de tus estúpidos papeles.

Eren sintió un agarre en su camisa. Giró su cabeza hacia atrás, encontrando que el rubio se había posicionado tras él, apreciando la escena, ocultándose con cierto pánico destilando.

—Deberíamos regresar a la habitación —murmuró Ackerman, acercándose a los otros, con cierta inquietud de lo que se desarrollaba a unos metros de ellos.

El moreno asintió con su cabeza, queriendo regresar pero las exclamaciones de los adultos se volvieron escandalosas, haciendo que los menores analizaran el suceso.

—Lárgate de una vez, idiota —subió su voz la adulta.

—¡Cuidado con cómo me hablas!

Los chicos se mantenían al margen de lo sucedido. Ninguno se movía por miedo a causar algo más grande. Ninguno se movía por miedo a quedar en medio de todo aquello. Ninguno se movía por miedo a que esa discusión dejara de ser una discusión.

—¿Cuidado? ¿Tú hablando de "cuidados"? ¡¿Quién eres para venir y hablar de tener cuidado?!

—¡Cállate de una maldita vez! —soltó con fastidio, gritando tanto como la rubia.

Armin llevó sus manos a sus oídos, apretando sus ojos con fuerza. Inclinándose, pegó su frente a la espalda de Jaeger, con éste último exaltándose un poco ante el tacto. No, no podía apartar la mirada, Armin sabía que no debería hacerlo, ¿qué diablos pensaba? No era un cobarde. Podrá ser un estúpido pero nunca sería un cobarde. No podía serlo ahora que su madre...

Oh, cielos. Su mamá.

Abrió los ojos, haciéndose hacia un lado, saliendo de tras el moreno para observar la escena que se imaginó. Si aquel hombre lo golpeó a él, nada le aseguraba que no lo haría con su progenitora. Y así fue.

—¡Pensé que esto funcionaría pero tú eres el problema!

El hombre avanzaba hasta la mayor, con su quijada tensa, con ella retrocediendo sin quitar sus ojos de encima o callar al menos.