20 | Los sentimientos que florecieron.

826 68 55
                                    

La incomodidad de Eren era enorme en ese momento.

Con la mochila colgando de un hombro, bajaba las escaleras de su hogar con cautela, como si hubiera hecho algo prohibido.

Pero enamorarse de alguien de tu mismo sexo no era algo prohibido.

¿N-no lo era, cierto?

Con el celular en su mano, esperando contestación de Arlert, llegaba a la primera planta de su hogar. No quería encontrarse con su madre, algo en él le decía que la evitara esa mañana.

Y no era por el hecho de que ya había encontrado alguien que le interesara más allá de una amistad. Claro, tampoco tenía nada que ver con que su madre fuera como una maldita adivina que se enteraba de todo con sólo verlo a los ojos.

Su móvil timbró, haciéndolo parar a mitad de la habitación que lo llevaba a la puerta de entrada. Con una sonrisa en su rostro, contestó el texto del rubio al otro lado de la pantalla, con el que llevaba hablando desde que despertó.

—Eren.

El chico se exaltó, haciendo temblar el aparato en sus manos, el cual se fue entre sus dedos como si de malabares se tratara. Se giró, apagando la pantalla, al poder sujetarlo sin problema. Su madre lo observaba desde el umbral de la cocina, con una ceja alzada.

—¿Q-qué? —Trató de mantenerle la mirada. Mierda, parecía que le sacaría los ojos con sólo mirarlo, ¿cómo diablos hacía eso?

—No te enseñé a contestar así —reprendió, empezando a fruncir su ceño.

El castaño hizo un mohín, con fastidio. Un gesto que claramente escondió para que ella no lo notara, volteando su rostro.

—Mande.

—¿A dónde vas? —Se limpiaba las manos en su delantal atado a la cintura.

Eren, quien se mantenía aún con sus hombros encogidos a causa del susto, miró de reojo la puerta de la casa, a unos metros de él. Sus pupilas volvieron a su madre. Volvieron a viajar a la puerta, haciendo un ademán con su cabeza, como si fuera obvio a dónde se dirigía.

—A la escuela —respondió con ironía.

—Es temprano. Ven a desayunar. —Se dio media vuelta, entrando a la cocina de nuevo—. Y no me contestes así de nuevo, ¿me oíste?

El menor exhaló por su boca, mirando el techo—: No tengo hambre.

—¡Siéntate! —subió el tono de voz, desde la habitación contigua.

Jaeger arrastraba los pies mientras avanzaba. No quería estar más tiempo junto a su madre. Para ser sinceros, aún se sentía extraño estando en su hogar, después de aceptar lo que aceptó la noche anterior.

Se detuvo en el umbral, colocando su mano en el marco de la entrada, sosteniéndose con vaguedad.

La cabellera negra en la barra que separaba la cocina y la zona del comedor, revolvió la mente de Eren. El chico frunció su entrecejo, algo perdido al respecto.

Mikasa se encontraba sentada ahí, cuando miró al castaño. Llevaba un vaso de leche de fresa a su boca, habiendo terminado su primer waffle. Levantó una de sus manos, enseñándole la palma para saludar, bebiendo el lácteo.

Sin relajar el gesto de incomprensión, el residente menor de la casa Jaeger, tomó asiento en el otro alto taburete restante, sin apartar la vista de su vecina.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él en un balbuceo.

—Vino a esperarte, no seas maleducado. —Carla dio un ligero golpe en la cabeza de su hijo con la espátula que llevaba en mano.

Quiero ser bonito || EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora