5 | El libro de mamá.

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—Mikasa, ¿en verdad esperaremos a que termine? —cuestionó el rubio, abrazando sus piernas para colocar su quijada sobre sus rodillas.

La nombrada asintió, sin dejar de ver el celular. 

El par de amigos aguardaban sentados en las gradas del campo de béisbol, dentro de la escuela. Armin se encontraba un escalón más arriba que la joven. Eren le había dejado su móvil a la chica, al ver que le había gustado la experiencia de tener uno, causándole ternura al verla tan ensimismada con el aparato.

Arlert se mantenía mirando a los beisbolistas moviéndose de un lado a otro, prestando atención a las bolas que Eren mandaba fuera del campo y como todos le gritaban con euforia cuando corría por las bases. La cara de concentración del castaño le recordaba a todas esas veces que lo miraba en clases, con aparentes ganas de golpearlo. Daba miedo.

El jugador miró en dirección al par de espectadores y les sonrió, elevando sus brazos para saludar. El rubio escondió su rostro en sus rodillas, algo avergonzado. Eren dio una risa, comenzando una ráfaga de burlas por parte de sus compañeros, suponiendo que aquellas acciones del jugador iban dirigidos hacia la niña vestida de negro.

Armin frunció sus labios, sin dejar de abrazar sus piernas. No quería pero le molestaba que esos dos tuvieran tanta química.

El entrenador dio un silbatazo y después de hablar un poco, el equipo dejó el campo, rumbo a los vestidores.

—Es bueno —comentó la chica, quien sólo miró los últimos minutos del partido de práctica—, tiene sentido que la mayoría lo conozcan.

—Mmh —hizo un ruido con su garganta, en respuesta de que la escuchaba. Subió su cabeza, asomando sus ojos por sobre sus rodillas, mirando a los jugadores aventarse y juguetear, mientras se marchaban.

Mikasa le echó un vistazo, al no escuchar una respuesta decente, parándose de su asiento. Se colocó frente a su amigo, sentándose en la grada siguiente y con sus dedos apartó el flequillo del niño. Aquel no tuvo reacción alguna, sólo miraba hacia abajo.

—¿Estás molesto? —indagó.

El rubio miró hacia uno de los lados, ignorando la pregunta.

—Armin, sé que dijiste que querías ir a casa rápido, pero es una oportunidad para hacer más amigos.

Quería ir a casa pronto porque sabía que esa noche su padrastro llegaría tarde y podría hacer lo que quisiera por un rato. Para este momento, era probable que ya hubiera arribado a su hogar.

—¿Desde cuándo te importa tener más amigos? —cuestionó, mirándola a los ojos, con un ligero puchero en su boca.

Ackerman trataba de no sonrojarse ante el comentario y el hecho de que los orbes del rubio eran muy bonitos, ocasionando que su ceño se frunciera un poco por su esfuerzo. Era inusual que el menor la mirara directamente por más de cinco segundos.

—Déjalo así, Mikasa —habló, sacudiendo su mano hacia el frente, ocasionando que su amiga soltara su cabellera.

—Armin. —No logró captar su atención—. Armin, háblame. —Nada de nuevo—. Si no respondes cortaré tu flequillo —advirtió, pero aquel giró su cabeza en dirección contraria a donde estaba ella, en señal de que no le importaba.

La azabache fue hasta su mochila, sacando unas bonitas tijeras brillantes. Regresó y como si fuera lo más normal del mundo, dio un tijerazo en los mechones claros que caían justo en medio de la frente, dejando a la vista el tabique de su nariz que tanto tiempo estuvo escondido. Los lagrimales de sus ojos también se asomaban.

Quiero ser bonito || EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora