Capítulo 2

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Levemente pude escuchar el rugir de la tela que se talla contra la acera sucia, mientras se rompe. El sonido es tan leve gracias al rugido de los autos londinenses, los pasos de peatones y los ladridos de los perros vagabundos. Siento como el sol se apega a mis brazos desnudos, mientras voy viendo mis converse clásicas todas rotas y gastadas. En mi mente rebotan, de un lado a otro, unas veinte preguntas. Todas en enfoque al día de hoy. A Dylan y su instinto acosador, el mismo que se sentó detrás de mí en biología, el mismo que excusó mi retrasada entrada a la clase. Aún no olvido el sentimiento de que tenía sus ojos clavados en mi nuca. Tampoco el suave murmullo de su voz notificando que no se daría por vencido con mi identidad y sus misterios. Claro, no es difícil saber quién soy, siendo una de las más populares en el instituto. A parte de Blair, soy una de las chicas más llamativas. Siempre un inútil se intenta sentar a mi lado en las gradas, o cambian de compañero en química para quedar cerca de mí. Eso es lo que me ha dado la posición de "gótica más apreciada" en todo Sprouse Institute. Claro que intento apartarme, por lo que algunas envidian a Angie, no por su gran trasero o sus quilos de más, si no porque ella es la única excepción que permito. A veces es irritante, y la mayor tristeza de mi vida se originó con ella, pero aún así es mi mejor amiga, aunque nunca respondo a sus mensajes o la ignoro. Estoy tan metida en mi mente que no despego la vista de mis converse sobre la caliente acera, así que no veo cuando el auto sale de la esquina.

Con un pitido y el rechinar de las llantas, me regreso a la realidad. Mi corazón se acelera a mil latidos por minuto, y siento que la adrenalina sale por mis venas, distribuyéndola a cada parte de mi ser. Mi pecho sube y baja, mientras veo cómo el conductor se molesta. Me vuelve a pitar para que me quite de en medio de la calle, pero ya es tarde. Si el hombre no se hubiese detenido un par de centímetros menos, la defensa delantera hubiera golpeado mi pantorrilla. Me incorporo tratando de regresar a la normalidad, y me doy cuenta, por el sonido del pitido del carro, que sigo bloqueando su camino. Me aparto y veo cómo el coche le acelera, mientras la ventana del copiloto se abre. Presto atención al chico que viene adentro, que antes no lo había notado. Su cabello oscuro y sus ojos azules se me hacen familiares. Cuando el cristal se baja por la mitad, una mano de piel clara sale ante el sol. Levanta el dedo de en medio y se vuelve a meter. Retrocedo, caminando de espaldas, trastabillando más bien. Llego a la banqueta y apoyo mi peso en el cartel que dice "Alto" en letras blancas. Me quedo meditando sobre cómo vi mi vida pasar ante mis ojos, con la sangre ardiendo por la adrenalina. Cierro los ojos y los apuño con fuerza, mientras trato de regularizar mi respiración. Inhala, exhala. Inhala, exhala. Me doy media vuelta y sigo con mi camino por la banqueta. Cuando avanzo unos diez metros, me doy cuenta de que mis manos están vacías al tratar de juntar una piedra.

Ya no traigo mi mochila.

Debí soltarla por el susto. Me giro y entrecierro los ojos para localizarla ante el ardiente sol. A lo lejos, como a unos cincuenta metros, veo un bulto gris oscuro sobre la acera. Corro hacia él, decidida a recuperar mi caja de cigarrillos. Estoy a los diez metros cuando un auto sale a una velocidad horrible, y escucho el crujir de mis libros debajo de la llanta. Maldigo por dentro y acelero el paso. Cuando el carro pasó a la avenida, me atrevo a bajarme de la banqueta y me paro en medio de la calle. Junto mi mochila, que ahora mismo no es más que un pedazo de tela rasgada y aplastada, con confeti dentro. La toqueteo y le bajo el cierre, dejando ver mis libros en mal estado. Meto la mano hacia el fondo, toqueteando para buscar mi cajita dorada. Doy con un objeto metálico caliente, y lo saco de repente. El paquete está aplastado, así que es difícil de abrir. Batallo con él hasta que cede, y la tapadera dorada cae al suelo con un estrepitoso sonido metálico. Asomo los ojos en el interior, y me percato de que dos de los cigarros tienen el papel doblado, pero los demás están sanos. Cojo uno y me lo llevo a la boca. Vuelvo a rebuscar entre los libros el encendedor, encontrando la tapadera aplastada. Maldición. Después de unos segundos de manosear dentro de la bolsa, encuentro el encendedor. La tapadera ya no le entra por las deformaciones que ha sufrido, así que tendré que robarle a Tobby. Enciendo el cigarrillo, meto todo de nuevo a lo que solía ser mi mochila y la vuelvo a arrastrar por la acera. Después de veinte minutos, llego a casa.

Ligth (Dylan O'Brien)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora