Capítulo 6

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-Pasen por aquí, por favor -indica la mujer del lugar. Aquí todo está infestado de monjas y cruces de madera. La señora bajita, rubia y delgada, además de joven, señala una puerta de madera café, por la que se escucha mucho ruido.

La tía Jenna y yo la abrimos al mismo tiempo, y entramos igual. Hay un comedor gigante frente a nosotros, repleto de sillas color café. Sobre estas, hay niños. No tienen algún orden específico, ya que hay niños de todas las edades intercalados con niñas. Todos están comiendo, aunque no todos de la forma correcta: unos cuantos juegan a las espadillas con los tenedores, otros se avientan la comida entre sí, otros simplemente se la llevan con los dedos a la boca... es un desastre. Hay de diferentes edades: de tres a doce años. Por ahí veo uno que otro que al parecer son de quince, pero pasan desapercibidos.

-Muy bien, he aquí el comedor -dice la monja que nos atiende a nuestras espaldas.

Entra -pasando entre Jenna y yo, golpeándonos el hombro- y se detiene frente a nosotros, dándonos la espalda. Suena un sonido agudo, el cual dura pocos segundos. Cuando se apaga, algo en la bata de la monja -ni idea de cómo se llaman sus túnicas- rebota, lo que me hace sospechar que lo que causó el sonido fue un silbato. A los pocos minutos, todas las risas y murmullos se desvanecen, dejando todo en un silencio.

-Niños, ellas son Jenna y Scarlett, vienen a ver su hogar para ver a quién le darán una nueva casita... -eso se me hizo un poco cruel, aunque bueno, no creo que los niños lo puedan entender de otra manera- El que se porte bien se ganará un premio, y el mejor portado se irá con ellas. ¿Alguna pregunta? -un niño, de los más al fondo, morenito y de labios gruesos, cabello negro y ojos oscuros levanta la mano-. Sí, Joseph -la monja le da el habla.

-¿Te vas a quedar aquí? -pregunta. En su voz se puede leer su edad, la cual no podría ser más de seis años. Luego me doy cuenta de que me preguntó a mi.

-¿Porqué lo dices? -le pregunto, negando con la cabeza. En mi voz hay dulzura, algo que me parece raro. Por alguna razón, estar con los niños me causa alegría.

-Es que tu ropa es negra, y Judith dice que cuando alguien se viste de negro, es porque perdió a alguien. ¿Perdiste a tus papis? -continúa. Sonrío, casi al punto de reír.

-No, sólo me visto así, es... -un estrépito me interrumpe. La puerta detrás del comedor se abre, y lo primero que veo es una cabellera rubia. Una mujer, más anciana que la que nos mostró el lugar, entra con un chico rubio, al cual lo jala de la manga de la camiseta. Volteo a ver su cara, y me percato de que tiene ojos cafés, y cuando su mirada se cruza con la mía, su expresión no cambia. Parece molesto.

-Adivina a qué sabandija me encontré en su habitación... -dice la mujer, con la voz ronca.

La monja delante de nosotros, quien hizo sonar el silbato, hace un gesto con la mano, como si cortara su cuello, lo que interrumpe a la vieja que trae al chico. Lo empuja hacia una silla vacía y lo obliga a sentarse.

-Scarlett, Jenna, ella es la Hermana Judith -señala la Hermana Silbato.

-Mucho gusto -dice la Hermana Judith, entre dientes. Le da un manotazo al chico guapo y le ordena, con un movimiento de mano, que se quede sentado. El chico pone los ojos en blanco y se voltea a ver su plato. Toma entre sus dedos la hogaza de pan, la levanta hacia su boca y luego la suelta, dejándola caer hacia el plato-. ¡No juegues con la comida, muchacho! -grita, y le da otro manotazo.

-¡Ya déjame! -gritó el chico, y pude detectar algo de histeria y melancolía, ¿a caso iba a llorar?- ¡Sólo déjame!

La anciana se disculpó -más para nosotros que para el chico- y caminó hacia nosotros. Cuando estuvo de frente a Jenna, le tendió la mano en forma de saludo, y mi tía dudó pero después de unos segundos se la estrechó. La dictadora -su nuevo apodo por mi parte- se giró hacia mí, e hizo lo mismo que con mi tía Jenna. Me quedé mirando su mano por un momento, y ella gruñó de frustración. Levanté mis brazos y los crucé en mi pecho; obviamente no la iba saludar así nomás. Subí la vista al techo, como disimulo y luego de unos segundos la volví a bajar. Seguía con la mano en alto, pero, al no ver mi respuesta, la bajó con clara irritación.

Ligth (Dylan O'Brien)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora