Capítulo 7

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--Esto pica --se queja Angie. Su voz sobresale entre la música movida pero lejana de la calle de enfrente. Volteo a verla y está acomodándose algo en su sujetador. Está distraída, siguiendo mis pasos, con la vista pegada en la parte superior de su camisa.

--Te dije que te pusieras el negro --le digo por lo bajo.

Suelta un gruñido de desesperación y habla con clara frustración en la voz.

--¡Agg! ¡Así lo voy a dejar! --exclama. Sonrío y regreso la vista hacia en frente. La calle está vacía, oscura y tranquila, a excepción del ruido que sale de las paredes del local a donde nos dirigimos. Desde ahí sobresale una luz azul pálida, que cambia de tono cada tres segundos. La música suena desde hace tres calles y entre más nos acercamos, más crece.

--¿Cuánto falta? --pregunta después de un rato.

--No mucho.

***

La luz cambiante me empieza a marear, o eso o lo que me tomé. No pienso claramente y todo lo que puedo percibir son pensamientos pasajeros. La masa de gente me aplasta y hace que me de calor, y por un momento me da la ansiedad de gritar. Me siento encerrada. Aplastada entre cuerpos y enterrada bajo un invernadero de sudor y olores humanos. Me empiezan a dar arcadas, pero las controlo y me sigo moviendo según el ritmo de la canción.

--¡Woo! --grito, pero se pierde entre la demás marea de ruidos. Levanto mis manos y las agito. Cierro los ojos y me empiezo a mover según el compás de la música. Se siente bien. Demasiado bien. De repente, siento unos insistentes piquetazos bajo la piel, y creo que estoy bajo el efecto de alguna droga. Como sea, esto me agrada. Agito mis caderas lentamente y bajo, doblando las piernas, hasta que me siento asfixiada por todo el calor concentrado a esta altura. Me levanto de un empujón, y siento que el mundo se mueve en círculos. Por ahora, se siente genial, excelente. Mañana, claro. Todo será una completa mierda. Camino a tropezones hacia la barra, a veces siento que mis pies se doblan o tropiezan, y tengo que apoyarme en algún cuerpo sudoroso para no caer. Todo gira, como si estuviese en uno de esos juegos en la feria. Ah... la feria, cuántos recuerdos. Tobby y yo, en un asiento a los ocho años, sentados, esperando que el juego se encendiera. Siento el terror de esa noche, pero desaparece fugazmente, probablemente por una sustancia que debí consumir.

Todas las emociones me atacan de golpe; placer, felicidad, enojo, tristeza, sueño, traición, mareos, todo. Siento que mi cabeza es un maldito torbellino. La ansiedad me invade, y ya no puedo soportarla más. Aumento el paso entre la masa que se mueve, entre tropezones, y cada vez me entra más la desesperación por salir del mar de cuerpos.

Siento que me ahogo, y que avanzo cada ves más lento a la desértica barra. Cuando llego, apoyo mi peso en la fría madera. Me subo a un asiento y me quedo como dormitando por unos minutos. Salgo de mi aturdimiento, decidida a encontrar a quien viene conmigo. ¿Quién viene conmigo? Esto de verdad me frustra. Levanto el cuello, tratando de buscar a mi acompañante. Su nombre me llega de golpe. Angie. La busco por todos lados, pero no la veo. Entrecierro los ojos para ver mejor, pero la cambiante luz no es de muy buena ayuda.

Al otro lado del lugar, detecto una cabellera rubia, y creo que es ella. Entorno los ojos, tratando de adaptarme a los movimientos que marean. Una mano pasa por el cabello rubio, o al menos eso veo. La mano baja por lo largo del pelo hasta la espalda. Sigo los movimientos de la mano misteriosa hasta detectar que el color de la tela en la que se posa es un verde chillón. Angie y sus gustos extraños.

Me levanto, pero, en cuanto mis botas tocan el suelo, me voy hasta abajo. Antes de caer, engancho mi mano en lo primero que veo, y me sostengo de ahí. Subo la vista, para saber qué fue en lo que me apoyé. Lo primero que veo es un tipo de tela descolorida, que cambia de color gracias a la luz que engloba el lugar. Después de que me enderezo, volteo a ver de quién es la pierna. Un cabello oscuro es lo primero que veo, pero después un rostro voltea hacia donde estoy. Los ojos son claros --no se puede identificar qué color pero creo que es de azul a verde-- y siento que los he visto en otro lugar, pero estoy demasiado inestable como para reconocerlos. La boca, la nariz, todo es vagamente familiar. Veo en sus ojos una pizca de reconocimiento, pero es demasiado leve y vaga. De repente, los delgados labios se curvan en una sonrisa.

Ligth (Dylan O'Brien)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora