❛ Accident ❜ )) The Legend of Zelda [ AU ]

(( C · 30 - Epílogo ))

— ¿Y bien? —preguntó la rubia— ¿Está su alteza contenta con el trabajo o debemos esforzarnos más?

— Malen cállate —replicó Hilda, suspirando con algo de molestia— ya sabes que aprecio mucho lo que tú y World estáis haciendo por Lorule, pero aún estamos muy lejos de conseguir que vuelva a ser como antes...

La otra ladeó la cabeza, rondando los ojos.

— Es que es imposible que sea como antes —recalcó— mira nuestro Hyrule, no es ni de lejos lo que era antes de que yo gobernase, pero sigue siendo eso, nuestro.

La del pelo morado asintió, algo más animada que antes.

Miró de reojo a los otros dos, quienes más que trabajar parecían estar metida en alguna que otra discusión, se imaginaba que conociéndolos, fuera ridícula.

— Bueno, yo no pienso echarles la bronca sola —le recordó la rubia, sonriendo.

Hilda se rió un poco, repondiéndole que iría con ella.

— Se me hace extraño no llamarte Zelda, si te soy sincera.

Malen se encogió de hombros, tendiéndole una mano con tranquilidad.

— Pues te tendrás que acostumbrar, me gusta este nombre —aclaró— me lo puso alguien especial, ¿recuerdas?

La gobernante de Lorule amplió un poco su sonrisa, tomando la mano de la otra con entusiasmo.

Reikon suspiró con frustración, apoyando la barbilla en una mano mientras escribía alguna que otra cosa en aquel papeleo que mucho no la interesaba, pero también debía mantenerse concentrada y bla, bla, bla.

Situaciones que vivía todos los días como esa le hacían extrañar el ser medio fantasma.

En ese momento, escuchó un ruido que se le hacía totalmente familiar, pues todos los días lo oía. Rápidamente se asomó por la ventana y saludó al maquinista con una sonrisa.

— ¡Spirit! —le llamó— ¡Esta tarde te tengo que terminar de contar lo que pasó antes de que nos reencontrasemos!

El rubio le respondió con un asentimiento y rápidamente volvió a dirigir la mirada al frente, perdiéndose de la vista de la otra por las vías.

Ella sonrió para sí misma, quedándose un rato mirando por la ventana. Guardaba su nombre y el del otro con más cariño del que esperaba, tanto era así que los habían terminado usando inconscientemente. Qué raro se le hacía que los demás la llamasen "Zelda" ahora.