Hielo Quebradizo

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...Buenas noches... Okami...

Aquella voz aun se repetía con el eco suave de una marea tranquila; mientras él se sumía en un profundo vacío entre los cálidos pliegues de uno de los pocos sueños serenos que se podía permitir, despejados del pesar de un pasado tormentoso que se negaba a abandonarle...

Y esa sosegada tranquilidad había sido mermada tan pronto la consciencia tomó las riendas nuevamente y la luz de la templada mañana le despertaba.

Shirou Ogami rozó suavemente con los dedos el nombre esculpido para la posteridad sobre la fría pátina de la lápida conmemorativa.

Había negado el impulso esta mañana, al despertarse sumido en una profunda maraña de memorias, pero el recuerdo de la súbita y apaciguadora frase de Michiru aquella noche, perfectamente perceptible en su agudo oído no había hecho más que avivar la intención. Saliendo antes de que los Horner o la propia Michiru despertaran. Salió casi al brillo del alba en un silencio imperceptible.

Ahora llevaba casi una hora, contemplándolo en nostálgico y apesadumbrado silencio el mustio monumento en memoria del extinto pueblo de Nirvasyl; una monolítica piedra en la que aun estaba parte de los grabados de uno de los pilares que escoltaban la ciudad y que en estos días, tras los preparativos al festival, estaba solemnemente decorado con una guinda roja.

Los nombres de tantos caídos en batalla. Muertes honorables. Pero el honor no resucitaba a los muertos. Sólo era un amargo consuelo para los que se quedaban.

Sobretodo cuando la inmortalidad es una cadena con un grillete del que nunca se encontraría escape alguno.

Su mirada, fija en el grabado que encabezaba a los nombres estaba adornado por la silueta de dos lobos. Los protectores de aquellas primigenias tribus de beastman. Shirou sintió una dolorosa punzada en el corazón. Ella nunca sabría que había sido la única compañera con la que había compartido un silencio sin tener que explicarse. La única a la que había admirado por encima de todas las cosas. Y, paradojas de la vida, la primera que murió sin saberlo.

...el nombre de Natalia también tenía un peso fuerte. Aquella otra beastman a la que había ayudado en tiempos de guerra... y que al igual que muchos solo se había vuelto un fantasma más de su pasado.

"¿Quién quiere vivir para siempre?..."

Shirou quiso detener el torrente de recuerdos; edificar un dique y contenerlos en algún oscuro rincón apartado de su memoria, deseando que se evaporaran. Pero no podía. Las imágenes volvían de nuevo, tan vívidas como si hubieran sucedido el día anterior.

"...vivir mientras otros se irán... "meh"... como si alguien más fuese a soportar el martirio de estar contigo, lobo idiota..."

Y sólo porque Michiru se lo había recordado. No, no quería darle tanto crédito...o al menos eso quería impostar. El festival se lo recordaba incesantemente y él no quería dejar que su amargado sentimentalismo se interpusiera en algo que unificaba a la razón de su inmortal existencia. Si, era demasiado difícil contemplar con su protector gesto el ir y venir de nuevas parejas de beastman, sin embargo era algo con lo que podía lidiar cada año; entonces, ¿por qué en esta ocasión habría hecho mella la incesante cuestión que tanto le rebatía aquella fastidiosa chica tanuki que no había hecho más que meterle en uno y otro problema desde que llegó?

"...y ahí estas, metiéndola de nuevo en el tema."

Chasqueó la lengua, molesto. El zumbido de su teléfono lo sacó de su ensimismamiento. Vio el número y el mensaje de texto, sin disimular una expresión taciturna. Se giró y lanzó una última mirada a la losa antes de marcharse precipitadamente de allí.

The Fire and the FloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora