El Poder del Pasado

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Una brisa fresca le había dado en la cara. Brisa de otoño, cubierta de aquel sopor carmesí provocado por las hojas resecas.

La mujer había gritado su nombre a través del tiempo y la distancia. Un momento después, Shirou Ogami se giró hacia su espalda, bajo el cielo otoñal y entonces sus ojos grises encontraron a su compañera, en el otro extremo del campo, casi en la orilla del bosque. Aquel día de octubre, el viento soplaba del este y traía un débil olor de pólvora.

Detrás de la alta mujer de cabellos rubios y piel como de porcelana, se alzaba una solariega casa. El edificio de dos plantas, de piedras pardas, con un tejado de un desvaído color cedro. La adusta arquitectura de aquella tranquila época antes de los shogunatos.

Japón era un país muy vasto, y la tranquila aldea que alojaba a varios beastman era como una mota de polvo en la cabeza de un alfiler. Pero los catorce acres de prado y de bosque eran el mundo del Dios Okami y lo había sido desde que el pueblo de Nyrvasil se había convertido en verdugo de sus hijos.

En un nuevo territorio y bajo los tranquilos amaneceres, el legendario lobo plateado seguía velando por su sobreviviente pueblo y aun así, había cosas que su compañera ignoraba. La barrera franqueada entre el protector de los hombres bestia y la diosa loba de pelaje níveo que aun abogaba por los pocos seres humanos que le veneraban y respetaban. Un ying y yang que había culminado en una inesperada unión, debido a la reciprocidad y tolerancia de sus representantes. Shirou cuyo nombre solo permanecía en resguardo bajo su ominoso sobrenombre de Ookami El Lobo Plateado y su ahora compañera, Makami. Los guardianes de aquella apacible aldea donde todavía los humanos no arremetían contra los beastmen ni les trataban como inferiores.

Y el otoño llegaría a su fin. Los humanos desconocían el fervor con el que los beastman celebraban el fin de la estación pero esto no hacía mella en la tregua entre especies. La temporada del venidero invierno, la despedida de las cosechas abundantes pero también, la premura y tranquilidad que la fría dama de hielo y nieve provocaba en los habitantes al cerrar su gélida mano hasta la llegada de la primavera. El invierno no era más que la calma que fomentaba en muchos casos la unión de nuevas parejas, y la primavera seria solo la antesala para recibir a nuevas generaciones bajo el cálido manto de un nuevo verdor.

—Por lo visto esta será una temporada tranquila. —su suave voz le llegó más cercana que la brisa.

Shirou se dio cuenta de que le hablaba en broma, cuando su mirada se enfocaba a una pareja, enfrascada en una tranquila conversación, tomados de la mano y caminando sin prisa aparente por el sendero de tierra hacia el pueblo. Otra más, sentados en el pórtico de una de las casonas, ambos en su forma beastman.

—Es lo que parece —respondió él secamente.

Ella le cogió de la mano y dijo:

—Tan serio como siempre. —ella le apretó la mano y le condujo hacia la casa—Han sido meses tranquilos...no veo porque no te tomas un poco de tiempo para ti...para nosotros...

Después de todos aquellos años, ella aún podía sentir que se le aceleraban los latidos del corazón cuando lo miraba. Y Shirou era consciente de ello, a pesar de su impertérrito semblante; la cara del hombre que ha topado con el techo de sus limitaciones. Las batallas habían dejado una mancha pero intentaba sobrepasarla como quien pasaba de una asfixiante neblina. Un corazón que ya no latía solo.

—Lo sé... —dijo, observando el viento que soplaba entre los árboles. Sin más ceremonia, soltó levemente su mano, solo para pasar la suya por el talle de su cintura, atrayéndola hacia él—Y también que nuestra labor de protegerlos es tan importante, como tu...

The Fire and the FloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora