El Dios Salvaje

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Aquella tranquila tarde, el cielo de Animacity estaba bajo un manto entremezclado de nubes y el aire era sutilmente templado. Los últimos días del otoño, que avistaban un ambiente tranquilo...a excepción del interior de la cooperativa, donde parecía que un crudo y tormentoso invierno se había plantado, echando raíces en medio de la sala.

Más precisamente, en la esquina del sillón de la sala, donde Shirou Ogami, sentado con los brazos cruzados y en un hosco aire de guardia centuriano contemplaba taciturno y sin participar más que con estoicos gruñidos o asentir de mala gana a la conversación con el nuevo huésped.

Antes de que los Horner regresaran y en el cortísimo lapso en que Michiru tomaba una ducha rápida, Ogami solamente se había limitado al más incómodo silencio, que le pareció una eternidad más que la que estaba condenado a vivir. La expresión despreocupada en el rostro de Pingua no ayudaba nada; y la cosa no mejoró ni cuando Melissa y Gem llegaron...ni mucho menos cuando Michiru bajó, con el cabello y parte del pelaje aun levemente húmedo y ropa que no le había visto; una blusa corta que dejaba entrever levemente su vientre y unos jeans ajustados.

"¿Y tenía que dejar su ropa de siempre precisamente hoy?", Shirou señaló mentalmente tratando de callar aquel interno reproche. Meramente inútil. "¡¿Por qué una blusa tan corta estando éste tipo aquí...?!"

—Me alegra que te haya quedado bien –Melissa interrumpió la silenciosa y contrariada expresión de Shirou.

Michiru se encogió de hombros tímidamente, con una sonrisa cohibida.

—Ahm... no era necesario, señora Melissa...

—¡Pero claro que era necesario, niña! Ya parecías retrato, llevas un año con esa misma ropa, además esta estaba en oferta y si te preocupa el dinero, tomé algo del cheque que nos depositó la alcaldesa esta mañana —y acortando toda posible respuesta incómoda o reclamo por parte de la azorada tanuki, Melissa desvió la conversación hacia el nuevo huésped—Vaya que ha sido una grata sorpresa, ahm...¿señor..?

—Pingua, a secas. —respondió éste con una sutil sonrisa afable.

Por encima del hombro de Michiru, Shirou obtuvo una visión completa de cómo la expresión de Pingua pasaba de fastidioso amable a fastidioso encandilado al verla. Había tal adoración en su rostro que no pudo evitar preguntarse si es que Michiru había cambiado de expresión también en esos dos segundos. Lamentó haberse puesto detrás de ella y no a un lado, para poder observar la jugada en multiángulo.

—Si, no esperábamos verte por aquí.— correspondió ella, aunque con anémico entusiasmo, en opinión de Ogami.

¿Lo ves? Vuelve a perderte en el cielo- pensó Shirou exultante, disfrutando del breve momento de desconcierto que reflejó la cara del albatros- Eso es. No sólo no te esperaba, sino que no te quiere aquí. Fuera. F...

Pero en ese momento, Pingua dio un paso al frente, y atrayendo a Michiru hacia sí, la estrechó entre sus brazos. Michiru se echó a reír y le devolvió el abrazo.

Le devolvió el abrazo.

Ni con el milenio y años más que llevaba encima, batallas pasadas y peleas encarnizadas que Shirou Ogami había enfrentado, nunca llegó a sentir semejante contracción tan visceral en el pecho, pero gracias a la escena que se estaba desarrollando ante sus ojos ahora podía hacerse una idea de que podían existir dolores mucho peores que ser atravesado por el cuerno de un beastman rinoceronte. Con las orejas ardiendo, la garganta seca y conteniéndose de no tomar su forma de lobo, apartó la mirada, deseando que su rostro no reflejara ni una cuarta parte de lo que sentía por dentro.

The Fire and the FloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora