Entre la Duda y la Culpa

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Aguanieve. El ultimo rescoldo del frío otoño.

Michiru se arrebujó bajo la colcha, y saboreó la quietud y el silencio de su cuarto mientras contemplaba la suave caída de los difusos y exiguos copos. El frío temporal de finales de otoño se había adelantado bastante ese año según lo que había dicho la señora Melissa la noche anterior, cuando las densas nubes se apretujaban en el cielo prometiendo más que una entrecortada lluvia; generalmente, cielos como éste se reservaban para finales de noviembre.

Con la vista perdida en la ventana, sólo aprestó a un silencioso momento de nostalgia. Sabía que sus padres solían estar en casa para esas fechas; Michiru no recordaba una sola primera nevada sin el té caliente y los dorayakis preparados por su madre.

Y ahora todo era radicalmente distinto. Ella ya llevaba casi un año de independencia viviendo por su cuenta en una ciudad y con una vida diametralmente distinta, con la premisa de una vida estable y...un novio. Y ahora la nieve se había anticipado a su llegada.

Renuente, echó la cobija hacia un lado, suspiró y se acercó a la ventana, frotándose los brazos.

Siempre le había gustado la nieve; tan blanca y gélida...Michiru se estremeció. Los adjetivos blanca y gélida le recordaban el cabello platinado y la mirada de Shirou, y las poco usuales pero sinceras sonrisas que sólo reservaba para ella. Apoyó la frente contra el vidrio congelado de la ventana y cerró los ojos, evocando de nuevo el cálido recuerdo.

"Claro...solo lo hace cuando estamos solos..."

Recordó aquella frase de la tarde anterior, cuando Nazuna, aun con una inusual expresión desconcertada le había interrogado inquisitivamente en afán de escudriñar cuanto pudiese de la situación.

"Entonces ni siquiera tiene interés en demostrarlo delante de los demás. Eso es inusual y creo que hasta grosero. Como si quisiera ocultarlo", había inferido ella con esa molesta expresión zorruna ante la apabullada mueca de Michiru. Sabía que Nazuna podía ser un poco hiriente sin tener la intención de serlo, pero también podía tener razón aun si la propia Michiru no quisiera verlo. La verdad no peca, pero incomoda.

Y no podía rebatir en ello, a pesar de que conocía bien a Shirou. Y estaba segura que él nunca sería ni un ápice de expresivo... pero si esto no importase como Nazuna auguraba... ¿Qué había de la situación en el pasillo? ¿y lo de aquella noche? Él había jurado que no se arrepentía...

Ahora no pudo más que sentir una punzada de duda.

Pero justo en ese momento, escuchó a alguien subiendo las escaleras con paso calmado y tocar un par de veces en la puerta.

Michiru se sobresaltó levemente. Tomó el teléfono de la mesita y revisó la pantalla, esperando encontrar algún mensaje o llamada perdida de Nazuna. Soltó un suspiro aliviado al encontrar la pantalla libre de las precipitadas llamadas o notas de su amiga. De todas las cosas del mundo, la última que le apetecía ahora era una ruidosa hora con Nazuna, a pesar de que se había prometido internamente no dejarla sola estando el odioso de Alan Sylvasta cerca...aunque tras todo el tropel de ayer por la mañana, prefería mil veces volver a la cama y pasar el día lánguidamente echada contemplando la nieve.

Volvieron a llamar esta vez más insistentemente a la puerta. Con un suspiro resignado, Michiru la abrió... y se quedó petrificada.

Era Shirou.

Cuando abrió la puerta, descruzó los brazos y se apoyó levemente en el marco de la puerta, a la espera de que Michiru reaccionara.

—Buenos días...—dijo, finalmente, viendo que ella no articulaba palabra.

The Fire and the FloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora